“Formas de leer una catedral literaria”, por Martín Villagarcía



Formas de leer a Proust. Una introducción a En busca del tiempo perdido, de Walter Romero. Buenos Aires, MALBA editorial, 2022, 211 págs.



La Colección Cuadernos del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) acaba de publicar Formas de leer a Proust: una introducción a En busca del tiempo perdido, transcripción del curso dictado por Walter Romero entre 2016 y 2018. Si bien se presenta como una guía de lectura del ciclo novelístico, sus páginas se ofrecen también como un estudio de la escritura de Proust y su proceso creativo.
La clase es quizás, dentro de los géneros discursivos, uno de sus exponentes más anómalos de encontrar en formato libro. ¿Cómo plasmar en una página un fenómeno tan oral como colectivo sin perder algo en la “traducción”? Antecedentes hay varios, desde los clásicos cursos de Borges hasta las clases de Josefina Ludmer y Beatriz Sarlo, más acá en el tiempo. Sin embargo, Formas de leer a Proust no transcribe un curso universitario, apuntado a estudiantes ni enmarcado en el ámbito académico. Las clases recopiladas corresponden al Programa de Formación de Malba Literatura, una plataforma destinada a la divulgación de la investigación literaria al público general. 
El libro se encuentra dividido en siete clases destinadas a cada uno de los siete tomos que conforman En busca del tiempo perdido, más la introducción propiamente dicha. Allí se traza el límite con la academia en el uso de la crítica especializada a modo de iluminación y no como metodología, y se presenta el objeto de estudio: no solo el texto como obra terminada, sino en su propia construcción. Alejado de las vanguardias históricas, la principal influencia de Proust fue el inglés John Ruskin y su “teoría moral de la arquitectura que se funda en el enlace entre sacrificio, verdad y belleza”. Estos tres principios inspiran a Proust a construir una catedral literaria sobre la base de la misma preocupación que guía la obra de Ruskin: una obsesión por las “cosas perdidas”. Esa precisión arquitectónica puede verse en el plano inicial pensado para el ciclo: tres partes que titularía Por la camino de Swann, El mundo de Guermantes y El tiempo recobrado. La previsión es tal que Proust escribe la fase final del último tomo a continuación de la escena inicial del primero, el famoso episodio del beso de la madre.       
Romero describe la escritura de Proust como arborescente. En sus manuscritos puede comprobarse cómo hacía un montaje de papeles sobre papeles, una técnica que le permitía expandir la palabra como un árbol extiende sus ramas. Este collage, guiado por el constante desborde del discurso, permite pensar también en una escritura rizomática, donde el orden y la jerarquía sucumben ante la posibilidad de que cualquier elemento pueda afectar o incidir en cualquier otro. Este fenómeno se produce gracias al fluir de la memoria, que solo el tiempo permite elaborar a posteriori. 
Más allá del aspecto formal, Romero también presta especial atención a la manera en que Proust trabaja lo autobiográfico. Si bien el círculo íntimo del escritor aparece apenas camuflado en los personajes del ciclo novelístico, hay una notable ausencia en la obra publicada, que es su hermano Robert. Sin embargo, la lectura de los manuscritos permite corroborar que inicialmente formó parte del elenco. Esta clase de subversiones son leídas por Romero como un desdoblamiento voluntario por parte de Proust, en tanto En busca del tiempo perdido no es el relato de su vida, sino el de su deseo de escribir. En esta línea resulta interesante la operación realizada para transformar su romance frustrado con Alfred Agostinelli, su chofer y secretario, en la mítica Albertine, amor imposible del narrador de su ciclo novelístico, como una forma de resolver imaginariamente una decepción amorosa y, al mismo tiempo, velar su propia sexualidad. 
Si bien se trata de un estudio de literatura extranjera, parte del libro de Romero también está dedicada a la forma en que la obra de Proust fue leída en castellano gracias a un esfuerzo mancomunado de traducciones españolas y argentinas, que permitieron su temprana recepción, incluso antes de que los textos fueran establecidos por la crítica genética. Tratándose de una obra cuya textualziación su autor no alanzó a completar, en calidad de manuscrito En busca del tiempo perdido se mantiene como una obra abierta a nuevas formas de leerla para quien, como T.S. Eliot, esté dispuesto a recobrar lo perdido y encontrado y perdido una vez y otra vez. 

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