“Un tardomodernismo hierático”, por Eva Lencina



El misterio de Ur, de Leonor Allende, Leonor (2021) Colección Las Antiguas dirigida por Mariana Docampo. Prólogo de Leticia Ressia. Córdoba, Buena Vista Editora, 2021, 100 págs.


Leonor Allende fue contemporánea de autoras como Ada María Elflein, con su voluntarismo de la vida activa para la mujer en contacto con la naturaleza, y de Salvadora Medina Onrubia, de precoz e inquebrantable anarquismo. Todas ellas marcan el ingreso de la mujer al periodismo argentino y son representantes de una femina nova: la voluntad y la acción heroica como estandartes frente a los ideales petrificados de la docilidad doméstica. En su primera novela, Flavio Solari, Allende hace un llamamiento a la acción como base de la actividad intelectual: “¡Empezad! Una acción sola, vale más que muchas palabras bellas ordenadas en elegantes discursos. Los pensamientos necesitan traducirse en acción para dar fe de su existencia, y si no ocurre así, la labor intelectual es tan vana como el ocio o quizá más perjudicial que él” (115).

De hecho, un testimonio de maternidad ejercida como acción positiva puede encontrarse en la “Carta a mi madre en el infinito”, prosa poética que su hija le dedica a Allende luego de su muerte: “[…] recuerdo esas palabras tuyas: ‘Reflexiona, hija mía; yo te educo para la superioridad, no para la igualdad. […] Que ninguno vaya delante de ti en lo justiciero, noble, generoso, valiente, leal y magnánimo…’”.

Allende escribió El misterio de Ur entre 1925 y 1926. La obra quedó inédita con su muerte en 1931 y recién vería la luz en una edición privada en 1947. Con prólogo de la poeta Leticia Ressia, la actual reedición de Buena Vista significa la primera recuperación de esta obra desde ese entonces. La editorial también ha publicado sus dos primeras novelas, Flavio Solari (1907) y Don Juan Ramón Zevallos (1912), ambas dentro del valioso catálogo de la colección Las Antiguas. Dirigida desde 2011 por la escritora Mariana Docampo, esta colección se dedica a la exhumación de obras de primeras escritoras argentinas olvidadas por el canon.

Se trata de una novela epigonal, ubicada en la retaguardia modernista, tardía en su retirada e inmune a los avances de las vanguardias porteñas de la década del veinte. El misterio de Ur, con su lugonismo crepuscular, narra una historia de amor, que se entrecruza con la venganza y el ajusticiamiento de los poderosos. En una travesía improbable, una princesa amerindia naufraga en las costas de la antigua Grecia en busca de un ejército que la ayude a reclamar su trono. Hay intrigas entre dioses, sacerdotes, nobles, y una intriga especular donde el tirano y el justo se confunden en un juego de dobles pre-borgeano.

Según Guido Buffo —en el prólogo a aquella primera edición—, su esposa tenía planeado titular originalmente la obra como El tirano. Es Buffo quien escoge el título actual, más ajustado al hecho de que la atención narrativa está colocada principalmente en la protagonista, Ur: la historia del culto mistérico en que fue iniciada, la huida de su tierra natal y el posterior encuentro y relación con su amado, Harmodio. A pesar de estar terminada, vale la pena especular si la autora habría introducido algún cambio, reescritura o ampliación, quizás con énfasis en la figura del Tirano, en vistas de una eventual edición de la novela.

Allende imagina un encuentro entre la cultura griega clásica y la americana precolombina. Esta confluencia de ambientaciones le brinda una exuberancia de significantes que pone a funcionar la novela en más de una serie de la tradición nacional. Por un lado, el sistema de obras de escenario helénico, junto a “Los caballos de Abdera” de Lugones, “La casa de Asterión” de Borges, Los reyes de Cortázar e incluso Minotauroamor de Abelardo Arias. Por el otro, cabe también ponerla en relación con cierta línea del indianismo romántico, que en nuestro país tendría diversas iteraciones estéticas: Cunninghame Graham (“Una hégira”), Sara Gallardo (Eisejuaz), Liliana Bodoc (Saga de los confines), Martín Caparrós (La Historia), y César Aira, con el lusófilo indianismo neobarroco de Ema, la cautiva o La liebre. El misterio de Ur se inserta, a su vez, en la discusión que inaugura Ricardo Rojas, cuando en Blasón de Plata (1912) distingue entre exotismo e indianismo. A pesar de escribir desde provincias y tematizar el mundo indígena, el anhelo de universalismo de la novela —con su exotismo neoclásico— es más cercano al Attala de Chateaubriand o a los paraísos artificiales de los simbolistas que al folklorismo de Fausto Burgos o la denuncia social de Horacio Carrillo. 

Debido a la estrecha afinidad intelectual y espiritual que compartían, vale la pena leer la producción de Allende en consonancia estética con la obra artística de su esposo, Guido Buffo. De hecho, para la portada de la edición de Buena Vista se escogió un detalle de “Elogio a la Imaginación”, uno de los frescos de estilo neo-renacentista con los que Buffo adornó la Capilla que en Unquillo erigió en honor a su esposa e hija. El fresco retrata a las nueve musas, entre las cuales ubicó a su hija con una partitura y a su esposa junto a Palas Atenea. La prosa de Allende coincide con el estilo pictórico de su marido: todo El misterio de Ur recuerda a la solemnidad sacra de la iconografía ortodoxa que atraviesa los frescos de la capilla: “El sacerdote estaba aún en su trono, hierático, como un dios en la solemnidad inmóvil de su majestad aterradora” (59).

Quizás el mayor punto de autoexigencia compositiva de la novela se concentra en la heroína exiliada, Ur, una figura cleopátrica, a medio camino entre la princesa y la deidad, que encandila a todos los hombres. Cuando finalmente logra aprender la lengua griega y hacerse entender, se presenta con la recargada expresividad lírica propia del rapsodismo modernista:

“Yo soy Ur. Nacida en la ciudad de Ur. Princesa de los Ures, raza de inmemorial antigüedad, que habitó la región donde las enormes aves vuelan cerca del Sol del cual descendemos nosotros, los que regíamos aquellos pueblos diestros en artes maravillosas; constructores de ciudades enormes, de fortalezas inconcebibles como las mismas montañas, nutridos en la religión que es como en todo pueblo culto, la religión verdadera.” (54)

La insaciable voluntad de conocimiento de Ur, expresada cuando exige al sacerdote que la inicie en los misterios de la religión de su pueblo, formula la sublimación de ansiedades intelectuales que Allende volcaría también en su pedagogía y en el gesto prometeico de quitar la llama, pero esta vez a los hombres: “—¡Señor: instrúyeme; quiero saber, descubrir, inquirir; quiero hundirme en todos los misterios y llenar mis manos de luz, aun cuando me cueste la vida descorrer el pesado manto del misterio…!” (60).

Leonor Allende nació en Córdoba en 1883. Demostró una temprana y sostenida vocación literaria, además de ser considerada como la primera periodista actuante en la provincia, colaborando con revistas como Caras y Caretas, Plus Ultra, Riel y Fomento y con periódicos como La Nación y La Voz del Interior. En la década del diez conoció a quien sería su esposo, Guido Buffo, un artista italiano recién llegado de Treviso. Juntos tendrían a su única hija, Eleonora Vendramina, quien también devendría poeta antes de encontrar una temprana muerte en 1941, a los veinticuatro años. 

Allende escribió seis obras literarias, además de las ya mencionadas —reeditadas por Buena Vista—, El nobilísimo señor de Ollantaytambo, príncipe de Chimu, y su amor, una tragedia inédita que concluyó en 1916, La llama, otra novela también inédita de 1923, y El libro de los cielos, su última obra, que sería también objeto de una edición póstuma en 1946. Falleció en 1931, víctima de la tuberculosis.


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