“Elena niega”, por Emilia Sofía Cotutiu


Elena sabe, film de Anahí Berneri (Netflix, 2023). 

Elena sabe, novela de Claudia Piñeiro. Buenos Aires, Alfaguara, 2007, 176 páginas.


Muy a pesar del carácter limitante que históricamente se ha operado a la hora de construir personajes femeninos, recorrer la historia de Elena, sexagenaria que desafía su infame e incomprensible Parkinson, sin dudas cuestiona la estereotipización esperable de una protagonista anciana.

Leemos primero Elena sabe, la obra literaria de 2007. En segundo lugar, vemos Elena sabe, la adaptación cinematográfica homófona lanzada en 2023 por Netflix. Luego comparamos. Y en dicha comparación, observamos que el interés por representar el hosco y complejo vínculo madre-hija, entre Elena y Rita, es proporcional al esmero por visibilizar la lucha contra el cuerpo propio que, enfermo, se torna ajeno. Sin embargo, cada discurso posee sus propias herramientas para dibujar distintos símbolos, crear entonces distintos focos, y tensar atenciones sobre diversos objetos. No obstante, la fidelidad entre ambas obras es notable.

Elena sabe, en cualquier de sus versiones, es la historia de la búsqueda de una verdad y, quizás, del tránsito, del viaje ejecutado para corregir una convicción a fin de cuentas injustificada. Esta madre cree; Elena cree fervientemente que la muerte de su hija no responde a un suicidio, sino a un asesinato. Creencia quizás en el fondo, en realidad, descreída. Sin embargo, Claudia Piñeiro, la autora, o Anahí Berneri, la directora, jamás tropiezan en la indelicadeza de explicitarlo. Resta el trabajo de considerarlo en quien lee la novela o en quien mira la cinta. 


| con su profunda heurística, la obra invita a la complejización no sólo del envejecimiento, sino también de la maternidad, deseada o indeseada |


En su puesta en escena de la obra, Berneri se toma contadas licencias respecto del guion literario, ninguna que altere drásticamente la historia. Ante todo, el film respeta dos puntos claves de la estructura de la novela. Por un lado, propio del registro del policial, el misterio se revela en los momentos postrimeros; y así, lo que en el primero se desarrolla en los últimos veinte minutos, en la segunda se resuelve en las últimas páginas. Por otro lado, la versión cinematográfica respeta la sucesión temporal; Elena sabe, en cualquiera de sus formas, no es un relato lineal. No obstante, en ciertos puntos, la directora demora en presentar información que explicaría partes fundamentales de la obra. Sin ir más lejos, la búsqueda de la verdad por parte de Elena es el motor central de la historia. Sin embargo, en el film es sólo evidente más allá de la mitad de la cinta. Por otro lado, Rita le teme a los rayos, atributo magnificado por Elena a lo mejor como si fuese un caso de astrafobia. Este terror se descubre de manera tardía, pero precisamente su insistencia y dramatización es lo que a Elena le permite justificar porqué Rita jamás se habría acercado a la cúpula de la iglesia, pararrayos del barrio, aquel día lluvioso en el que fue encontrada sin vida.

Lo interesante de Elena sabe es la modernidad de su planteo: con su profunda heurística, la obra invita a la complejización no sólo del envejecimiento, sino también de la maternidad, deseada o indeseada. Tiempo antes de las campañas que lograron legalizar la interrumpción de los embarazos no buscados, Elena sabe aborda la cuestión del aborto y las posibles conscuencias de los mandatos reproductivistas. Al contrario de optar por la mordaza del bien-decir, tanto Piñeiro como Berneri, extraen jugo político del mal-decir; en sus obras, se abren un paraguas y un sinfín de planteos sobre la complejidad de lo maternal: siquiera es tan fácil resumir el asunto en “deseado” y “no deseado”; la maternidad en ocasiones se experimenta como deber, otras como placer, otras como búsqueda, otras como amor, otras como atadura, otras como fin personal, otras como arrepentimiento, y tantas otras. A fin de cuentas, se es “la madre que (se) pudo (ser)”. Así, dos personajes que maternan, ambas cumplidoras de sus roles pero desaprendidas cada quien a su modo, profundizan los grises en torno a la buena y la mala madre.


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