“Aprender a estar”, por Adriana Mancini
Diario de una mudanza de Inés Garland. Buenos Aires, Alfaguara, 2024, 253 págs.
Ein Mann der Herrn K. lange nicht gesehen hatte,
begrüßte ihn mit den Worten: ‘Si haben sich gar nicht verändert’.
‘Oh’ sagte Herr K. und erbleichte.
Bertolt Brecht
En uno de los breves textos de Bertolt Brecht de la insoslayable compilación Kalender Geschichten editada por primera vez en Berlín en 1958, leemos bajo el título “Das Wiedersehen”, el sugestivo diálogo del epígrafe [1]. En esta escena que plantea Brecht, la sorpresiva palidez que invade a Herr Keuner podría atribuirse –entre otras lecturas– al malestar de K. por su apariencia inmutable a través de un largo tiempo. O mejor, en términos metafóricos, expresaría su horror por no haber mudado de piel. Un paso más y diríamos que el K. de Brecht –un homenaje a Frank Kafka– está en las antípodas del Dorian Gray de Oscar Wilde.
El mundo occidental valora en demasía la juventud –comentó un convidado, en una reunión cuya conversación giraba en torno a la dominancia de rostros engañosos, producto de diversas técnicas estéticas–; por su parte, el mundo oriental prestigia la experiencia y la vejez. Más allá de las falacias de toda generalización, es verdad que el modelo Dorian Gray surge en la sociedad actual, aunque despojado del imperativo de pretender interferir en la relación de la belleza con el tiempo. Así, entonces, como en los ‘60 la extrema delgadez propuesta por la modelo Twiggy causó estragos en las jóvenes, hoy bellas mujeres y atractivos masculinos se someten indistintamente, y cada vez más temprano, a técnicas que pretenden disimular supuestos defectos o borrar las famosas arrugas faciales, símbolos del tiempo vivido.
El sociólogo Geoges Vigarello en su estudio sobre la historia de la belleza, asegura que las instituciones o la modelización social o las prácticas consumistas ya no gobiernan el aspecto individual: “hay una ruptura que tiene que ver con la identidad (…) que se reduce hoy en día al propio individuo, a su presencia, a su cuerpo. (…) Nace una era en la que convergen el sentimiento de poder dominar la apariencia y el de poder transponerla en signo lo más acusado posible de la individualización del yo” [2].
La novela Diario de una mudanza de Inés Garland fue editada en agosto de 2024 y cuenta con sucesivas reediciones en el mismo año. Su personaje, con subrayados rasgos autobiográficos, se expresa en primera persona y aborda con total naturalidad los temas que se desprenden de las líneas teóricas señaladas, afirmándolas y no, negándolas y no, desestabilizando todo prejuicio hacia la vejez, hacia la belleza, hacia el devenir. El envío de su dedicatoria sugiere a quién privilegiaría la recepción del texto: “A mi abuela, mi madre y mi hija”. La pregunta de un amigo, define la principal línea argumental de la novela: “El novio de una amiga me pregunta qué estoy escribiendo. Le cuento. Menopausia” (77). Es así: sin anestesia la menopausia o climaterio, como prefiere llamarla la protagonista, irrumpe en el relato sin disimular la exposición de los calores imprudentes y los respectivos fríos anticipatorios, indomables. Una mudanza, tras otra mudanza de casa; una mudanza, tras otra de piel dejan en evidencia, paso a paso, un cuerpo cada vez más fláccido, con sus prominencias abandonadas dócilmente a la ley de gravedad y el deseo aún a flor de piel, renunciando con resignación al amor romántico. “Un tratamiento hormonal para ‘ser lo que era’. ¡Yo no quiero ser lo que era! Ni siquiera quiero ser. Me gustaría más aprender a estar” (81). Leemos en la novela mientras una prosa amena, y a la vez sólida y sugestiva, se va deslizando y también interrumpiéndose según los caprichos de la narradora: “Basta. No es tiempo de zambullirme en el mar de esta historia” (80); “No quiero escribir sobre el carpintero” (112). Tras una descripción despiadada sobre el estado imaginario al que llegaría el personaje en la última etapa de su existencia, la protagonista concluye: “Nada me importaría. Me peinaría con raya al costado y una hebillita de niña. Ignoraría el olor a pis cada vez más penetrante y rogaría que me visitaran. Dejaría de percibirlo. No miraría a los demás para no verles los gestos disimulados de cuando olieran el aire a mi alrededor. (…) A la luz del día, me horrorizaba esa mirada sobre la vejez, pero en la mitad de la noche era incontrolable” (45-6).
La remisión a citas de escritores insertadas en párrafos independientes ayudan a la narradora a afirmar su posición sobre el tortuoso camino hacia el final, aunque la cohesión de la novela se vaya desgajando, como se va desgajando el cuerpo frente a la muerte. Y si para Vigarello la identidad corporal puede configurarse según el deseo del yo, incluso, a través de medios ajenos a la naturaleza; para Mary Sarton, por ejemplo, a quien cita Garland, “‘el cuerpo forma parte de nuestra identidad, y sus aflicciones y descontentos (…). ¡Cuánto desprecio sentí por las mujeres que trataban de parecer más jóvenes de lo que son! (…) Si mis arrugas me importan ahora es que fracasé en una evolución hacia lo que me está pasando internamente” (221).
No escatima la novela situaciones íntimas de las mujeres frente a los hombres a quienes considera “verdaderos enemigos” (147). Violencia, sueños eróticos, situaciones incómodas, relaciones madre e hija, relaciones con un vecino bonachón, con hombres descarados o impostores. Relaciones con el tiempo: “aprender a dejar ir” (241). El espectro se va completando mientras la novela se acerca a la muerte y la propone aliada a la palabra: “Me pasa que me voy a morir y a la vez está esa palabra que buscaba ayer para la traducción. La eternidad estaba concentrada en esa palabra” (193). El fin se acerca cuando la protagonista pretende dilucidar la calma de un viejo relojero; cuando percibe el zumbido de las abejas entre las flores, la muerte de una paloma, la fila de hormigas y la escritura de la palabra “Yo” (252) con la que Garland cierra su Diario de una mudanza.
[1] Brecht, Bertolt. Kalender Geschichten. “Geschichten von Herrn Keuner”, “Das Wiedersehen”. Aufbau Verlag Berlin, 1958, p. 168. Historias de Calendario. “Historias del Sr. Keuner”, “El reencuentro”: “Un señor a quien el Sr. K hacía mucho tiempo que no veía lo saludó con estas palabras: ‘Usted no ha cambiado para nada’. ‘Oh’ dijo el Sr. K y empalideció”. Traducción mía.
[2] Vigarello, Geroges. Historia de la belleza. Buenos Aires, Nueva Visión, 2004, pp. 243-4.
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