“Un grito en el viento”, por Javier Geist


Sapukái de Guillermo Roz. Asturias, Hoja de Lata Editora, 2024, 334 págs.


“Pasando los años, todo será de La Forestal o dependerá de La Forestal. Un sistema de gobierno, una arquitectura, un modo de vida, una moneda apuntalan un dominio material y espiritual como no se ha visto desde las misiones jesuíticas. Irónicamente, el resultado será el mismo: ruinas” [1]. Escribió Rodolfo Walsh en su crónica “Las ciudades fantasmas”, de 1969. Varias décadas después, Osvaldo Bayer recorría esas ruinas y afirmaba: “Salimos a buscar el año ‘21 en sus recuerdos y lo encontramos en su realidad (…) La Forestal es el ejemplo más claro de la explotación capitalista de un lugar y su método egoísta que finalmente termina en ser la más absoluta depredación. Compra miles de hectáreas de quebrachales, construye las fábricas de tanino, exporta millones de toneladas y, cuando la riqueza natural se termina, se va llevándose hasta los bulones. Deja nada más que tierra arrasada, abandono, miseria, tristeza, decepción. La mejor muestra está en los pueblos abandonados que dejó y que van siendo reconstruidos lentamente por los hijos de los explotados” [2]

Y veinticuatro años después, cuando esta trágica historia parecía sepultarse en el olvido de una nación que elige ser dirigida por quienes continúan regalando lo poco que queda, Guillermo Roz publica Sapukái. 

El escritor argentino, radicado en España desde 2002, logra trasladar las crónicas nombradas en el párrafo anterior, y otras más que aparecen referenciadas en las páginas de la novela, al territorio literario erigiendo toda una mitología. En los once capítulos que la componen es posible encontrar un antecedente mítico de las huelgas de 1921: el germen de aquel levantamiento sangrientamente reprimido, encarnado en un joven llamado Sapukái. “¿Sabrá ese el motivo por el que lo llaman Sapukái? Dicen que al nacer no lloraba, gritaba, y sus gritos se parecían al de un Sapukái, el Sapukái que gritaban los indios en los días de eclipse (…) El nació un día de eclipse. Su mamá se lo contó antes de irse al otro mundo” (p. 23). Como todo mito, comienza con el nacimiento de su héroe y una carga simbólica, esos sapukái son los gritos que imploran el regreso del sol en la tradición guaraní –según la novela–, y será la voz de Sapukái la que, hacia el final, intente devolverle la dignidad a los trabajadores de La Compañía, una versión literaria de la compañía forestal inglesa. Algunos de estos detalles pueden escucharse en el podcast de Boca de Sapo en el que participó el escritor.

En los primeros capítulos nos cuenta su llegada, y la de su compañero Lito, a las tierras de La Compañía. De la mano de uno de los variados personajes secundarios, Candido Montiel, Roz reconstruye la historia de aquellos días: “Casi todos los empleados llegaron solteros (…) Fueron atraídos enseguidita por la oferta. Se despidieron rápido de sus pueblos, de su gente y se subieron al tren. (…) lo que era un caserío se fue volviendo un lugar lleno de varones solos construyendo un pueblo cuadriculado y una fábrica (…) les prometieron dos comidas por día y cumplieron. Así, soportaron dormir al raso mientras laburaban, alababan la chimenea, las oficinas, la fábrica entera (…) Los ingleses se dieron cuenta de que si querían construir su fábrica tenían que construir una sociedad.” (pp. 95-96). En las palabras de Montiel se va apreciando poco a poco su condescendencia irrenunciable a los ingleses, a quienes ve como salvadores. Reflejando así una parte de la sociedad que ayudó a sostener en el tiempo la titánica empresa británica: “Nadie llega a los cuarenta, ni los que andan hachando ni los que andan aspirando polvo de quebracho en las fábricas. Vayan a la enfermería y pregúntenle al médico, a Paredes, si no me creen (…) Pero moriremos agradecidos porque los ingleses las pensaron todas: trabajo, casa y comida. Si, señor” (pp. 97-98).

A lo largo de las páginas el protagonista conoce los pormenores del trabajo, los distintos puestos, la dureza de los empleados reducidos casi a la servidumbre, pero también a los hijos del dueño de La Compañía. En las páginas transcurren amistades, romances y desencuentros, que convierten a la novela en una obra de entramado complejo. El narrador en tercera persona va intercalando su voz con la de los personajes y construyendo un universo propio. Así entendemos la presión sufrida por el primogénito de Gaskell (“Johnny no olvidará nunca el desprecio de su padre” p. 116) y cómo éste último fué apropiándose de todos los ingenios vecinos (“Gaskell se vuelve un pulpo (…) con un tentáculo confisca a Campagnuolo, a Echangucía y a Petroff, los tres pequeños empresarios del tanino de la zona (…) Con otro tentáculo comienza a construir los pueblos (…) con otro, el comercio interior, eso del circuito de panadería verdulería y carnicería administrada por La Compañía (…) Con otro tentáculo estira las vías por los terrenos” p. 103); y también, el origen de los sucesivos levantamientos a partir de la muerte de Lito: “Toda revolución nace de un mártir, y todo mártir debe ser esculpido en oro por su nuevo representante (…) Amigo, hermano, todo lo que Lito fue para Sapukái y para su grupo de amigos y vecinos, no se muere en Santa Ana, se transforma. Los compañeros de trabajo y los curiosos de aquella mecha que el gallego Brossa había encendido empiezan a imaginar revoluciones” (p. 191). Estas revueltas se actualizarán en el accionar de Sapukái y sus seguidores, pero habrá que recorrer las páginas de la novela para apreciarlas con detalle. 

Hacia el final, el hijo heredará la fábrica del padre y comenzará el desguace “La historia deja que Johnny aprenda a ser el Gaskell que su padre siempre quiso que fuera (…) viajando a Kenia para ir preparando el terreno del futuro, empezando a despedir a cuentagotas a los trabajadores (…) Una mañana un vecino cualquiera ve que la última chimenea se apaga” (p. 322). La novela cierra con una potente reflexión sobre las consecuencias del extractivismo y la desoladora herencia que dejó el paso del “progreso” por estas tierras: “Lo que nunca se les escuchará explicar (…) es por qué motivo los doscientos metros cuadrados del banco provincial costaron dos millones cuatrocientas mil hectáreas. Todas del bosque de quebrachos más grande del mundo. Todas arrasadas. Ni tampoco qué clase de progreso es ese en el que para que quede en pie un banco se saquea la naturaleza, se pasa a cuchillo o se balea a media población de varios pueblos, y, a la que queda viva se la extermina a plazos quitándole el único empleo que conoció en su vida” (p. 327).

La novela de Roz ilumina un pasado que cíclicamente retorna en la historia de nuestro país. Nos invita a recorrer los pormenores de la tragedia y nos advierte sus consecuencias, para que nunca más bajemos la guardia ante los gigantes del extractivismo rapaz. Al terminar la última página aún resonaban en mi memoria las palabras de Osvaldo Bayer: “Ojalá que en todo colegio secundario los docentes y alumnos se pregunten el porqué. El porqué de tanta crueldad contra los obreros, de tanta obsecuencia de los políticos de turno para con el poder económico en tiempos de democracia, el porqué de tanto egoísmo criminal de las gigantescas fábricas de tanino”. 


 


[1] Walsh, Rodolfo. El violento oficio de escribir. Obra periodística (1953-1977). Buenos Aires, Planeta, 1995, págs. 190 y ss.

[2] Bayer, Osvaldo. “En los caminos vacíos de La Forestal” en: Página12, 7 de julio de 2001: https://www.pagina12.com.ar/2001/01-07/01-07-07/contrata.htm 


Comentarios

  1. Una reseña muy completa que destaca el trasfondo histórico y la crítica al extractivismo, además de analizar bien la construcción mítica de Sapukái. También menciona la estructura narrativa y el uso de distintas voces, aunque podría haberse desarrollado un poco mas como esto afecta la experiencia de lectura.

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