“Nunca es tarde para volver", por Emilia Sofía Cotutiu
Símale cumple 70, de Silvia Plager. Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2024, 256 páginas.
Novela autobiográfica; límite poroso entre ficción y realidad; referencias literarias timbreando a lo largo del tejido de la novela debido a una narradora que es “tan promiscua en paisajes como en libros” (134); repasos del árbol genealógico; reflexiones sobre la Shoá; meditaciones sobre la religión, las cábalas, el judaísmo y las tradiciones, y cierta trama policial con misterios sin resolver y un registro a medio escribir que roza tímidamente la denuncia política. Eso puede encontrarse en Símale cumple 70. La memoria, en efecto, es parte de la materia prima que urde la composición de este texto; los recuerdos de la familia, los vínculos familiares, son motor de esta historia. Pues, en el día de su septuagésimo cumpleaños, Silvia Siderer despierta y es visitada por la aparición, el fantasma, de su difunto padre, quien falleció a sus ochenta años tiempo atrás. Comprender el por qué de esta visita, a tan tardía edad, es la meta que la protagonista asume como bienvenida de su séptima década. Así entonces, Silvia, llamada “Símale” por su padre, cumple setenta años y emprende un viaje para reencontrarse con la memoria, pues “nunca es tarde para saber”.
Un destino: Rosario y el cementerio de Baigorria donde yace el cuerpo de Moisés Siderer. El viaje, su imperiosidad romántica, se explica por una narradora aburguesada que desea “encender la llama de los poetas en mis febriles ambiciones” y “emular a los viajeros famosos” (127). La novela nos propone reflexionar sobre el ser vieja y el retroceso al pasado. Silvia, sin mayores explicaciones, deja a su marido Raúl y se embarca en “el encuentro de una independencia” (127). En ello, el texto nos invita a pensar un modo de corpus diverso para encarar la vejez. ¿En qué se basa esta diversidad? En que el registro de la obra no es ni tanto edadista ni tanto lo contrario; por momentos, el habitual desprecio hacia la ancianidad está presente en descripciones de personajes como Clara Loiácono, “vejestorio”. Pero la mirada hacia el envejecimiento también se relativiza al abordar la frescura y la sensualidad de la quincuagésima Leticia, la sabiduría y altivez de Raúl, e incluso la propia heroína, quien, sin ir más lejos, no pierde tiempo en lapidarse por su edad; cumplir setenta no es ningún impedimento para asumir la necesidad y aventura de un viaje intempestivo sin ningún miramiento.
| La memoria es parte de la materia prima que urde la composición de este texto: los recuerdos de la familia, los vínculos... |
Así, cumplir 70 años, se nos dice, es cumplir 69, 68, 67 y demás. En esta obra, pese a la importancia de la memoria y del pasado para la narradora, la vejez se nos presenta no como algo nostálgico sino como una compleja sumatoria de experiencias. Es una sucesión de recuerdos, el pasado, y de experiencias y aprendizajes. La vida sigue a pesar de todo. Así, producto de una ecuación muy particular, Silvia Plager teje el relato de volver al pasado sin nostalgias patéticas.
Sin embargo, la novela nos narra el relato de un destino al cual jamás se arribará; la meta nunca se cumple. Vientos que vuelan sombreros, vaticinios en sueños-pesadillas y una caída torpe con miedo a fractura malogra la empresa. La meta, comprender el por qué de las visitas del fantasma de su padre, ¿estropeada por “temor o desidia” (245)? En ello, también caben otros tipos de preguntas: ¿por qué tal interés en revincularse con el hombre infiel que abandonó a su familia, al gineceo desprotegido de madre y hermanas? ¿Por qué el recuerdo de él surge tanto tiempo después? ¿Será, se pregunta Silvia, porque era un “muerto al que no había visto encerrado” (56)? ¿Será porque Moisés era un “samurái judío que revivía para proteger a la segunda de sus hijas en su tránsito difícil a la vejez” (107)? ¿O será porque sus setenta dan comienzo a un período de “alucinaciones” (60), las cuales podemos en realidad pensar como metáfora de la hiperbolización de la memoria?
La novela teje la ancianidad abordando sus temas con suavidad y sin nostalgias, sin cariños, sin rispideces ni tampoco regaños. La vejez, pese a su dramatización social, es tan sólo una característica más de un cuerpo, y se la narra con la sutil elegancia de la propia imagen de cubierta: trazos a mano alzada que forman la silueta altiva de una mujer mayor con su cabello anciano representado por un fino morado pariente de las canas.
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