“El jardín de los presentes”, por Felipe Benegas Lynch

Bellas Artes, de Luis Sagasti. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2011, 112 págs.

¿Cómo lograr en la palabra, que es sucesión, repetición, el instante, la primera vez? El asombro es silencio y abismo, espacio de algo que se abre adentro nuestro, como un universo que vuelve a nacer cada vez que nuestra boca cae, que nos asomamos al borde del lenguaje. Por estos rumbos se embarca Luis Sagasti en Bellas Artes. Y digo se embarca porque el texto recorre, surca, desenmaraña una trama de la que se sabe parte. “El mundo es un ovillo de lana”, comienza. Y lo misterioso de esa madeja es que nunca sabremos si estamos dentro o fuera, si tejemos o si somos tejidos. O tal vez son ambas cosas a la vez: puntos, líneas, espirales; pero también espacios, abismo.
Desde los helados astros hasta los inabarcables mares de la web, Sagasti va cortando hilos aquí y allá, atando y desatando nombres, historias; va tejiendo vuelta y vuelta, para que en una de ésas se asome uno a “la primera vez”, con la boca abierta y el lenguaje tropezando en un instante que se abre como un portal: “Si, como quieren muchos, las palabras reflejan el mundo, avanzar por esas grietas es aventurarse, como Alicia, a un mundo que estuvo delante de las narices todo el tiempo. Por eso el arte magistral de muchos escritores es encontrar el reverso de la palabra aun escribiéndola bien, algo así como dejar la puerta entreabierta. Tal vez se logre colocando al lado la palabra indicada. Como si una fuera la cerradura y la otra la llave”. 
Habla de los escritores como si de otro ovillo se tratara, de aquellos “cazadores de haikus que muy de vez en cuando aparecen”, y se consuela: “Por eso debemos conformarnos con los relatos sobre estas luciérnagas o algunos bichitos de luz que no alcanzaron a encenderse del todo.” Pero el relato también puede ser haiku o canción, y, en efecto, las hebras que Sagasti cuidadosamente enlaza de pronto se encienden y nuestros ojos quieren ver.
El haiku, la música de las esferas, el Tao, chamanes, santos: son puntos recurrentes en el texto que evocan las fronteras de la palabra. Como la experiencia de aquellos que han vivido al límite: de lo humano, de lo decible. “Pero como el hombre también es lenguaje, lo sabía Basho antes que tantos, debería encontrarse en el haiku la llave que abra la jaula. Como el principio de la vacuna: trabajar con aquello que se quiera combatir.”
¿Cómo abrir esa jaula? ¿Quiénes la han abierto? ¿Quiénes la podrán abrir?
Las luciérnagas aparecen a lo largo del libro, lo abren y lo cierran (así se titulan el capítulo uno y el ocho) y marcan el rumbo: “Deberíamos buscar entre los hombres únicamente a las luciérnagas; el resto son solo animales cuya escarcha se refleja en los cielos”.
Sagasti se acerca de este modo a la luz intermitente de ciertos nombres e historias: Beyus, Vonnegut, Saint-Exupéry, Basho, Wittgenstein, Glenn Miller, Sun Ra, Kubrick. Pero por sobre todos, en el frente, coloca a una luminaria muy particular: Luis Alberto Spinetta, a quien pertenece ese fragmento de la canción “El anillo del Capitán Beto” que hace las veces de epígrafe.
No es casual. El libro se abre y se cierra con referencias al género canción: al principio se la muestra (“Ahí va el Capitán Beto por el espacio, / la foto de Carlitos sobre el comando / y un banderín de River Plate / y la triste estampita de un santo.”), al final se la nombra (“Y comenzará por primera vez la misma canción”).
“Por primera vez / la misma”: en esa contradicción se juega la potencia de la palabra en su devenir musical, la grieta hacia el instante. Como el brillo de las luciérnagas, de todo lo que esa melodiosa palabra evoca, la canción nos remite al reino donde los hilos de la palabra se cortan y se anudan a un más allá indefinible pero no por eso menos real. Spinetta como cazador de haikus.
Las Bellas Artes se configuran así como una sucesión de instantes, como un jardín de los presentes (así se llama el disco de Invisible donde está incluida la canción de Spinetta) donde se encienden, de vez en cuando, esas pequeñas luces que nos orientan.

Comentarios

Publicar un comentario