"Retrato en penumbras de una generación perdida", por Fabián Soberón

Los muchos que no viven, de Alberto Vanasco. La Plata, Mil botellas, 2011, 144 págs.



Alberto Vanasco nació en Buenos Aires en 1925. Fue traductor, remisero y profesor de física y matemática. Trabajó en el Poder Judicial y en las Fuerzas armadas; escribió guiones para cine y televisión. Miembro de una familia acomodada, viajó por Europa y Estados Unidos. Publicó poemas, cuentos, novelas, ensayo filosófico, teatro y es considerado un precursor de la ciencia ficción en Argentina. De su obra diversa se destacan las novelas Sin embargo Juan vivía (1947) y Nueva York Nueva York (1967). Cercano al grupo de los surrealistas, escribió un ensayo sobre el racionalista Hegel. Murió en Buenos Aires en 1993.
Los muchos que no viven (novela publicada en 1964 y reeditada recientemente) no es una narración de aventuras, ni una novela negra, ni la evocación depurada y triste de un triángulo amoroso. Es todo eso y, al mismo tiempo, mucho más. Alberto Vanasco elige el pretérito imperfecto para hablar de Emilio y de su grupo de amigos. Ese tiempo imperfecto le sirve para esbozar el ritmo intelectual de una generación y de un modo de enfrentarse a la vida y a las circunstancias. Con una prosa incandescente, Vanasco habla de sí mismo (a través de Emilio) y traza el mapa díscolo de su tiempo: expone de manera narrativa las hipótesis políticas y filosóficas de los años ´50 en la ciudad de Buenos Aires. La novela, entonces, es una narración precisa y poética sobre las vacilaciones de una vida, sobre el desencanto de un hombre y de su época.
Antes que peripecias, Vanasco crea atmósferas oscuras, neblinosas y, a partir de esos climas, cuenta las circunstancias irreversibles de su protagonista. Emilio es lúcido, vagabundo y mujeriego. A pesar de su búsqueda de una vida mejor, no encuentra en nada el asidero para su existencia. Su rutina incluye las reuniones con sus amigos Miguel, Román, Tolosa y los otros. Dice el narrador: “Más que hacer cosas, nos dispersábamos en euforias musicales, en borrosas dialécticas de café.” Todos están a la deriva. Nadie tiene un oficio fijo. Miguel es una especie de intelectual que está harto de la vida en su país. Con parsimonia, Emilio escucha sus discursos eufóricos sobre la falta de conciencia latinoamericana. En medio de las infidelidades y los desencuentros amorosos, los jóvenes sin norte, discuten sobre el futuro del país. En este sentido, Los muchos que no viven es un relato crítico, un conjunto de ideas sobre el pasado fracasado y sobre el porvenir incierto.
Pero la novela no se define por la elaboración de una trama. Es, antes que nada, un tono, una voz, un flujo de ideas, de sensaciones, de ritmos íntimos. Dice Emilio: “Todo estaba impregnado por la perseverancia, el vapor y la decrepitud de la lluvia.” Vanasco entrelaza la narración mínima y justa de episodios con la evocación afantasmada de una manera de ver el mundo, la de su narrador protagonista. Ese tono es la marca de la novela, un mantra reflexivo y poético: “Yo me echaba hacia atrás en el asiento y contemplaba la noche a través del parabrisas abombado. Miraba las calles húmedas y resplandecientes, la ciudad arrogante pero dormida, la lluvia que trizaba los vidrios. ¿Qué hago yo aquí con esta mujer? El auto se deslizaba silencioso entre otros autos, también silenciosos y suaves, cada uno con su urgencia exacta y sus pasajeros difusos, guarnecidos por las sombras, en la azulada y confortable penumbra donde parecían urdirse los destinos del mundo.”
En muchas páginas no ocurre nada. Es decir, la trama, en un sentido cinematográfico, no avanza. Lo que escucha el lector es la conciencia de Emilio, el flujo melancólico y arrollador de alguien que observa, que atraviesa “el” mundo con una pena interminable. Vanasco hace de Emilio el síntoma de un periodo de desolación. La novela traza el arco de una juventud perdida entre la conciencia del fracaso en el pasado y la inexistente gloria en el futuro. La novela es un fresco destemplado de un tiempo histórico, y también es la taquigrafía desoladora de un estado de la existencia.
Anota Mario Trejo en el prólogo a la novela, escrito en 2011: “Esta es una novela de los años cincuenta, sobre Buenos Aires en los años cincuenta. Muestra las carencias de nuestro país… Todo era negación y dificultad.” Los muchos que no viven es un mapa de la abulia de unos desencantados, en una hora precisa, en el tiempo de la frustración y el desconcierto.
 
 
 

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