“Por decisión propia”, por María Casiraghi


Desmonte, de Gabriela Massuh. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2015, 306 págs.


Con una narración precisa, profunda, rica en pensamiento y en imágenes, donde lo poético convive con una prosa cruda y una historia descarnada, tan verosímil que el lector no puede, aunque quiera, mirar para otro lado, se desarrolla Desmonte, la nueva novela de Gabriela Massuh.
La protagonista, Catalina, en medio de una obsesiva espera de su hijo ausente, debe escribir un artículo sobre la novelística argentina actual para un reconocido suplemento literario. Aunque el tema le resulta tedioso e intrascendente, cuenta con que haciéndolo podrá finalmente convencer al director de publicarle esos “nada interesantes garabatos acerca de los nada literarios tiempos que corren" (233), a los que Catalina necesita desesperadamente visibilizar.
El relato de la escritora en Buenos Aires alterna con la historia del impune avance de una empresa canadiense en el noroeste argentino, más específicamente en Orán, Salta, donde se desocupará a las comunidades originarias de manera brutal. El propulsor de este abuso es “El Ingeniero”, capaz de acudir a cualquier estrategia incluso al asesinato, para lograr sus objetivos empresariales y personales, con la complicidad de gobernantes locales y algunos vecinos corruptos. Allí, en medio de toda esta revuelta, se encuentra Antonio, el hijo extraviado de Catalina, un ser al que los guaraníes de La Loma acogen como uno más de ellos.
La dicotomía entre ficción y realidad (“¿qué importaba si eran ficción o no ficción cuando finalmente tenían, de la literatura, su condición primera que era contar bien una historia?” 17) es una más entre sucesivos contrastes de mundos y temas que parecen estar expuestos a lo largo del relato para que el lector tome partido; pero si la novela instaura una abierta denuncia política, la autora se cuida de no perder la exquisitez de estilo. El mismo artículo que se le asigna y por el que despotrica toda la novela, le sirve para descargar su visión sobre la literatura actual y sus servidores al tiempo que pone en duda cualquier eufemismo al respecto justamente porque quien emite el juicio crítico se presenta como una mujer desequilibrada (toma pastillas, se pierde en la ciudad, sale descalza, se desmaya, vive en un departamento que nadie ordena ni limpia hace meses inmersa entre colillas de cigarros y donde lo único intacto es el cuarto del hijo que no ha vuelto) y porque como ella misma afirma al entregar el artículo: “la literatura es el asunto menos susceptible de ser objeto de afirmaciones contundentes” (232).
Quizás la principal dualidad que presenta el texto sea la del mundo capitalista-neoliberal que está encarnado en la empresa canadiense, en contraposición con el pasado edénico de las comunidades indígenas. En sintonía con el primero, está el padre de Catalina que trabaja para una firma brasilera y su hermano, un buscavida que vive de corruptelas políticas aventajándose aquí y allá sin reparar en consecuencias. Del mismo lado estarían los gobernantes, abogados y jueces, la Iglesia Católica: “La empresa tenía una línea directa con el Vaticano a raíz de su larga experiencia en materia de desalojos similares” (138). En el bando opuesto, “el paraíso perdido” de La Loma (“Nunca se supo a ciencia cierta cuántos la habitaron. En los tiempos anteriores al tiempo no importaban los números” 21) y quienes defienden sus causas; algunas figuras disidentes de la Iglesia como el Obispo de Salta, una jueza, el mismo Antonio, Catalina, y personajes como Juan, que se volverá central en la vida de Catalina y en el mismo relato.
Asimismo, abundan las reflexiones sobre las relaciones entre literatura, realidad y política, como este paralelismo que en su artículo establece Catalina entre novela actual y capitalismo:

La celebración de la novela actual participa de este fetichismo de la novedad. En este sentido, es como el capitalismo. (...) El capitalismo justifica el incremento de su depredación con la idea de un progreso cada vez más expandido, sin importarle si eso implica llevarse puesto el planeta. (...) Así como el capitalismo intentará encontrar en el Planeta Marte los recursos que habrá agotado en la Tierra, la ficción literaria confía en una evolución similar, sólo que indirectamente proporcional: en vez de mudarse a otro planeta, se contentará con subsistir en partículas cada vez más pequeñas. (81)

Mientras, en Orán, el capitalismo no sólo arrasa con la vida de la comunidad sino “también con sus muertes” (58), ya que como reflexiona Haydée, una de las luchadoras del pueblo, “si morir es penetrar el misterio de los árboles qué muerte los espera, en un mundo cuyos árboles no están en ninguna parte?”.
Pero la empresa canadiense detenta una coartada; cuando el Obispo entra a La Loma para entrevistarse con el ingeniero y descubre que dentro del predio no hay un sólo árbol en pie, queda perplejo ante la explicación que le da José su acompañante: “Desmontaron, pero desde la ruta no se ve porque dejaron en pie dos filas de árboles” (131). Con este hecho, ¿acaso se nos está queriendo sugerir que la literatura actual también tiene su fachada, títulos y autores que sólo existen para encubrir un vacío? La misma Catalina se anima a comparar la literatura con los procesos de marginación: “Por más odiosa o arbitraria que resultara la comparación, literatura urbana y expulsión adolecían de la misma falta de mundo. Wethlos, decía Hanna Arendt. Los unos, por haber sido expulsados, los otros por decisión propia” (64).
Quizás Gabriela Massuh, haciendo justicia por su protagonista, logró con Desmonte lo que habría querido Catalina pero las circunstancias no se lo permitieron; contar una historia urgente, comprometerse, por decisión propia. 


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