“Por la ruta cifrada”, por Adriana Mancini
La república
posible. 30 lecturas de 30 libros en democracia, Diego Bentivegna y Mateo Niro (eds.).
Buenos Aires, Cabiria, 2014, 272 págs.
La literatura, hemos aprendido en este país agraviado por
cruentos Golpes de Estado en el pasado, cargó sus espaldas con la no siempre
posible tarea de mostrar el revés de la trama de la historia oficial.
Censurados en su momento, los textos literarios, desafiantes, guardaron
silencio en los años dictatoriales, pero acumularon los hechos en la memoria de
la escritura clandestina. “La memoria, […] no se plantea en la literatura como
lo dado, sino como aquello que tiene que ser trabajado” aseguran los editores
en el excelente prólogo de La república
posible. Los estragos del exilio, desapariciones, tortura, abuso de poder,
la guerra del Cono Sur y la muerte en todas sus manifestaciones fueron
emergiendo en los albores de la democracia. Lenta pero implacable, la
literatura de esos años hasta el presente no sólo trabaja sobre un material que
desde diferentes perspectivas sigue sorprendiendo, sino que permite a la crítica
que la aborda una lectura montada en la paradoja del futuro perfecto; es decir “[…]
imaginar cómo habrá sido la
literatura de un mundo futuro”.
Los treinta ensayos que componen esta original edición remiten
a treinta obras publicadas en treinta años de democracia. Treinta críticos,
escritores, poetas (los géneros habrán
tendido a fundirse) eligen sin condicionamientos su obra dilecta posibilitando
una bienvenida república, en las letras. No sorprende que el primer artículo
sea sobre Los Pichiciegos de Fogwill;
tampoco desentona la lectura presente de una novela escrita en sincronía con una
guerra arbitraria y sangrienta que signó el destino de los militares del poder:
“Contada como farsa de guerra, Los
pichiciegos revela lo que la guerra tuvo en sí misma de farsa”. Otra línea se
desprende de Las islas de Gamerro, novela
que resuelve la dificultad de contar una guerra sin caer en una gesta patriótica,
subrayando grietas sociales y la represión militar. En Alambres de Perlongher se enfoca el legado de la dictadura –“Cadáveres”– y el concepto teórico de
desterritorialización adoptado para representar el desarraigo “de la patria, lengua, […] del cuerpo vivo”. La lectura de El aire de Chejfec (aunque opacada por el error en el título de un
reconocido cuento de Cortázar) rescata una sugerente anticipación de ciertos
hechos económicos y sociales. Asimismo, en El
dock de Sánchez y Rapado de
Rejman hay rastros de ese “futuro perfecto”: ambos serían referentes de la “ficción
política” por venir. De Cortázar y Dunlop se eligió Los autonautas… porque “lo
programado como poética aparece ya transformado en escritura”.
Los desplazamientos migrantes son los ejes en La italiana de Suarez y Stefano de Andruetto; la tecnología en
riesgo de arcaizarse surge de las múltiples facetas de Los años 90 de Link; la sobredimensión –“una carcajada homérica”– en el “espíritu de
los años 60” en consonancia con los 80 en El
fervoroso idiota de Llinás. Desde el Borges
de Bioy, donde “ambos están haciendo literatura”, hasta la sensibilidad
revelada en Los cuentos del sapo de
Villafañe; desde Tartabul de Viñas, “capaz
de medirse con toda la literatura argentina”, a El
desierto y la semilla de Baron Biza en la que el “cuidadoso trabajo sobre
el habla de los personajes” no ensombrece su “siniestra excentricidad”; desde El trabajo de Jarkowski donde la tensión entre lo erótico y lo
social sucumbe en enamoramiento (de una lectura comprometida con un “nos” inclusivo);
y la extrañeza sobre lo cotidiano en la creación de Uhart y la mediocridad del
pensamiento burgués desnudado en Vivir
afuera de Fogwill; incluso, la posibilidad de “hablar de la dictadura sin
mentarla” en El colectivo de Almeida:
todos son senderos que aunados arman La república
posible.
A su vez, las lecturas de los poetas escanden las travesías
de la memoria e insertan rastros más sutiles aunque no menos corrosivos. Una “poderosa”
vuelta a la gauchesca, en El gran surubí
de Mairal; “una zona de reflexión” en Estado
de Reverencia de Godino; la puesta en abismo en El affair Skeffington de Moreno. En Violín obligado de Gianuzzi se afirma “no hay cadáveres. Hay una
presencia ominosa de la muerte”; y en la contracara, la elección de Los conjurados por ser “el más sereno y
más alegre” de los libros de Borges; Escribanía
de vivos y muertos de Martínez transfigura la humillación en la infancia y
vejez; la Antología de Mermet
reafirma que “la relación de la escritura con el mundo es el feliz juego de una
tensión”; El vespertillo y las parcas
de Carrera exalta “las palabras contadas por la vitalidad de esas mujeres” y Finlandia de Aulicino “consolida una
expresión poética que participa tanto de la evocación histórica con acento
coral como del doliente yo”.
Hay entre las lecturas dos reflexiones que configuran ese
espacio donde el libro y su propósito –la literatura– se repliegan y encuentran
su mínima expresión, su matriz. Padeletti, concluye su crítico, entrega sus Poemas 1960/1980 “gestándose con ese
estilo de semillas que siguen su ruta cifrada” y otro lector de esta “república
posible” apunta, sobre la Poesía completa
de Inchauspe, que la osadía de “reunir palabras, juntarlas pacientemente,
combinar vocablos, resulta un tipo de tarea que procura detener una imagen en
el curso del tiempo”.
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