"Barroquidades, afogamientos y networking", por Jimena Néspolo



Vikinga Bonsái, de Ana Ojeda. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2019, 144 págs.


Vikinga Bonsái
Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019) de Ana Ojeda fue promocionada en su lanzamiento como “la primera novela escrita en inclusivo”. La ficción se plantea como posibilidad lúdica del lenguaje en un tiempo estrictamente pautado, definido por una semana exacta, compartimentada en siete capítulos presentados en la forma en que el dialecto calabrés señala los días –crai (mañana), prescrai (pasado mañana), prescrille (el día después), prescruflo, etc.–. La protagonista que da nombre a la novela queda a cargo de su hijo pre-adolescente, “Pequeña Montaña”, hasta que vuelva “Maridito” de su viaje por la selva paraguaya; sobre las vicisitudes de la crianza y el trabajo se desarrolla el primer capítulo montado sobre una segunda persona que en los apartados sucesivos vira a la tercera sin que el cambio haga mella en la recurrente intervención de la “e” en sustantivos y adjetivos en pos de la búsqueda de un lenguaje no sexista. La muerte sorpresiva de la protagonista e inmediatamente la de su madre obliga a las amigas que se dieron cita en su casa la noche del deceso (“Dragona Fulgor”, “Orlanda Furia”, “Gregoria Portento”, “Talmente Supernova” se llaman) a hacerse cargo del “hije” de la difunta hasta que llegue el progenitor. En la sucesión de pequeñas cotidianidades pautadas por la compra de supermercado, las comidas, la higiene y la rutina escolar se suceden los días compartidos en el departamento, entre las amigas y sus hijes, en la perfecta ausencia de todo hombre, como si la sola presencia del sexo opuesto diera por terminado el juego del duelo. La apelación al lenguaje inclusivo se ofrece pues como el vehículo adecuado para evadir los mecanismos de control societario en donde los personajes masculinos son presentados como meros agentes de poder responsables del padecimiento de las mujeres. Que la histeria y la incapacidad organizativa de las amigas vayan en aumento con el correr de las páginas y que la novela se termine cuando alguien llega (¿el Padre?) afirman el carácter excepcional de esa semana en que el lenguaje y la novela toda se desarrollan, como paréntesis festivo ante el inminente “llamado al orden”. Pero sería injusto señalar el estrangulamiento conservador de Vikinga Bonsái, ese que vuelve planos y planas (¿planes?) a “les personajes” tal si fueran “todes une misme” como una falencia. Más que una pieza autoral la novela exige ser leída de manera coral y en diálogo con la Agenda de las Mujeres y su lema 2019 “Soridad verde violeta” desde la misma tapa –aun cuando Ojeda haya tentado en otras ficciones (Necias y nercias y Mosca blanca mosca muerta, 2017) la construcción de una lengua propia caldeada entre el arborescente lunfardo y el ludismo neologista.
La novela se despliega entonces en diálogo con una serie textual y otra serie orquestada sobre guiños que definen el alcance de su campo de lectura; un campo que es la escena donde ésta y otras escrituras feministas actuales se desarrollan e interactúan. Así por ejemplo es que se menciona al pasar el libro de cuentos Cómo usar un cuchillo, de Fernanda García Lao (“Remora de la época en que Pequeña Montaña no sabía cómo usar un cuchillo” pág. 35, la itálica es del texto), la filosofía de Zygmunt Bauman (“para amanecer en la inmensidad naranja rectangular de la terraza, castigada con violencia líquida –#reBauman– por el agua”, pág. 113), el gatopardismo de Lampedusa o el cine de Michelangelo Antonioni, sin mediación o solución de continuidad (“descubre a Talmente Supernova viviendo desaforada fantasía Blow up detrás de su celu metralleta”, pág. 98). La prosa sufre a su vez una suerte de detenimientos en que el trotecito acompasado y variopinto de barroquidades ofrece una suspensión de sí, a manera de foto instantánea del párrafo que condensa y resume de lo que se está hablando, a partir del uso del hashtag o la etiqueta que focaliza el lugar común y el chiste fácil como suerte de guiño al gueto. Veamos algunos ejemplos:

Se levanta Orlanda Furia para buscar bebestible frío de la heladera contorneada de silencio. Husmea encorvada la magra oferta de los estantes, canaliza a Lampedusa: todo cambia para que todo siga igual. Tienen que esperar la vuelta de Maridito, no hay otra. #clavadasmal (84)

Las otras dos quedan encargadas de averiguar qué fue de la vieja y cuándo piensa apersonarse. Que sea lo antes posible, la vida no espera a nadie. #conmigonoBarone (67)

Busca ofertas, eso cree ella al menos, un poco confundida con el orden que le proponen las góndolas #tirameuncentro #dolordeovarios. (62)

Si la profusión de imágenes y el ingreso de palabras arcaizantes generan un movimiento gozoso del relato, una suerte de locomotora verbal que enciende y motoriza el lenguaje, el uso del hashtag es su contrario exacto: detiene, afoga y cristaliza la prosa para lograr un entendimiento claro en la era del Networking y del titeo en Apss market. La incongruencia del contraste es quizá acaso uno de los mayores logros del libro.

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