“Las trampas de la retracción (Espectros I)”, por Jimena Néspolo


El videíto de TikTok se abre solo en nuestro teléfono, convocado por algún esotérico algoritmo. Imagen y sonido que se desenvuelven unos segundos ante nosotros sin que lo hayamos buscado. Unos segundos apenas, los suficientes para recibir un mensaje como el de cualquier influencer. Pero esta vez no se trata de zapatillas, recetas vegetarianas o perfumes, es el rostro perfectamente ario de Javier Milei que grita a pulmón lleno: “¿Dónde están los 30.000 desaparecidos? Decime ¿dónde están que no los veo? ¿Dónde están?”. Por más que intentemos cerrar el video o al menos la aplicación lo más rápido posible, la tecnología nos gana de mano: ya hemos sido sumados a un poroteo que acontece no sabemos bien dónde y que monetariza nuestro mero espectar a bulto completo, acrecentando el fenómeno. El uso de las redes y de las tecnologías imponen ceder el legado de nuestra soberanía sobre el uno. El liberalismo tecnológico arrincona cada vez más al sujeto en la categoría de usuario usado: creemos usar una app que en verdad nos usa a nosotros. Eso no es una novedad, desde luego. La novedad nos la brindan los mensajes que habilitamos sin querer, y que resultan amplificados en una suerte de pedagogía vacua, que se pretende joven, despolitizada en el cambio, pero que reenvia a un pasado demasiado rancio: una fantasmática que creímos dejar atrás y que regularmente retorna. Porque los espectros siempre retornan. 

Pero estábamos con Milei y el videíto en el que grita los 30.000 a sabiendas de que esa es una provocación que garpa: garpa en los medios concentrados que se convirtieron en tales a partir de oscuros negociados realizados durante la última Dictadura, garpa para el discurso pro-cambio que homologa virilidad con incorrección, garpa para los carroñeros que viven de azuzar la grieta o el conflicto interno en cualquiera de sus formas. Porque esa interpelación que roza el negacionismo y que duda en llamar “genocidas” a los genocidas y “dictadura” a la Dictadura, que se convirtió en eslogan de campaña desde que este personaje se convirtió en candidato y más luego en Diputado nacional del partido La Libertad Avanza, en diciembre de 2021, un slogan que ahora vuelve a blandir en tanto candidato a Presidente, no sólo se apoya sobre aquel hit creado durante el macrismo al señalar a las políticas de la Memoria como el “curro de los Derechos Humanos” sino que recarga las tintas y va por más. Como si estos arúspices del horror fueran capaces de auscultar un malestar presente en la cultura, una zona donde el Mal se vuelve banal y lo indecible se ridiculiza, y que no sólo fueran capaces de vehiculizar ese malestar sino que además lograran exponenciarlo, hacerlo crecer. Movimiento retroactivo que al volver sobre nociones perimidas desde hace tiempo para las humanísticas –la “teoría de los dos demonios”, la noción de “guerra sucia”–, acarrea la posibilidad de que las mismas adquieran algo de aquella legitimidad social que posibilitó tiempo atrás el accionar terrorista del Estado, sobre el inédito supuesto de vivir en un estado de naturaleza donde cada cual está librado a su suerte (por ejemplo, un Estado habilitando el uso irrestricto de armas y el “sálvese quien pueda”).  

Ilustraciones de Víctor Hugo Asselbon

No obstante, hay algo del razonar idiota en la pregunta “¿Dónde están los 30.000 desaprecidos?” que incomoda. Y porque molesta, es preciso detenerse en el análisis. Si los 30.000 están desaparecidos es porque no están. Milei pregunta sobre sus nombres, porque los nombres reunidos por los organismos de Derechos Humanos no llegan a esa cifra y como no da con la cifra exacta impugna la lista completa. No sólo supone que el nombre es capaz de reponer cuerpo y existencia, sino que la figura de “desaparecido” en la Argentina de hoy –una presencia/inexistencia que duele en tanto se los sigue buscando– depende de la exactitud de esa cifra. Un razonamiento falaz, desde luego, pero que como todo pensar idiota tiene su lógica y desencadena, como las novelitas de género, el aplauso fácil. Puesto que solo la “aparición” del desaparecido podría invalidar su razonamiento, el Idiota se agiganta.  

Pero ese carácter espectral que la figura del “desaparecido” convoca  no tiene que ver ni con los listados, ni con el nombre propio, ni tampoco con la acción de los organismos de Derechos Humanos lanzados en pos de la búsqueda de las víctimas y de sus descendientes, nacidos en los centros clandestinos de detención. Acciones, dispositivos culturales y redenciones de la letra que han intentado reponer el gesto funerario sobre el que se funda toda cultura: enterrar a lo muerto, preservar a lo vivo. El “desaparecido” es un muerto que no tiene cuerpo, no tiente nombre, es un espectro que convoca a los espectros que conjura, aquellos que le han otorgado su estatuto espectral. Una política genocida que busca la desaparición del Otro tendiendo un manto de ominoso silencio sobre las existencias sólo puede desencadenar su reaparición espectral.  

Y el espectro que retorna no es el Otro, el otro que la mismidad guarda, como se guarda una vasija o las cenizas o un cuerpo en un cementerio. Porque toda apropiación, reescritura, toda sobrecodificación, en forma de cifra o de relato, para lograr entender lo inentendible, es inexorablemente diferente: el “desaparecido” que “aparece” es un espectro siempre distinto pero que siempre vuelve a velarse. Puesto que la mismidad nunca regresa, lo que regresa en la espectralidad es otra cosa. El “desaparecido” que aparece cuando una cantidad de militantes, en cualquier reunión que acontezca, empieza a gritar sus nombres no es sino la apariencia de lo ausente: la cifra del vacío. Y en tanto signo que no tiene cuerpo y no puede permanecer enterrado, el retorno del espectro siempre es diferencial, es político, e interpela en tiempo presente. Porque los muertos insepultos siempre son indóciles. El espectro que retorna es aquella otredad negada que, al fin, cuando se manifiesta, se vuelve amenaza para las subjetividades forcluidas.  


 

Comentarios

  1. Es increíble como la tecnología de la comunicación se ligue al ideal fascista sin más y con total impunidad. Muy claro el análisis. Concuerdo.

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