“El ruido y la furia”, por Javier Geist




El ruido de una época, de Ariana Harwicz, Editorial Marciana, Buenos Aires, 2023, 142 páginas.


En un presente que pareciera volverse cada vez más absurdo a un ritmo frenético, llegó a mí un libro que da cuenta, punto por punto, de este curioso fenómeno. El volumen que inaugura la colección “No ficción” de editorial Marciana inicia con una declaración de principios: “Afirmar la necesidad de la paradoja” (10). Deja entrever que solo se puede entender lo incomprensible muñéndose de categorías afines, porque “pensar la época es que esté bajo sospecha y tensión” (11). Esta obra de 142 páginas es un agudo análisis del presente que traza una línea desde la crítica literaria a la crítica social, sin perder el filo de las palabras ni la agudeza de sus opiniones. Reúne, revisada, y ampliadas, las distintas opiniones de la autora expuestas previamente en redes sociales y entrevistas, y consta de dos apartados. El primero, “La escritura adoctrinada”, se adentra en el conflicto sobre la corrección e incorrección política, la violencia y la escritura, y los escritores con falso compromiso social. Así, da comienzo a reflexiones como: “Ésta época lee mal porque lee desde la identidad (…) si se elimina la ambigüedad en un artista se lo destruye”. Y corona con la duda: “Me pregunto cómo hacer para señalar la violencia de quienes sí adaptaron su diccionario y su lengua a este tiempo, de quienes impugnan los usos de la lengua que no se adapta a sus ideologías” (39). Luego, la autora va mutando en reflexiones sobre la escritura y los personajes de las novelas, entre las que puedo destacar: “Reducir las contradicciones de los personajes no es solo imposible sino antiliterario” (30); “Describir la naturaleza es estúpido. (…) para escribir hay que dejar un espacio en blanco (...) lo que nadie ve es la esencia de la escritura” (86). 

El segundo apartado, “El escritor aparenta ser un moribundo”, profundiza en la relación escritor/ obra, las poses y los manifiestos, como también lo que las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales han contribuido a moldear el presente haciéndonos perder colectivamente el sentido crítico: “Sabemos que cualquier dispositivo implica accesos que pueden monitorear la actividad de los usuarios y así y todo aceptamos ser reducidos a la condición de usuarios y que nos monitoreen” (122). Y cierra el apartado comparando: “Los jóvenes pasaron de ser combatientes y adultos, de vivir una vida con épica a ser infantilizados en aplicaciones” (123). De allí avanza a los discursos de odio, que en algunas redes como X se esparcen cual reguero de pólvora encendido. Aquí lo paradojal sigue siendo la característica general: “No hace falta nada para odiar, la pasión se justifica sola” (124).

Las frases anteriores ilustran solo algunas aristas, el pensamiento de Ariana Harwicz volcado en estas páginas va mucho más allá. Las reflexiones crecen de forma rizomática y uno no es capaz de adivinar hacia dónde va a apuntar su crítica en la página siguiente. La polémica puede tomar diversas formas, la del aforismo, la de una charla de pasillo de facultad o la de una disertación. Crecen también como síntoma de un tiempo que tiene al oxímoron como estandarte y a la incertidumbre como instrumento para mantenernos expectantes. Es un llamado a escuchar los silencios presentes en los intersticios de un ruido generalizado, que se ha vuelto época.


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