“Voces en el tejido” por Rosana Koch
La primera materia, de Cynthia Edul. Buenos Aires, Tenemos las máquinas, 2024, 115 páginas.
El punto de costura, conferencia performática de Cynthia Edul con Guillermina Etkin, Galpón de Guevara (CABA), marzo-abril de 2023.
“Lino, percal, saga, poplín, voile, piqué, tafetán, viscosa, gabardina, lona, brin, granité, Jacquard, algodón, lana, polar” (9). Esta enumeración, con la que Cynthia Edul –novelista, dramaturga, actriz y gestora cultural– comienza La primera materia (2024), despliega un repertorio léxico que anticipa los hilos semánticos que se irán tramando a lo largo del relato. No son simplemente nombres de telas, sino capas de sentido que remiten a la historia familiar y la experiencia migrante. Cada tejido nombra una textura y un tiempo: son las primeras materias de un archivo afectivo, poético y político. El gesto de listar estos géneros textiles constituye en sí mismo un acto de narrar, un inventario íntimo de lo heredado.
No puedo evitar poner en diálogo con este espacio afectivo, la enumeración de Varia imaginación (2003) de Sylvia Molloy que incluye la narradora al final relato [1]. En ambos casos, el acto de enumerar funciona como una forma de evocación en el que ambas autoras activan una poética de los materiales: las palabras devienen vehículo para inscribir lo vivido y restaurar lo perdido.
Desde el comienzo, La primera materia se organiza como la reconstrucción de una herencia familiar asociada al trabajo textil. El textil, “la primera materia que el ser humano llevó consigo” (31), no solo abriga el cuerpo, sino que narra, ordena el mundo y preserva la memoria.
“Pienso en el hilo que enlaza la migración de mis abuelos, la hambruna, la calle, los días de sol en los que eran señalados por su piel, su lengua, sus costumbres… Pienso en el hilo que parte de ellos y llega hasta mí.” (27), escribe la narradora. Interrogarse por la herencia implica enfrentarse a lo que se nos impone sin elección, aquello que se nos transmite como un legado y que nos llega como marca de sangre ineludible. Sin embargo, ella quería leer, terminar la carrera de Letras y “no perder el tiempo en el pasatiempo de mis padres” (69). Como el sociólogo Didier Eribon en Regreso a Reims (2022), la narradora, ferviente lectora del libro, se cuestiona: “¿Se puede romper lo que somos?”(27), o bien “¿Se puede hilar una nueva trama? (69).
La experiencia migratoria de su familia de origen sirio-libanés, llegados a la Argentina entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, funciona como telón de fondo para el entramado del libro. Entre ensayo y autobiografía, de corte fragmentario, la narradora recorre su linaje a partir de la empresa familiar textil “Jacinto K. Edul e Hijos”, al tiempo que reflexiona sobre los vaivenes de la historia argentina, marcada por etapas de auge y por múltiples crisis. La historia de la empresa representa la lenta conformación de una colectividad de extranjeros que se organiza en la adversidad y se puede leer como una alegoría del tejido productivo argentino: una urdimbre que, tras cada derrumbe, intenta rehacerse desde sus propias ruinas.
La época de esplendor familiar coincide con la Algodonera Flandria y el proceso de industrialización nacional. Ese crecimiento se desmorona tras el golpe militar de 1976 y se profundiza con la desindustrialización y precarización del sector que marcaron las décadas del 80 y del 90. La crisis del 2001 significó “el punto de quiebre” (61) para la empresa. Sin embargo, es la pandemia por Covid-19 en 2020 cuando esa ruptura adquiere una dimensión más íntima y existencial. El nudo más oscuro (la enfermedad de su hermano) en ese “tiempo suspendido” es lo que obliga a la narradora a tener que hacerse cargo y administrar la empresa familiar por primera vez.
Además de reconstruir una historia familiar, La primera materia activa una constelación de saberes que excede lo autobiográfico y propone pensar el textil como una forma de conocimiento en múltiples registros. Por un lado, despliega un saber técnico-productivo vinculado a los materiales, los oficios, los géneros de tela (en especial el algodón) y las formas de organización del trabajo; y por otro lado, articula una reflexión simbólica sobre el textil como tecnología cultural y archivo sensible que trasciende lo utilitario. En esa línea, se entrelazan referencias míticas, como Atenea y Aracne, Helena, Penélope, Circe, Andrómaca, con pasajes literarios que van desde La Odisea hasta La grande de Juan José Saer, pasando por Engels, cuya biografía sorprende a la narradora cuando descubre que su padre fue un empresario textil [2]. También incorpora episodios históricos como las luchas de las obreras de Brukman y las huelgas textiles de Massachusetts, donde “convirtieron el costurero en un arma infalible de resistencia colectiva” (60).
Texto y textil no solo comparten raíz etimológica (del verbo latino texere, que significa “tejer”), sino que también comparten una lógica estructural: ambos implican el acto de tramar, de entrelazar elementos —hilos o palabras— para producir forma, orden y significado. Como señala Virginia Postrel, una de las teóricas de referencia de Edul, tanto los tejidos como los textos son tecnologías culturales ancestrales que organizan el caos en estructuras legibles. De esta manera, las expresiones “el hilo de la vida, de seguir la trama, desenredar el ovillo, mover los hilos, conocer el paño (…), se atan cabos, se tejen alianzas” (57) no son meras metáforas: revelan cómo el pensamiento se configura a través de la lógica del entrelazado, cómo el tejido configura una forma de producción de conocimiento, una sintaxis material alternativa que desafía las lógicas patriarcales y coloniales [3]. Como plantea la autora: “El lenguaje textil se creó antes que la escritura. Nudo y trama formaron la primera gramática de la historia” (31).
La primera materia sugiere que tejer no es solo producir objetos: es inscribir experiencias, transmitir relatos, denunciar injusticias y pensar desde el cuerpo. En el cruce entre materiales, gestos, historias y silencios, el textil aparece como una forma situada de conocimiento que articula lo personal con lo colectivo, lo sensible con lo político.
¿Qué se activa cuando la palabra escrita se vuelve cuerpo y sonido, y deja de ser solo un texto leído en el silencio?
El 18 de abril de este año asistí a la conferencia performática El punto de costura (2023), presentada en el Galpón de Guevara, experiencia que dio origen al relato La primera materia. Allí, el texto literario cobra respiración, se convierte en una escena en vivo, en un “aquí y ahora” que interpela el cuerpo: se tensa y se relaja al ritmo del universo sonoro creado por Guillermina Etkin, mientras la palabra se convierte en experiencia sensorial, física y afectiva. La voz deja de ser una abstracción interior, se vuelve materia vibrante que habita el espacio, que dice, resuena entre líneas, calla y convoca. Es una voz que no busca reconstruir un oikos perdido, más bien reimaginar, desde el presente, aquello que nos dio forma.
Fue en esa función de abril donde conocí a Paloma Vidal, escritora, performer e investigadora argentino-brasileña (aunque no me animé a decirle que durante el verano había leído casi toda su obra poética). Era la primera vez que veía la obra y, más allá de la anécdota, su proyecto “Las mujeres y el trabajo” fue el disparador que le permitió a Cynthia Edul trabajar con el archivo familiar y a elegir el textil como eje narrativo. Así surgió El punto de costura.
Al terminar la función, tomé una foto de la mesa ubicada en el centro del escenario. En medio de la penumbra, se veían libros apilados de diferentes autores y un telar artesanal. Entre los libros, asomaba un ejemplar de Tamara Kamenszain. Y no fue un detalle menor. Kamenszain supo pensar la escritura femenina como una forma de bordado: un arte del revés, “del lado del dobladillo”, doméstico, silencioso, heredado de madres y abuelas [4].
En esa trama, Cynthia Edul se reconoce: entre telas, sonidos, silencios y voces. Su propuesta performática puede pensarse como un gesto de escritura en vivo, una escena donde se entrelazan cuerpo, palabra, resonancia y memoria. Al asistir no se presencia solo un relato, sino una forma de bordar sentido en tiempo real, de construir una narrativa con materiales íntimos, familiares y culturales que no buscan tanto preservar un archivo como activarlo.
-----
[1] Plumetí, broderie, tafeta, falla, gro, sarga, piqué, paño lenci, casimir, fil a fil, brin, organza, organdí, voile, moletón, moleskin, piel de tiburón, cretona, bombasí […] una presilla, un hilván, las hombreras, ribetear […] – escribe Sylvia Molloy en “Homenaje” de Varia imaginación-. Recuerdo estas palabras de mi infancia, en tardes en que hacía los deberes y escuchaba hablar a mi madre y a mi tía que cosían en el cuarto contiguo. Reproduzco este desorden costurero en su memoria” (2003, 21).
[2] Durante la búsqueda bibliográfica, Edul encuentra que, según la historiadora Julia Bryan-Wilson, Marx y Engels “miraron los textiles para desarrollar su tesis sobre la explotación” (2024: 13).
[3] Basta recorrer la muestra "Aquí estamos - Mujeres en el diseño 1900 - Hoy" en Fundación Proa para maravillarse con el tapiz titulado “Tejiendo constelaciones de identidad” (2021) de la asociación suiza Matri-Archi (tecture), donde mujeres negras y africanas tejen en el camino de la vida sus historias en una búsqueda colectiva de identidad y lucha. Link: https://proa.org/esp/exhibicion-proa-here-we-are-women-in-design-1900--today-presentacion.php
[4] Kamenszain, Tamara. Bordado y costura del texto. Revista de la Universidad de México, Cultura Unam, Año 3, julio de 1981.
Comentarios
Publicar un comentario