“La apertura del candado de oro”, por Jimena Néspolo
Los
orígenes de la narrativa policial en la Argentina. Recepción y transformación
de modelos genéricos alemanes, franceses e ingleses, de Román Setton. Madrid, Iberoamericana-Vervuert,
2012.
El candado
de oro. 12 cuentos policiales argentinos (1860-1910). AAVV. Edición, introducción
y notas de Román Setton. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013.
La operación de rescate de textos olvidados del género
policial que Román Setton viene realizando para la editorial Adriana Hidalgo
desde hace unos años, con la edición anotada de las novelas La huella del crimen (1877)
y Clemencia (1877) de
Raúl Waleis, y la reciente colección de relatos El candado de oro.12 cuentos policiales argentinos (1860-1910), se
apoya en una investigación mayor que articula de un modo programático nuevas
líneas desde donde pensar el género. En efecto, en su ensayo Los orígenes de la narrativa policial en la
Argentina. Recepción y transformación de modelos genéricos alemanes, franceses
e ingleses Setton problematiza ciertas lecturas críticas que suelen
considerar a la década de 1940 como punto inicial de la producción vernácula
del género, teniendo como figura tutelar la anglofilia de Borges y en su
estela, las obras de Bioy Casares, Manuel Peyrou o incluso Leonardo Castellani.
Se trata de un equívoco que habría tenido su origen en la célebre compilación
de Rodolfo Walsh, Diez cuentos policiales
argentinos (1953), al situar en el comienzo y en la cumbre del policial
local a los escritores reunidos en torno a la revista Sur sin atender en su entera complejidad la historia del género en
Argentina y los debates involucrados en dicha cristalización; una historia que Setton
retrotrae al siglo XIX para trazar vínculos con tradiciones variadas del relato
policial y criminal (el roman policier, la Kriminalnovelle, la detective
story, etc.) y encontrar en las novelas de Raúl Waleis –seudónimo del
escritor y jurista Luis V.Varela–, en las ficciones de Paul Groussac y E.L.Holmberg,
y en los Casos policiales (1912) de
Vicente Rossi sus primeras manifestaciones. La investigación se centra, pues, en
la época de la República Conservadora, en una etapa que se caracteriza por la
emergencia de un imaginario de creciente criminalidad urbana y por el
predominio de una cultura científica (en términos de Oscar Terán,
esta “cultura” nuclea un conjunto de intervenciones que reconocen el prestigio
de la ciencia como instancia legitimadora), y se detiene allí
donde comienza la llamada Golden Age de la literatura policial, que
habría de imponer un modelo restrictivo de narración a partir de múltiples prescripciones.
Coherente con su análisis, Setton redobla su apuesta orquestando
la reciente antología El candado de oro
en dos partes. En el apartado “Antecedentes: relatos de crimen y misterio” arriesga
un nuevo ángulo desde donde leer la literatura nacional al presentar un texto
de José Hernández (“Revelación de un crimen”) extraído de Rasgos biográficos del General D. Ángel V. Peñaloza (1863) junto a dos
cuentos de Carlos Olivera que incluso podrían leerse en clave de relato gótico:
“El hombre de la levita gris” (1880) y “Fantasmas” (1880). La segunda parte del
volumen, rubricada como “Cuentos policiales: el temprano desarrollo del género”,
reúne cuentos de Paul Groussac (“El candado de oro” [1884]) y Horacio Quiroga (“El
triple robo de Bellamore” [1903]) nunca editados en libros, ficciones
inhallables de Eduardo Ladislao Holmberg (“Don José la Pamplina” [1905] y “Más
allá de la autopsia” [1906]), y cuentos que hasta la fecha nunca fueron
incluidos en las antologías del género, como es el caso de “Amor y pesquisa” (1908)
y “La fiera de la Laguna Verde” (1908) de Félix Alberto de Zabalía, y “La pesquisa del níquel” (1912) y “Mi primera
pesquisa” (1909) de Vicente Rossi; todos perfectamente datados y contrastados
en fuentes y ediciones diversas en el apartado final (“Breve noticia de la
edición”). Con todo, lo que tiene de interesante esta reposición de textos
olvidados en y por el canon policial es que el investigador aquí no resulta, en
primera instancia, “el representante de la razón” –al decir de S. Kracaucer– tal
como sucede en los años dorados; según
el caso –asegura Román Setton–, “se asemeja más a un «héroe mediano» o a una
especie de superhéroe de habilidades físicas y sociales extraordinarias” capaz
de atravesar sin empacho las lindes de la “alta” y la “baja” cultura. Esta apuesta
certifica que, en ese cruce, es donde el investigador encuentra su singularidad
y su fuerza.
Puro titulos este blog de mierda.
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