“De fronteras y borrones”, por Sandra Gasparini
Efectos colaterales, de Pablo Besarón. Buenos Aires, Simurg, 2013, 119 págs.
“No sé si empezar
diciendo que volví a ver a Delia dos meses después de su muerte” es la oración
con la que comienza el segundo relato del primer volumen de cuentos de Pablo
Besarón. Y con voluntad de plantar una cuestión de larga data como la de la
pregunta por los límites de lo real estas atrapantes narraciones se van
escandiendo en un ritmo envolvente, a veces angustiante y otras, salpicadas de
un humor en dosis homeopáticas.
Este es un libro sobre los lazos
familiares y afectivos aunque montado en la dimensión de lo no dicho, de lo
siniestro, de las fronteras que se borran y de los umbrales que tientan el
cruce. Los fantasmas conviven naturalmente con los vivos y a veces les
advierten su propia condición espectral. Los lazos afectivos se van tejiendo en
un cuento y otro entre padres e hijos, entre compañeros de escuela y amigos del
barrio en un curioso ida y vuelta de hermandades y traiciones, de
personajes-funciones que ocupan los lugares que los están esperando, como
Fierro y el Moreno en “El fin”, de Borges, citado en el epígrafe de “Noticias
sobre Cevares”.
Hay dos partes simétricas –integradas
cada una por cinco cuentos– que el autor ha dividido expresa y claramente. En
la primera, “Fronteras y después”, los viajes, desplazamientos y cambios de
estado son elementos comunes. Esos movimientos redefinen lo consensuado
por el sentido común, lo interpelan y
completan. Por ejemplo, en “En otro lugar”, en un extraño “pacto secreto” entre
un feto –producto de un embarazo que se interrumpe naturalmente a los tres
meses– y su padre, éste es el encargado de terminar la gestación: “le dio alas
para que saliera al mundo”. El hijo crece en “otro lugar”: en el margen de la
casa y de la vida de la madre. Pero ese secreto es solo aparente porque este
hecho que escapa de las leyes naturales termina siendo llevado al extremo en
las líneas finales cuando recobra macabramente su cauce: la madre reafirma su lugar.
Se recuperan en Efectos colaterales temas de la
literatura fantástica –no faltan las menciones de Hoffmann y Poe- y de la
literatura argentina, que Besarón conoce bien desde su práctica de crítico e
investigador. El lenguaje oscila entre
un coloquialismo con una marca muy generacional y porteña en una línea más
cercana al realismo en el límite de la denominada Nueva Narrativa Argentina
–cuya franja etaria es básicamente la de los nacidos en la década de 1970- y
otro registro, en el que se adivina una búsqueda estilística que va de la
economía del adjetivo a la experimentación.
Lo absurdo también se filtra en
tramas desmesuradas como la de “Parientes”,
uno de los relatos más trabajados de la primera parte del volumen. El
efecto de extrañamiento propio del fantástico aquí se traslada a la forma de
concatenación de los sucesos, como si el sucederse estuviera filtrado de
irracionalidad, o de una lógica propia del mundo de Efectos colaterales, ajena a lo que convenimos en denominar
“realidad”. Los que vienen a invadir terminan siendo los invadidos: sin rito de
pasaje único, las existencias se envuelven las unas en las otras, encajando de
manera perfecta, naturalizando el escándalo inicial en un abandonarse a ese
otro universo que estaba esperando ahí, del otro lado de la frontera. Y es que
los efectos colaterales funcionan, según el símil que utiliza Daniel Knopoff en
una de las narraciones, “como cuando te
quitan una astilla del pie… adiós astilla, pero el dolor sigue un rato más,
hasta que todo se alise, como de costumbre”.
“Borrón y cuenta nueva”, la
segunda parte del volumen, agrupa relatos donde los límites de la ética y del
deber ser son cruzados: la corrupción policial, la traición, la violación del
juramento hipocrático, el padre que abandona a sus siete hijos cuando muere su
mujer. Lo que sobrevuela en esta sección es la idea de una equiparación en esos
desequilibrios socialmente condenados: la cuenta nueva parece reemplazar y saldar,
en su modo violento y despiadado, un resultado que debía ser corregido.
Besarón ilumina otras zonas de lo
cotidiano al poner el relato en los intersticios y los umbrales que cruzamos
permanentemente sin darnos cuenta: señaliza un camino que aparentaba estar
abandonado.
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