“Revuelta en lo siniestro”, por Felipe Benegas Lynch
Pichonas, de
Claudia Aboaf. San Isidro, notanpüan, 2014, 140 págs.
No existe tal Hombre
de Arena, cariño –me respondió mi madre–.
Cuando digo
"viene el Hombre de Arena" quiero decir que tienen
que ir a la cama y que
sus párpados se cierran involuntariamente
como si alguien les
hubiera tirado arena a los ojos.
E. T. A. Hoffmann
En Pichonas el relato crece bajo el signo de “El hombre de arena” de Hoffmann. Como le sucede a los personajes,
nuestros párpados parecen “arrastrar arena” y buscamos en los proverbios que
surcan el texto algo que nos limpie “la arena de los ojos” para echar luz en
tanta oscuridad.
Este hito de lo siniestro aparece
citado como epígrafe y funciona como clave de lectura que nos permite recorrer
la novela a través de ese andamiaje de arena que confunde la visión. Al final,
todo se resume en el relato de los hechos frente a una madre que responde
equitativa y enigmáticamente parafraseando unos versos de Baudelaire (“Gitanos
en el camino”) en los que también aparecen evocados la arena y los ojos. Está
claro que por “hechos” se entiende una “versión de los hechos”, con toda la
vacilación que ese énfasis implica.
Juana y Andrea son dos hermanas
distantes que se reencuentran para enfrentar en una frenética jornada los
miedos que las han marcado desde la infancia. Juana responde al llamado de
Andrea y en una quinta de Maschwitz la noche se cierra y todos sus terrores y
fantasmas se hacen presentes para confundir pero también para expurgar: “Lo que
había sucedido esa noche se volvió difícil para el relato. Había comenzado a
dudar si realmente ocurrió aquella amenaza de Jorge. Parada delante de Ciella
se frotó los ojos hasta casi dañarlos. Sus párpados parecieron arrastrar arena.
Cuando intentó ordenar los acontecimientos, el cuerpo y las ideas se le
agarrotaron. Surgían ambigüedades y desdoblamientos que pretendió disimular.”
Ciella es la madre de las
hermanas. Jorge, el marido de Andrea, aparece secundado por Eduardo, un
jardinero casi enano que responde con sumisión y odio frente a su amo. Cada
uno, a su modo, será el reflejo de lo que las hermanas más temen. A través de
ellos también se hacen presentes los fantasmas provenientes del mundo paterno y
materno.
La novela escenifica el miedo, le
da cuerpo. Se hace cargo de lo que se vuelve difícil para el relato. Como en el
cuento de Hoffmann, aparecen atizadores ardientes, alguien a quien llaman el
“Óptico” y, por sobre todo, un clima de profunda confusión y ambigüedad.
Jorge, cuyo alias del pasado es
“H”, cierra la jornada diciendo: “Y de este modo extingo el último miedo”. Y
tal vez de eso se trata la novela, de cómo darle forma al miedo más profundo
para de ese modo extinguirlo. Antes, Jorge había anunciado: “Pichonas, esperen
en sus lugares que les vamos a dar una sorpresa”. Pero las pichonas nos están
ahí sólo para ser sorprendidas y derribadas como los “pichones catapulta” a los
que les disparaban en el antiguo Pigeon Club –que “se desplomaban como si sus
cuerpos estuvieran rellenos de arena”, que se “aplastaban contra el suelo
amoldándose a él”. Estas pichonas están dispuestas a dar pelea como en un duelo
a muerte: “Andrea abrió la caja caliente. Notó por primera vez lo corto que era
el atizador y aterrada, le advirtió a Juana que pelearían casi cuerpo a cuerpo.
Se paró, rebuscó nerviosa en la penumbra y sumó al armamento un cuchillo
sucio...”
Claudia Aboaf logra embarcarnos sutilmente
en este duelo de hermanas que se encuentran “después del odio, un poco más allá
del miedo”. Su novela traza una nueva marca en la tradición de lo siniestro,
más allá del largo túnel del gótico y del fantástico.
Pichonas es la segunda entrega de la
recientemente inaugurada editorial notanpüan,
“editorial de libreros” con base en La
Boutique del Libro de San Isidro.
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