“Apuntes para presentar Episodios de cacería”, por Hache Pavón
[Texto leído en la presentación de la novela Episodios de
cacería, de Jimena Néspolo (Buenos Aires, Santiago Arcos, 2015), en la librería Santiago Arcos, el viernes 21 de agosto de 2015, a las 19 hs.]
Cuando
Jimena Néspolo, en un acto de mucha generosidad y poca conciencia, me invitó a
presentar su novela Episodios de cacería,
me colmó de alegría. Se trata, claro, de la alegría de un lector, de un nuevo
lector de Jimena (digamos, en la jerga de las agencias de venta de automóviles,
de un lector modelo 2015). Mucho se ha escrito y teorizado acerca del lector,
me quedo por lo pronto con una estimulante observación de Jorge Luis Borges
(que entendía la lectura como una forma de felicidad): “Que otros se jacten
–decía Borges– de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de
aquellos que me fue dado leer” [1].
En lo que a mí se refiere, mi modesta biblioteca conservará un lugar para Episodios de cacería.
Vuelvo
ahora a la escena de la invitación: ni bien recibida, reviví mis experiencias
de lectura con El pozo y las ruinas, otra
de sus novelas (Los libros del Lince, 2011), y con Tracción a sangre, uno de sus libros de ensayos (Katatay, 2014).
Recordé además que había algo en esas lecturas que, de inmediato, me había
punzado. Hablo, si se me permite la transposición semiótica, del concepto de punctum de Roland Barthes: “El punctum de una foto –decía Barthes– es
ese azar que en ella me despunta (pero
que también me lastima, me punza)” [2].
Lo que me había lastimado, de inmediato y como una flecha, en los libros de
Jimena, era la dedicatoria: “A quien corresponda”. Reflexionaba,
alternativamente, que se trataba de una dedicatoria muy punk, que bien podría
haber escrito la muchacha punk, rubia y flacucha, del cuento de Fowgill y
también que se trataba de una dedicatoria despojada, por lo pronto, despojada de
un destinatario.
Me divierte pensar, muy en general y muy
livianamente, que hay libros que comienzan por el arte de la tapa, por la
reseña de la contratapa o por la foto del autor (con la mirada perdida en el
horizonte) en la solapa. Pienso, en cambio, que los libros de Jimena comienzan
por la dedicatoria y, afortunadamente, cuando recibí Episodios de cacería, limpia y solitaria en la página cinco aparecía
otra vez: “A quien corresponda”. Esta frase aparecía, insistente, para
perturbarme (como el punctum barthesiano)
y para demandarme la búsqueda de una respuesta a una pregunta que, con el
devenir de la lectura, pude formularme con claridad ¿a quién, a qué lector, le
correspondía esta novela? Súbitamente la pregunta se me volvió más incómoda y
buscó nuevas formulaciones: ¿Episodios de
cacería me correspondía a mí como lector? Y, si me correspondía, ¿en qué
medida? Entendí que si en principio desarrollaba una respuesta a partir de la
narración de mi experiencia de lectura, más tarde podría ensayar una respuesta
general (aunque igualmente provisoria).
Héctor Pavón, Jimena Néspolo y Miguel Villafañe, el editor. |
Pues
bien, la primera lectura de Episodios de
cacería me remitió a la imagen de un viejo mortero calado en el tronco de
un quebracho que había hachado mi abuelo. Cuando era niño, durante las mañanas
de mis vacaciones de verano, contemplaba a mi abuela Francisca machacar
cereales y especias y preparar los platos más deliciosos del Norte argentino.
En Episodios de cacería, como mi abuela en aquel mortero, Jimena
parece haber machacado mitologías clásicas, sagas medievales, novelas de ciencia
ficción y un amplio etcétera dislocado para ofrecernos una aventura distópica.
Acaso porque en nuestro universo no existe un lugar que pueda reunir tantas
narrativas (y tan dispares), Jimena se vio forzada a crear un lugar y a crear
un tiempo para ese lugar. Afortunadamente para nosotros todo ocurrirá en una
Comarca lejana y dentro de cuarenta años. La distancia es, creo, la condición
necesaria para esta cacería en la que Jimena propone un desplazamiento desde el
“Érase una vez en un lejano reino” hacia un “Será una vez en una lejana
Comarca”. Y, como acabo de señalar, esa distancia y ese desplazamiento le
garantizan un lugar y un tiempo al etcétera dislocado de la aventura.
Ahora
bien, en el desarrollo de la analogía entre el oficio de la escritora y el
oficio de la cocinera, me encuentro con otro detalle: si bien es cierto que podremos
reconocer el sabor de cada uno y, acaso, de todos los ingredientes que Jimena
lleva a su mortero literario (nombres como el de Minerva o el de Artemisa,
títulos como Nadie, nada, nunca de
Saer o conceptos como “estructura del sentimiento” de Williams), no nos
resultará tan fácil reconocer el sabor de la amalgama. Como si el rehuir de las
recetas y de las fórmulas literarias, la hubiese llevado hacia una aventura
exótica.
Con gesto desconfiado Jimena
visita géneros literarios, mitologías y teorías. En Episodios de cacería encontramos una persistencia en el uso de
elementos diversos porque como lo declara su Artemisa: “ entre las cosas en
las que he dejado de creer, y por eso la certeza de que no me quitaré jamás
este casco, están las palabras. (…) Las palabras no dicen nada. Al contrario:
ocultan todo”. Esta desconfianza es el eco de muchas voces en la historia de la
literatura y de la filosofía y, sobre todo, el eco de la voz de Alejandra
Pizarnik en el Árbol de Diana [3]. En
Episodios de cacería no hay adhesión,
hay exploración y deleite. La desconfianza se desplaza desde el universo verbal
hacia el universo extra verbal (si algo quedara fuera de la palabra) y
determina un oscuro final. Pero, si no hay compromisos parciales, si aparecen
uno junto a otro Nadie, nada nunca y La increíble y triste historia de la Cándida
Eréndira y de su abuela desalmada (colocar a Saer y a García Márquez en el mismo
anaquel de la biblioteca no deja de ser una audacia), es porque el compromiso
narrativo de Jimena es lo diverso, su “estilo” se define, como el lenguaje, por
lo heterogéneo. Y ahora que estamos con Saussure, Episodios de cacería es, en tanto que narración mítica y de
anticipación, una novela diacrónica, que nos envía tanto a la creación como al
futuro con una poderosa máquina del tiempo y de la creación, que no desdeña las
imágenes bizarras ni el sarcasmo.
Vuelvo entonces a la voz de
Alejandra Pizarnik y a su Árbol de Diana,
a una llave poética que nos ofrece para leer la novela: “ella se desnuda en el
paraíso/ de su memoria/ ella desconoce el feroz destino/ de sus visiones/ ella
tiene miedo de no saber nombrar/ lo que no existe”. Ahora leo y parafraseo el
poema como una reseña de Episodios de
cacería, de su devenir (como producto de una serie de visiones feroces) desde
un pasado mítico hacia un futuro mítico y propongo, como un juego de
anticipación, reemplazar la palabra “ella” por la palabra “narradora”. La
narradora se desnuda, se desconoce y tiene miedo, pero no tanto, de
nombrar. Porque finalmente se decide,
reclama atención y nombra (o narra) lo que no existe como futuro. Sí, también
en Episodios de cacería el futuro
llegó hace rato y, sin caer en contradicciones, está muy cerca, a unos 40 años de
nuestro aquí y ahora. Para nuestro consuelo, algunos objetos o instituciones como
la moneda extranjera, los cascos para motociclistas y, lo que es más
importante, la lotería estarán presentes y nos harán sentir como en casa. Y sin
embargo, para nuestra desdicha, otras formas del presente se mantendrán
abiertas como una herida absurda. De esas formas oscuras nos habla Jimena en Episodios de cacería, con una voz lúcida
y sarcástica.
Ahora,
en el cierre de esta presentación, vuelvo a mi punctum, vuelvo a la dedicatoria de la novela: ¿a quién le
corresponde esta novela? Les corresponde, creo, a los lectores de aventuras, un
poco ingenuos, como yo, que aún se deleitan en seguir una trama y en esperar el
golpe seco del final. Pero también les corresponde a los lectores más
sofisticados, que podrán reconocer cada uno de los elementos que Jimena machacó
y, más aún, que podrán nombrar mejor esta amalgama exótica que es Episodios de cacería.
Excelente reseña, invita al lector a saborear cada página de "Episodios de cacería".
ResponderEliminar