“En la corriente de lo vivo”, por Felipe Benegas Lynch

El rey del agua, de Claudia Aboaf. Buenos Aires, Alfaguara, 2016, 144 páginas.


En El rey del agua Claudia Aboaf regresa con su dupla de hermanas, Andrea y Juana, para continuar de algún modo lo que comenzó con Pichonas (notanpüan, 2014). Aquí no hay encuentro de hermanas, apenas un diaógo telefónico en el que se dice menos de lo que se quiere. Lo que sí abunda son los desdoblamientos siniestros; los reflejos cercanos que hacen vacilar el orden y la identidad: hermanas, hijos, identidades virtuales. Todo tendido sobre un manto de agua, superfice de reflejo por excelencia, espejo móvil que llama a ser atravesado para vencer las máscaras. Incluso el agua está desdoblada aquí: hay una web profunda en la que los individuos se sumergen y no pueden regresar. Situada en el Delta del Tigre, la historia transcurre en un futuro distópico muy parecido a nuestro presente. Al estilo de series como Black Mirror, se trata de una anticipación perturbadoramente cercana. No sé sabe qué tan lejos o cerca queda ese posible futuro. Aboaf se inscribe en una vertiente de la ciencia ficción argentina que imagina el futuro para imaginar las formas de la muerte. Oesterheld soñó muertes de alienígenas en la tierra y de humanos en otros planetas (“Una muerte”, “El árbol de la buena muerte”). Di Benedetto imaginó ciudades elevadas sobre una devastada superficie terrestre donde los cuerpos de los difuntos eran volatilizados sin intervención de los familiares (“En busca de la mirada perdida”). Más cercano en el tiempo y también más cercano al delta Marcelo Cohen escribió el diario de un personaje al que se le anuncia una muerte cercana que tarda en llegar (Donde yo no estaba). En la novela de Aboaf todo confluye a una inmersión “en el río vivo, entre los muertos disueltos en el agua” (141). Uno de esos muertos, víctima de abusos por parte del Estado, es Sergio Blanco, el padre de las hermanas. Eso las convierte en Hijas del Delta y las hace, trámite mediante, beneficiarias de una indemnización. Por ahí avanza la trama. El rey del agua es el gobernante municipal, que goza de los beneficios de ese maravilloso caudal de agua con el que se ha enriquecido en un contexto en el que el agua es un bien de exportación. Pero la trama avanza para revelar la falacia de esa pretensión: que no se engañe el rey, parece decir Aboaf, que aunque amarre sus muertos en la corriente, en el remolino del agua nadie podrá reinar. Allí sólo se puede nadar: ser nada en la corriente de lo vivo. Ahí es donde se juega la verdadera identidad.

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