“Una madre y todo lo demás”, por Hache Pavón
Miserere, de
Germán García. Buenos Aires, Mansalva, 2016, 172 páginas.
“La
noche anterior tuve un sueño donde esa mujer, a la que llamé madre, aparece en
un balcón del contrafrente. La veo desde otro balcón, lateral y con barandas de
fierro. Temo que al mirarla se esfume como algunos gatos, algunos pájaros y las
pinturas primitivas, cuando las excavaciones las ofrecen a la luz del sol” (
15). Así, apenas comienza Miserere,
el narrador declara su temor, acaso el temor de todos los hombres, de que esa
mujer se esfume.
Además,
un problema: ¿cómo nombrarla? El narrador vacila, en primer lugar, “esa mujer”
y de inmediato “madre”. Para más datos, la entrevió en un balcón. Fatalmente
“el significante supera siempre la vinculación rígida a un significado preciso
y puede conducir a unos vínculos totalmente inesperados” –dice Castoriadis[1]– y entonces esa mujer es
la Evita del cuento de Rodolfo Walsh y, sin dejar de serlo, es dentro de los imaginarios
peronistas la madre de los descamisados. Doble provocación al sentido común: un
cuerpo ultrajado y un vientre estéril dan a luz un pueblo. La madre del
narrador, tras esta y otras breves y fantasmales apariciones, es ¿reemplazada?
por una serie de nombres: Viviana, Eugenia, Magda, Nicol y Mara.
La
serie cobra intensidad en algunos y languidece en otros pero todos los nombres remiten
por igual a un universo ¿frívolo? La política, la cosa pública, se discute en Los Leones, un bar de hombres y para
hombres, un bar en el que las mujeres son apenas un tema, ni menos ni más. Miserere, en apariencia, abusa de la
estereotipia: para el hombre lo abierto y para la mujer lo cerrado y, sin
embargo (a pesar de los esfuerzos conservadores del narrador), hay un
deslizamiento y en consecuencia un ensanchamiento de la estereotipia. ¿Cómo
narrar cada uno de los nombres de esta serie? ¿Cómo narrar esta serie (encontrar
una generalización que contenga todos sus nombres)?
No
hay, en Miserere, ruptura del sentido común, ruido a platos rotos, hay un
deslizamiento, un movimiento que el narrador no alcanza a contener (o reprimir),
en la relación entre el significante y el significado. ¿De dónde viene ese
movimiento que no se puede reprimir? Ensayamos una respuesta lacaniana: “Hay
una eficacia del significante que escapa a toda explicación psicogenética, pues
el sujeto no introduce este orden significante, simbólico, sino que se encuentra
con él”[2]. Hay también una fuerza,
una eficacia la llama Lacan, en el significante femenino, en su cuerpo
expresivo, que desborda al estereotipo y al narrador y entonces la novela se
vuelve novela.
Lo
que se narra en Miserere, entre otras
cosas, es ese desbordamiento del sentido común. Es cómo esa serie de nombres de
mujeres, significantes todos y todas, sale al encuentro del sujeto, del
narrador, que no las puede contener (como las manos no pueden contener un hilo
de agua), ni reprimir. Y entonces Viviana, Eugenia, Magda, Nicol y Mara se
imponen como la vida a la escritura. Para el narrador, para el hombre común
(presa del sentido común), en tanto, queda el temor, ahora y siempre, de que esa
mujer y esa serie, se esfumen como se esfuman algunos pájaros.
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