“El encanto elusivo de la niñez”, por Mariela Ferrari


La niña, de Carolina Bartalini. Monte Grande, La carretilla roja, 2016, 40 págs. 
Otra víspera, de Cecilia Perna. Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2016, 74 págs.

En Infancia en Berlín hacia 1900, Walter Benjamin expone una serie de imágenes fragmentarias de su infancia, dedicadas a su hijo Stefan; imágenes que dibujan los paisajes de la ciudad, los objetos de la niñez, los vínculos y eventos del mundo infantil (y del adulto), antes de la destrucción. Tal como el texto de Benjamin, La niña, de Carolina Bartalini, y Otra víspera, de Cecilia Perna, de maneras diversas, refieren ineludiblemente a la niñez, en términos explícitos, en un caso, en un sentido más esquivo, en el otro. Relatos poéticos, en el caso de La niña, y poemas-relatos, en el de Otra víspera, ambos libros confluyen en la lúdica y esquiva alusión a la niñez, en la connotada evocación de vivencias, experiencias y relatos referidos a la niñez; muchas veces, una niñez inocente y lúdica, incluso en la crueldad y el mal, o en el erotismo y la sensualidad evocados o invocados de manera directa en los relatos y en los poemas.
La niñez referida en la obra de Carolina Bartalini es recortada en las superficies de personas, objetos, acciones: la niña, el niño, la abuela, los juguetes de la infancia (la muñeca decapitada y su hueco “te quiero”, el juego del zoológico, el tren y la lluvia, caramelos y besos, libros forrados con papel de diario y el chofer del micro; el sueño, el niño y el despertar; la siesta, la falta de sueño y otros sueños). La descripción que esboza lo descripto en una tercera por momentos, indirectamente libre, se suspende a veces en un yo observador de eso “ajeno” que, paradójicamente, es la niñez. Algunos órdenes, rutinas, se configuran telegráficamente, sintácticamente precisos y sentenciosos, generales y sin designación propia. Así, la niña, el abuelo, la abuela, el niño, el perro, son identidades sin nombre, designaciones que señalan referentes familiares y anónimos, como la puerta que no tiene llave y los libros que no tienen nombre.
Lo cotidiano- extraño y los cuentos de hadas se mezclan con la seriedad de la muerte; y un nuevo nobel literario se yuxtapone en la misma página, no dicho sino a través de otro bautismo, el nuevo nombre de la niña: Estei Lailiestei. Pero, como en las escondidas, se deja ver sólo para desaparecer en los próximos fragmentos, que cambian el foco y apuntan al niño, al perro. Sólo hacia el final, hacia una pubertad también aludida, sangrante, las identidades sin nombre (personas y lugares) adquieren uno propio (Ana, Avellaneda, Lanús, la Capital), pero eso es otra ilusión, otro sueño de siesta. La identidad sólo se recupera en la niña en el pronombre vacío, un yo que cuenta la historia de la almeja cuya historia cuenta la niña, el yo que es otro (bueno, otra, niña), a través de la historia olvidada, que debe ser rememorada. Pero aquí ya no es necesario recordar, como muestra el final de La niña, ahora, es necesario leer…   
Monstruosa y onírica, la niñez, ya lo dijimos, también está presente en Otra víspera, la obra de Cecilia Perna, aunque el ejercicio de la evocación poética focalice aquí otros protagonistas: aquellas figuras fantásticas o maravillosas, míticas o religiosas, legendarias o macabras de relatos infantiles y adultos. La cultura popular (el cine, la tele) se amalgama con los seres naturales (abejas, libélulas, arboles besados) y sobrenaturales: princesas dormidas o muertas, esperando a príncipes, deseosas vampiras y valquirias igualmente anhelantes, doncellas montadas en Simurghs y caperucitas, en lobos; Golems, dragones blancos y monstruos raptores de la infancia, provenientes del cuento popular y del cuento de hadas artístico, del relato mitológico y del bíblico, de leyendas, poemas, cuentos o novelas de Caroll, los Grimm y Meyrinck, entre otros. Dos sesgos caracterizan buena parte de los poemas: en su mayoría, se detienen en espectrales figuras femeninas, yoes frágiles y tenues, por una parte, pero férreos y despiadados, por otra. Saulo-Pablo, el bíblico centurión romano, se transforma en “Saula”, pero no por eso deja de morder el polvo. El guiño intertextual del relato conocido y reconocible se desvía de manera constante en Otra víspera, en sugestiones voluptuosas o macabras. En “Valkyria”, es el hálito erótico exhalado por la guerrera mítica que anhela, en este caso, al cobarde; en “Vampir”, la vampírica femme fatale (¿Lucy?) que se resigna a la paz eterna, por gracia de la afilada estaca (y sólo por ella).  También el “Golem”, cautivo en su tumba-caverna e ignorante de su origen, pero ansioso de reproducirse, por no morir; o la creciente y menguante Alicia, atorada en la minúscula madriguera en “La casa del conejo”, o la Caperucita que ansía ser devorada, en “El juego en el bosque”.
Si el estilo narrativo (también poético) de La niña se define en lo telegráfico elusivo, escueto, puntuado y recursivo en sus estructuras, el de Cecilia se expone en una sintaxis que representa por la continuidad, construye por fluidez. Así, los eternamente míticos Teseo y el Minotauro, perdidos en ese laberinto que ya es de ambos, son releídos en los rituales de la tradicional “Tauromaquia”; mientras que el prometido príncipe azul del cuento y del poema homónimo es una ficción narrativa reemplazada por otra ficción, la fílmica, que enfoca y permanece, en punto muerto, sobre el cuerpo espectral y eternamente inerte de una heroica y petrificada princesa de cine mudo.
Finalmente, ambos textos recurren en la idea del juego y la palabra como intangible objeto lúdico, la frase como objeto de goce, diría Roland Barthes, en Barthes por Barthes. Allí, el crítico francés también afirma que, de su pasado, era su infancia lo que más lo fascinaba, no por lo irreversible, sino por lo irreductible. En ambos libros, lo irreductible de la niñez, que está en el centro y en el punto ciego de la adultez, se aprehende, desde el presente, a escondidas, de puntillas y por el rabillo del ojo, guardado en las cajitas del zoo del relato, o en el cuerpo abierto y vacío del poema, en el juego entre lo dicho y el silencio. 

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