“Poe al gobierno, Balá al poder”, por Hache Pavón
Coney Island, de Damián
Tabarovsky. Buenos Aires, El 8vo. Loco, 2016 [1996], 73 páginas.
La
historia es conocida: en los estertores de la dictadura de Alejandro Lanusse,
con Perón de regreso en la Argentina, el primero apela a la “cláusula de
residencia” para que el segundo, tras 18 años en el exilio, no pueda
presentarse a las elecciones presidenciales del 11 de Marzo de 1973, así nace
la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”.
Coney Island es
una novela policial casi negra, y en este casi se juega algo más que el género
–ya lo veremos. Nada en Coney Island se
da en su máxima pureza. Para su narrador, contar y mezclar son lo mismo.
Entonces, nos ofrece a Edgar Allan Poe y a Carlitos Balá en el mismo plato,
revueltos como gramajo. El primer párrafo de la novela presenta el género que
más tarde será defraudado:
El
cadáver apareció desarmado, cortado en fetas de suave espesor, iluminado de
astillas, roto en pedazos, descuartizado con perverso fervor, seccionado cada
dedo, del pie, de la mano; el codo un acordeón, el cuello violáceo, las
costillas de arena, las uñas encarnadas, los dientes negrísimos, la lengua un
moño, un ojo extraviado, las orejas cambiadas, un puré el fémur, los tobillos
mentolados, el cuerpo un verdadero mal gusto… (p. 9).
Sirve
este primer párrafo, además, para la revelación de las operaciones narrativas,
la primera de ellas: la adición, el narrador nombra (el cadáver) y agrega y
agrega. La historia, perezosa y recursiva, avanza cláusula por cláusula y
vuelve, una y otra vez vuelve, sobre los mismos tópicos. Así es también presentada
la figura del detective: Dupont. Muy temprano aparece Poe como desvío: Dupin el
detective de la calle Morgue vuelve, más de un siglo y medio después, como
Dupont en Coney Island.
Está
el crimen y está el detective, nos resta conocer el móvil, que permanece
difuso, y el criminal. Vamos por el criminal, nos enfrentamos con una mafia de
dimensión universal, se trata de la EEAPEPÉ, que luego de cometer el crimen le
va dejando a Dupont una serie de mensajes cifrados: “un gestito de idea”, otro
gestito: “sungutrule” y una pregunta: “¿qué gusto tiene la sal?”. La suerte
está echada, la presencia de Carlitos Balá impregna toda la novela. Lo extraño,
sin embargo, es lo dulce que sabe la sal. Veamos un caso en detalle: el whisky,
como se sabe, es escocés y, como también se sabe, es single malt, en tiempos de
sinceramiento económico podríamos admitir/negociar un origen distinto e incluso
aceptar con entusiasmo un blended. Pero resulta que el detective de Coney Island bebe whiscola, sí, una
mezcla de whisky con Coca-Cola (en el mejor de los casos). Bebe y nos da a
beber, el detective, un whisky azucarado.
La
historia es conocida: nos quedamos con la nostalgia de Cámpora y el desengaño
del último Perón. La diferencia es palpable: Carlitos Balá no puede
desengañarnos.
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