“Queremos tanto a Horacio”, por Hache Pavón


Yo ya no. Horacio González: el don de la amistad, de María Pia López. Buenos Aires, Cuarenta Ríos, 2016, 160 páginas.


Resultado de imagen para yo ya no pia lopezEs tan fácil pensar una reseña de Yo ya no… de María Pia López bajo este título. Está ahí, en el origen de su escritura: el “querer”. Así lo confirman las dos primeras oraciones: “Empecé este libro en una sala de hospital. Un amigo estaba en terapia intensiva y los diálogos habituales se tornaban imaginarios” (15). En esta línea, la de una escritura afectiva, asoma de inmediato el recuerdo de Julio. Cortázar y el de su cuento “Queremos tanto a Glenda”. Entonces no queda más que el parafraseo: “Queremos tanto a Horacio”. Los servicios de Cortázar no se agotan, sin embargo, en el préstamo no consentido de un título sino que se extienden, bajo la forma de una analogía, a todos los retazos de la vida de Glenda que nos da a conocer el narrador. Recordemos brevemente: un grupo de espectadores liderados por un tal Irazusta y una tal Rivero concurre al cine, a los cines de la ciudad y a los cines de los pueblos, para disfrutar una y otra vez de los filmes que protagoniza la actriz Glenda Garson. Luego, en bares, celebran reuniones cargadas de silencios y de implícitos que en un principio no tienen una motivación clara pero que, una vez que se extreman las posiciones, pasan decididamente a la acción: en primera instancia el secuestro y la modificación de los filmes y en última instancia el secuestro y el asesinato de la actriz para preservar la perfección de la obra.
Lo que nos interesa de esta historia es la formación de una sociedad de espectadores en torno a una actriz y, como anticipamos, el trazo de una analogía para ilustrar la relación entre Horacio González y sus lectores. La forma que asume esta sociedad: ¿se trata de un núcleo o de una diáspora? La misma pregunta, con otra modulación, recorre el libro de María Pia López: ¿qué forma asume la sociedad de lectores de Horacio González? ¿Se puede hablar de una sociedad? De la respuesta a esta pregunta dependen otros interrogantes: ¿qué hacer con la obra de Glenda? ¿Qué hacer con la obra de Horacio González? Los espectadores que “quieren” a Glenda eligen la preservación de sus filmes y curiosamente los lectores de la obra de Horacio González adoptan, parecen haber adoptado, el mismo camino. Un escrutinio de los listados bibliográficos de las últimas monografías y tesis en el campo de la sociología y de la literatura, en procura de los títulos de sus libros, arroja resultados muy pobres. Lejos de la queja o la condena, la autora de Yo ya no… le busca una explicación a este fenómeno y la encuentra en la escritura, en esa “grafía compleja”.     
Una causa, un reclamo y una definición, entre otras estrategias, configuran la explicación. ¿Por qué, siendo tan leída y discutida, esta obra tiene tan poca presencia en los discursos académicos? María Pia López ensaya una respuesta: “El esfuerzo por precisar el matiz o de perseguir la diferencia, produce una escritura resistente al intercambio y a la equivalencia” (80). Para reforzar esta caracterización, nos ilustra con una anécdota: “En las asambleas nunca faltaba una voz que objetaba el estilo de las cartas y pedía algo más sencillo y transparente, comunicacional, dado a la comprensión inmediata, sin adornos y volutas” (81). Finalmente, bajo el riesgo de ser categórica, el pronunciamiento (la definición): “El método HG es barroco. Ya lo dije y lo dijeron otros. Hay quienes ven en ese juguetón regodeo, confusionismo o elusión de las frases tajantes del compromiso político o la definición intelectual. Es método porque trata de la obsesión de dar cuenta de la heterogeneidad que habita toda forma; para sostener hasta el final la idea de justicia” (104).
Así María Pia López vuelve sobre una vieja tradición argentina, la de reunir en un trabajo razón y sentimiento. Un acercamiento reflexivo y amoroso a la escritura de uno de los intelectuales más potentes y necesarios de los días que nos tocan vivir.  


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