“La memoria del arte”, por Felipe Benegas Lynch
“Superficial” es el título de la
última muestra del colectivo Paralelo 58. Se trata de un título adjetivo, que
pone el foco en un aspecto naturalizado de nuestra cultura: lo que importa es lo
que se ve, la superficie. Y el adjetivo connota cierta banalidad que se
desentiende de lo que vaya más allá de la pura apariencia. Sin embargo, en esta
muestra, esa primera idea inmediatamente nos remite al soporte, a lo que está
detrás de la superficie: la gran mayoría de los objetos que se exponen son
fragmentos de materiales desechados (madera, hormigón, resina, plástico) sobre
los cuales se han fijado imágenes de orígenes diversos (fotografías, dibujos,
pinturas, imágenes digitales). La imagen, puesta en la superfice de algo que la
recibe incómodamente, tiene un aire de copia involuntaria: que pervive de un
modo oblicuo con respecto a los estándares del arte más convencional (cuadros,
esculturas, etc.). Aquí las luces (luces negras en muchos casos, que juegan con
pinturas fosforescentes) se vuelcan sobre estas superficies intervenidas y las
obras se vuelven refractarias a un juicio estético tradicional: ¿quién es el
autor? ¿cómo se podría comercializar esa obra hecha sobre desechos? ¿a qué
canones de belleza responde? La mirada se ve descolocada de ese registro para
asistir a una especie de rememoración de lo que fue el mundo del arte. Las
imágenes flotan sobre las superficies como los reflejos tornasolados de las
aguas del Riachuelo. Hay algo de lo post-industrial, de lo post-humano en la
presentación fragmentaria de esos materiales y de esas imágenes. No se trata de
una vuelta a los colores estridentes del Pop
art, tampoco es un rejunte de objects
trouves ni un guiño al arte conceptual. Hay algo de todo eso, pero el
conjunto responde más a la lógica de una instalación que recoge los restos de
una ruina que involucra, entre otras cosas, al arte. Pero tampoco se sabe quién
recoge qué: qué es obra, de quién, qué es rejunte, quién mira a quién.
Paralelo 58 parece haberse
apresurado a hacer estallar las obras de sus integrantes (Arguelles, Attila y
Fernández Bravo) para elaborar una forma de arte más cercana al vestigio
arqueológico: como esas rocas o resinas que acogen a fuerza de sedimientación
la figura de ciertos fósiles. Dentro de la sala uno siente que si se pusiera a
escarbar, tal vez encontraría un cuadro sepultado por ahí. Pero eso no es
posible. Lo más parecido es una imagen que se proyecta cíclicamente en el piso
del fondo de la sala: siempre la misma, y sin embargo distinta. Es un espectro
imposible de tocar. Luego hay imágenes que se replican en distintos formatos y
estados a lo largo de la exposición. Para quien haya asistido alguna vez a una
muestra de Paralelo 58 aquí podrá ver cómo las estéticas de sus tres
integrantes se entremezclan y se abren en los distintos devenires materiales.
Imágenes de vías de ferrocarril, de puentes; figuras geométricas, paisajes,
colores estridentes; objetos colgados, incrustados, otros apoyados sobre
pedestales negros que recuerdan al monolito de Odisea 2001. No se sabe quién
mira desde la porosidad refractaria de esos materiales ni qué resuena en las
ondas electromagnéticas de la luz negra.
Graciela Speranza, en Fuera de campo (Anagrama, 2006), ha
trabajado sobre “Literatura y arte argentinos después de Duchamp”. Resulta
difícil que el francés no cope la escena una vez que se lo nombra, pero tampoco
podemos ignorarlo. Transcribo aquí los comentarios de Speranza con respecto a Tu m’, considerada la última pintura de
Duchamp. Lo que dice sobre la obra del francés resuena poderosamente en esta
muestra en la que Paralelo 58, a su modo, también abandona la pintura:
Las ambigüedades
y paradojas de la obra son múltiples y deliberadas. Si por un lado recurre a
los ardides tradicionales de la pintura mimética (el ilusionismo, la
perspectiva, el color), se resiste al mismo tiempo a la pura visualidad del
medio. Señala literalmente la pintura pero devela a su vez el caracter
comercial, estandarizado –ready-made– de sus materiales y dispositivos
retóricos; se propone como un inventario personal de lo ya hecho pero ironiza
sobre la autoridad del arte con intervenciones de otros pintores; se ampara
decididamente en la proyección y la reproducción, pero se niega, con sus
objetos tridimensionales, a ser reproducida fotográficamente en el plano.
Contra el esencialismo pictórico, Duchamp compone una obra mixta, mezcla de
lenguaje, pintura, fotografía y escultura, en la que simultáneamente extiende y
abandona la pintura. La frase incompleta del título, a su vez, evoca
insidiosamente la contracción usual de Tu
m’emmerdes (me aburres) y bien podría aludir a la relación que Duchamp
mantiene con la pintura desde su paso por Munich en 1912. Porque si bien es
cierto que Tu m’ es su última
pintura, ¿cómo datar el momento preciso en que abandona definitivamente la
pintura? ¿Cuándo deja de pintar en realidad? ¿En 1912, después de Munich? ¿En
1923, después de dejar el Gran vidrio inacabado? ¿O nunca abandona la pintura
en términos estrictos? ¿O la abandona muchas veces con cada pasaje y cada
transición? ¿Dónde termina la pintura? (págs. 320-321)
¿Dónde termina la pintura? El eco
de esa pregunta resuena en el oscuro espacio de Superficial. Si hoy en día lo superficial es una exigencia a la que
pocos pueden renunciar, aquí las superficies nos devuelven una mirada que barre
con los límites autorales y con las fronteras de lo comercializable: las obras
nos devuelven –a partir de los juegos de luces, de lupas, de reflejos y
derivas– una mirada perturbadora, digna de los espectros de La invención de Morel.
La máquina de la novela de Bioy
Casares extraía la vida de los seres que Morel había elegido y los convertía en
imágenes corporizadas que repetirían eternamente las rutinas en las que habían
sido registrados, siempre y cuando la tecnología no fallara. “Las copias
sobreviven, incorruptibles”, dice el desorientado narrador que llega a la isla
en la que Morel montó su macabro circo. Luego agrega: “Ignoro cuáles son las
moscas verdaderas y cuáles las artificiales”.
Verdadero, artificial, propio,
ajeno: Paralelo58 hace estallar lo superficial y nos devuelve a la porosidad de
la superficie sobre la que se proyectan las copias de lo que alguna vez fue
arte. Los objetos de esta muestra son vestigios de una civilización destruida
que sobrevive presa de la obsesión de sus imágenes.
Superficial,
muestra del colectivo Paralelo 58 (Alejandro Arguelles, Fabian Attila y Juan
Pablo Fernandez Bravo) en el Museo Benito Quinquela Martín, sala Eduardo
Sívori, 2º piso.
Del 9 de septiembre al 2 de octubre
de 2017.
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