“Jotón, un mundo feliz”, por Hache Pavón
Jotón, de
Natalia Crespo. Buenos Aires, Modesto Rimba, 2016, 204 páginas.
Cuando
en 1932 Aldous Huxley publicaba Un mundo
feliz, contribuía a ampliar la serie de la literatura utópica por su revés,
la antiutopía. La condición previa de la existencia de la antiutopía es el
estallido. La condición previa de la existencia de Jotón, primera novela de Natalia Crespo, es el estallido. En el
primer caso estalla un género literario: el utópico. En el segundo, un país:
Argentina (en cifras: helicópteros, 1; presidentes, 5; año, 2001 y todo por el
aire). En Los imaginarios sociales (1999),
Bronislaw Baczko, un filósofo polaco nacido en Varsovia en 1924 (por los años
de la incubación de los regímenes totalitarios que azolarían Europa y en
particular su país y su ciudad de nacimiento), advierte acerca de los peligros
de la naturaleza de las utopías: “Geometría del orden social, la eterna utopía
persigue a la fantasía, estrangula a la libertad, combate la marginalidad. La
utopía, sistema cerrado y autárquico, es una máquina delirante que sirve para
fabricar simetrías, para producir y reproducir lo mismo”[1].
Pese
a que la experiencia enseña que los proyectos utópicos, en tanto diseño de sociedades
armónicas y justas, ya sean de carácter ficcional –Swift y Orwell pueden dar
testimonio– o político terminan por estallar (los engranajes de la máquina de
fabricar simetrías: espacios, tiempos y cuerpos simétricos vuelan por el aire,
siempre), seguimos, entrado el siglo XXI, engendrando utopías. Si Platón había
imaginado una República y Tomás Moro, una isla, Natalia Crespo imagina una
ciudad de nieve, sobre un espacio concreto con coordenadas precisas
(recuperadas de Wikipedia):
Houghton
es una pequeña ciudad ubicada en la parte peninsular del estado de Michigan.
Dentro de esta península, que se conoce con el nombre de Upper Peninsula (UP)
–en inglés se lee “Iu Pí”, piensa Marisa–, Houghton está en la punta norte, a
orillas del Lago Superior, en la frontera con Canadá. Sus primeros pobladores,
los indios chipewas, la llamaron “Ho-town” o “Hoton”, que en lengua indígena
significa “ciudad de la nieve”, y de sonde derivó la palabra Houghton. (p. 25)
Jotón,
como toda construcción utópica, tiene como origen el desengaño, en este caso,
el producido por el fracaso de la implementación de las políticas neo-liberales
y de “modernización” en la Argentina en la década del noventa. Llegado
diciembre del 2001, en medio de piquetes y saqueos, Marisa y Eduardo, un joven
matrimonio que vive en Avellaneda (un polo industrial arrasado) junto a Lucía,
una bebé de unos meses, deciden, como tantos otros argentinos, emigrar en busca
de una nueva vida (en este caso el clisé puede dar lugar a otro género
literario). Entonces, a medias entre la tradición de la utopía y de la sátira,
después de soñar (Wikipedia mediante) viajan hacia la ciudad de hielo en la que
a primera vista todo funciona muy bien: los horarios, el tránsito y las máquinas
expendedoras de café. Sin embargo, más temprano que tarde, ese orden rígido de
toda rigidez comienza a asfixiar a Marisa. Eduardo, por el contrario, se
encuentra muy a gusto en Hougthon, con su armonía helada y los buenos modales
de sus habitantes. Un abismo comienza a separarlos y, finalmente, los separa.
Es sólo una cuestión de género, se trata de vivir el exilio en términos de
utopía o de antiutopía. Todo lo demás, incluso lo sólido, vuela por el aire.
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