“Nuevas aproximaciones al mandala”, por Marcelo Méndez
Cortázar, 1963. Acerca de Rayuela, de Eduardo
Romano. Buenos Aires, UNIPE Editorial Universitaria, 2017, 280 págs.
Quitando a los
especialistas, es difícil que alguien pueda recordar un par de títulos editados
en 1963 más allá de Rayuela. Para
todos ellos el texto de Julio Cortázar obró como un poderoso eclipse. Por eso el
título de este nuevo libro de Eduardo Romano funciona bien como contraseña: dado
el año de publicación y el nombre de Cortázar, el nombre de la novela se
presenta solo y con nitidez al lector. Para los desprevenidos, el subtítulo
concede –“acerca de Rayuela”– un gesto deportivo pero casi innecesario.
Como puede suponerse,
el autor no pierde de vista que si Rayuela
es un punto clave en la obra de Cortázar, lo debe en gran parte a factores que
residen en sus textos y experiencias precedentes. La importancia de esto es que
Romano se aboca a una minuciosa contextualización de Cortázar y de su obra que
lejos de ofrecer un matiz burocrático está entre los puntos fuertes del libro.
De hecho, el modo en
que Romano encara esta tarea invita a realizar una digresión. Como autor de Cortázar, 63, pero pensando también en
algunos de sus libros anteriores, entre todos ellos viene enseguida a la mente el
valioso Revolución en la lectura, es
importante remarcar la forma en que organiza los contextos de sus objetos de
estudio. Con partes iguales de amabilidad y agudeza, Romano pone en diálogo a
las voces de la crítica que se ocuparon del tema. Una vez hecho esto instala en
ese conjunto sus propias hipótesis de lectura, que siempre son firmes, pero
nunca reducen a escombros todo lo anterior. Genera, en suma, un efecto de
lectura muy grato y un modo de transmitir conocimiento que en este libro sobre Rayuela vuelve a hacerse presente. No
abundan pares ni discípulos de Romano en la crítica literaria argentina que
manejen esa polifonía que el lector agradece.
Con esa estrategia,
Romano pone en evidencia un trasfondo esteticista que en Cortázar termina
siendo residual sin extinguirse nunca y que él vincula mayormente con la
influencia de Mallarmé, un tótem en la juventud del escritor. Pero también trae
a la palestra los primeros antecedentes de lo que en Rayuela tomará la forma de una primacía de lo surreal rondando la
esquina de la prosa cortazariana: menciona así el interés por la magia, de la
mano de corrientes antropológicas como la de Levi Bruhl, y, en estrecha contigüidad
con ellas, sus acercamientos a Jung y a Jean Cocteau, influencias tempranas
pero persistentes.
En estas complicidades
del joven Cortázar, fortalecidas contra viento y marea mientras daba clases en
pueblos de la provincia de Buenos Aires donde poco se quería saber sobre las
vanguardias y sus influencias, Romano ya empieza a leer esbozos de la hipótesis
que devendrá central en el libro: asoma el engarce entre las lecturas
antropológicas que reivindican lo mágico, la apuesta surrealista al
inconsciente, y la experimentación de las vanguardias, coctail que inflamará de poesía a la prosa de Rayuela. El esteticismo, a la vez, recalará en los afamados aspectos
fantásticos de la literatura de Cortázar que el crítico, revisando las posturas
más instaladas, considera sobrevalorados en el conjunto de su obra.
Parece claro que el
contexto que Romano elabora para desembarcar en Rayuela empieza a completarse cuando hace hincapié en la temprana
adopción de la metáfora, por parte de Cortázar, más como procedimiento
narrativo que como mera figura retórica, y anota el paso que le da a lo oscuro,
a lo oculto, todos ellos terrenos fértiles para el surrealismo, pero que también
indagan sobre lo oriental, recuérdese que poco faltó –habrán cundido alarmas–
para que Rayuela se llamara “Mandala”.
Complementa este
contexto la fuerte presencia de una ética de la autenticidad que Cortázar
descubre en la filosofía existencial y vuelca en su novela: poeticidad y
existencialismo se confabulan para obtener más y mayor realidad.
También se rastrean
en Cortázar, 1963 los momentos
iniciales de la noción de poetismo, que resultará capital en Rayuela pero que Cortázar –advierte
Romano– ya tiene entre manos desde su obra crítica y en algunos textos de
ficción anteriores, como en Divertimento
y El examen, novelas póstumas y en Bestiario (1951), un texto que Romano considera
insoslayable en el recorrido de Cortázar. Destaca cierta concepción
antropológica en ese libro que produce novedosos cuestionamientos a la sociedad
y a la familia que se amplificarán en Rayuela.
Expresa –cito– “cuestiones que no tenían lugar en el discurso de la época a
través de varios planos de creatividad simultánea”. Toma forma en esos cuentos una
noción de puente que será vital en la prosa poética y existencialista de Cortázar
y que tal vez encuentre su expresión más lograda en el Libro de Manuel (1973),
donde se dice, “un puente es un hombre cruzando un puente”. El puente, así
concebido, opera en Rayuela entre su
más allá y su más acá, es el espacio donde la figura de la Maga “se inscribe”,
en las primeras líneas de la novela y vincula la herencia vanguardista y el
existencialismo. La hipótesis central que recorre el libro es que la prosa de Rayuela lleva dentro, confabulándose con
ella, a la poesía según la entendían las vanguardias y a los modos de vida propuestos
por el existencialismo.
Abonando
esta hipótesis Romano concluye que Cortázar, Miguel Ángel Asturias y pocos más
integran una neovanguardia que reintroduce procedimientos de las vanguardias
históricas pero trae la atención puesta en llegar a un amplio público lector y
no en limitar su comprensión a los muy entendidos.
Otra
virtud del libro es que no presenta a Rayuela
desgajada de la historia ni, lo que sería aún peor, emparentada a textos muy distintos
a ella bajo el rústico manto del boom. Por el contrario, la se sitúa en la
emergencia de la cultura de masas, que el crítico cree funesta para la lectura
considerada como un consumo establecido, pero de la que Rayuela alcanza a sacar provecho.
El ensayo
de Romano atiende al marco político argentino de la novela, que delimitan la
autodesignada revolución libertadora y los avatares del frondicismo. Siendo
así, resultan inseparables del período, las revistas Centro y Contorno, las
señas contraestalinistas que sugerían ciertas expulsiones del PC: Gelman,
Rivera, Portantiero, los primeros pasos de la Nueva Izquierda. Y por supuesto
la Revolución Cubana a la que Cortázar se vincula con mucho mayor entusiasmo de
lo que, en Rayuela, Oliveira muestra
por la causa argelina.
Esbozos
de una revolución sexual en la Argentina de estos incipientes años sesenta se
llevan bien con la que será en Rayuela
la relación de Oliveira y la Maga, signada más por el sexo que por el amor, como
Romano señala. Y remarca, en continuidad con esto, que serán los jóvenes,
mayormente, los que harán de Rayuela
su novela.
H.
Smuchler es el primero en mencionar el peso de lo poemático en la novela. Lo
que se sigue de otro útil y generoso recorrido que emprende Romano: el que
transita por la primera recepción crítica de Rayuela. Esta presencia del poetismo (que Romano, traduce por el
más adecuado “poeticidad”) dispara otra hipótesis de este Cortázar 1963 y es que la figura cortazariana, esa forma homogénea,
rara y fulgurante, se propone como el correlato de una incertidumbre y una
disponibilidad que la novela propicia.
Siempre
en busca de la incidencia de la poeticidad en Rayuela, Romano dispone una estrategia clave: propone un recorrido
horizontal por la novela, a contrapelo de tanta crítica que antepone una de las
formulaciones de la totalidad en la novela y se dispone vanamente a recomponerla desde la
verticalidad de ese delgado paradigma. Uno de los problemas de la crítica de Rayuela que este libro desbarata: en el
juego de la rayuela no se llega al cielo con el primer tiro.
Romano
destaca el importante lugar que Cortázar le da a la paradoja, que lee, en
sintonía con Deleuze, como la afirmación de los dos sentidos a la vez: Traveler
y Oliveira (el viajero que no viaja y el porteño de ley, París y Buenos Aires, etc.).
Otra hipótesis que plantea Cortázar, 63
es que el material y los principios productivos utilizados en “del lado de
allá” introducen innovaciones en la literatura argentina del momento. Este breve repaso quiere exponer con claridad cómo el crítico se preocupa por señalar
razones del atractivo que tuvo la novela para tantos y tantos lectores -un factor
que se suele dar por hecho sin problematizarlo.
En
suma, Eduardo Romano ha escrito un libro que nunca pisa ese espacio cómodo de
la crítica que pretende que lo exitoso no es problemático. Se aboca a un
minucioso trabajo con la novela de Cortázar, del que extrae una hipótesis
principal, la llave del mandala de la novela, como hubiera dicho su escritor. Cortázar, 1963. Acerca de Rayuela: un libro insoslayable para acercarse a un texto
siempre asediado por la celebración a priori y la voluntad de que se vuelva monumento.
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