"Una de piratas", por Miryam Pirsch
El
pirata Maremoto, de Carolina Tosi (textos) y Omar
Aranda (ilustraciones). Buenos Aires, Riderchail, 2018, 36 páginas.
Una historia
puede contarse de mil maneras. Subsumidos en un mundo audiovisual, las imágenes
pueden saturarnos con un bombardeo donde formas y colores pierden valor
semántico en beneficio del impacto inmediato. A partir de su incursión en la
literatura infantil, el libro álbum propone la interrelación entre el texto y
la imagen en una poderosa simbiosis expresiva, de manera que la imagen es mucho
más que un ornamento o un recurso para atraer la atención; la imagen aporta
significado a la historia, un clima emocional y contenidos tan imprescindibles como las palabras, a las
cuales agregan matices, sobreentendidos y valoraciones culturales contenidos en
el diseño, el tamaño y tipo de letra, el papel elegido y todos los elementos
involucrados en la composición gráfica.
Piratas,
dinosaurios, superhéroes cuentan con un largo historial en el imaginario de
varias generaciones. Todos estos personajes abren puertas a mundos de fantasía
donde todo puede pasar y donde lo cotidiano se transforma en contundentes
objetos mágicos capaces de empoderar a los más vulnerables de toda sociedad:
niños y niñas.
Si
de piratas hablamos, los antepasados literarios vuelven inevitable remontarnos
a Julio Verne, Emilio Salgari y sus novelas que alimentaron las horas de
aventuras imaginarias de lectores a lo largo de dos siglos. Otra vuelta de
tuerca a esta tradición nos llegó de la mano del Peter Pan de James Matthew Barry, quien organiza su ficción en dos
ámbitos contrapuestos: las puertas del mundo de Peter Pan y sus aventuras solo
se abren para los niños; los adultos, en cambio, se quedan en casa, anclados a
la realidad, a la rutina, ajenos al juego y la fantasía.
El pirata Maremoto
de Carolina Tosi y Omar Aranda se inscribe en esta línea, en la de los
universos paralelos que encuentran su modo expresivo en el contraste de colores
elegidos para representar uno y otro. El mundo en el que Baltazar se convierte
en el valiente pirata Maremoto brilla en colores, luces, contrastes, espadas,
garfios y utensilios de cocina que brillan, azules cielos y mares, monstruos de
estridente rosa chicle… todo tan vibrante como arrolladora es la imaginación
del niño. Por otro lado, la madre y el hermano mayor, ambos sumergidos en sus
computadoras, habitan un mundo ocre donde solo se distinguen claroscuros. Como
en E.T. de Steven Spielberg
donde los adultos no ven al visitante aunque esté frente a sus ojos, la familia
de Baltazar, concentrados en sus aparatos electrónicos y en obligaciones
laborales, ha perdido la capacidad de acceder a los mundos imaginarios de la
infancia. Será la abuela, como miembro de otra generación ajena a distracciones
urgentes, la única adulta que entre en el código maravilloso y entienda lo que
el niño le cuenta con entusiasmo mientras ella riega sus plantas. Pero como
Baltazar es un niño de hoy, no solo se trata de una cuestión generacional: para
sus compañeros de colegio, él es un chico “raro” (habla poco, no juega al
fútbol ni a la bolita). Con su único amigo enfermo, sorpresivamente descubrirá
una compinche de juegos donde menos lo esperaba: Guadalupe, a partir de ahora,
la capitana Lupe.
En
este presente donde el contacto con las pantallas es cada vez más temprano, El pirata Maremoto reivindica el juego,
la fantasía, la amistad y la diversidad, verdaderos tesoros escondidos que este
libro se propone descubrir y compartir.
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