“Acerca del cuidado y del guardado de las cosas”, por Carolina Bartalini
Volcán,
de Valentina Varas. San Justo, Caleta Olivia, 2018, 67 págs.
“La destrucción total también es una
forma de magia: había algo y ahora no queda nada”. Entre todo lo que está y lo
que no, entre la ausencia y su presencia, entre lo que explota y lo que vive
(por y para la explosión), entre el amor y el desencanto transita Volcán, segundo libro de Valentina Varas,
un poemario afectivo y sensible.
El movimiento del libro es ondulante.
Por ratos, el placer del enamoramiento le cede espacio al encanto sobre el
desapego. La nostalgia de lo que ya fue se pegotea a la de lo que pudo haber sucedido,
y a la esperanza de lo que todavía no es. Por otros, el tono ameno, sencillo, parece
indicar que el poema trata lo superfluo. Y, en rigor, así es. Pero lo hace
desde la percepción de su “inutilidad”, a la que la poeta llega queriendo decir
“doloroso”: las penas del crecer.
La protagonista de estas escenas de amor
adolescente perfila el poema como un rito de iniciación. Cuidar y guardar,
título de uno de los poemas más potentes, se detiene con precisión en las
escenas de lo femenino por historia (in)natural: la voz poética compone sus
versos como si les sacara fotos a las escenas de una vida ideal, percibida como
real y como ficción a la vez. Estas fotografías del amor (de todo lo que el
amor no alcanza a decir, ni a mostrar, incluso) se organizan en un
modelo-collage vivo que se va expandiendo hacia la idea de la explosión final
que, tampoco termina de llegar. Hay, por el contrario, en lugar de la rabia juvenil,
un retorno a la figura de la infancia para apaciguar, y apaciguarse. Volver a
la playa, volver con el padre, hacerle ojitos a los chicos que pasan. Como la
historia fuera –en lugar del volcán– el camino hacia una meta, todavía difusa,
pero atrayente, imantada: la silueta de un volcán que empieza a hacer temblar
el suelo.
Entre el vitalismo del exceso, en listas
de cosas que desbordan el final, y el trabajo minimalista en los varios haikús
que también componen el Volcán, Varas
parece querer señalar la presencia irrefrenable de lo que perdura y lo que se
desvanece en el mismo acto. Es esa lava, ese calor que incide y atemoriza, pero
también la vista hermosa de un atardecer siempre azulado ese punto de fuga
entre el todo y cada una de las partes: el todo y cada uno de los elementos de
la falta.
Si la poesía es una fosa común –como se
titula el primer apartado–, donde cada uno de los poemas no solo no tiene
nombre (aunque lo tenga) ni tampoco es reclamado por nadie, todos juntos forman
un cuerpo nuevo, común de comunal.
“Es imposible mirar directamente el sol
pero está bueno”, el título del último capítulo afina la idea del fluir de este
poemario de cuerpos enredados. Lo que no es posible se hace y aunque duela, va
bien. Volcán, de Valentina Varas,
recoge esas fotos de lo (im)posible: la eternidad, la poesía en la fosa común.
hola soy Angela de Frivie.com! hago reseñas, quiero escribir sobre ustedes
ResponderEliminarEste último recurso es muy usado en reseñas de todo tipo; veamos un ejemplo: «¿Será esta la obra que finalmente nos muestre la cara más oculta de este enigmático escritor?».
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