“Polvo no serán”, por Miryam Pirsch
Radiana, de Esther Cross. Buenos Aires, El 8vo. loco-Tren en movimiento, 2017, 97 págs.
Cuando apareció La mujer que escribió Frankenstein (2013) la historia literaria
entre Esther Cross y el monstruo más fascinante de la literatura universal
llevaba ya transitado mucho tiempo; en ese imaginario Radiana resulta un hito inevitable. Tanto así que, publicada hace
más de diez años, El 8vo. Loco y Tren en movimiento reeditan ahora la nouvelle
adicionando un plus que hubiera contado con el guiño aprobatorio de los
seudoinventores y paracientíficos que participaron de esta historia: puede
descargarse en formato virtual desde la página de la editorial.
Radiana
es varias historias o por lo menos dos, o mejor dicho: es una historia hecha a
base de historias y personajes dobles, duplicados muy al gusto del gótico, un
género en el que Cross encuentra todo lo necesario para narrar el amor/obsesión
que une al Profesor en Ciencias Eléctricas Elmer Dus con la pianista Rita
Lavenza. Rita es una suma de partes pero no en el conjunto que forman sino en
la entronización del fetiche, ya que de ese conjunto serán las manos el fetiche
que fascine a Elmer, tanto como para pedirle
la mano y quedarse para siempre con ella aun después de la muerte de Rita. A
pesar del bloqueo que sufre la pianista cuando un grito interrumpe su concierto
la tarde de su casamiento, esas manos que no pueden dominar el teclado (o sus
huesos, para ser más precisa) polvo no serán sino la pieza más valiosa para dar
vida a la robot Radiana.
Pero el cuerpo de Rita no es el único
que resulta intervenido en Radiana; es uno más entre otros que son cortados, fragmentados, invertidos, mutilados,
remplazados, vaporizados, deformados. Así como Elmer Dus sueña con dar vida
artificial, el científico que aspira a superar a la naturaleza se duplica en el
inventor Bruno Ganz, propietario del laboratorio proveedor de una heterogénea y
caótica serie de productos cuyo proceso conoceremos a través del cuerpo de Hugo,
contratado como “modelo” fotográfico en un antes
y un después que invierten el
orden de la temporalidad: fuerte y delgado como llegó a la casa representa el después; fatigado, nervioso y canoso a fuerza de los tónicos y pastillas
del inventor ilustra el antes. Para
Hugo y Norma, la pareja que duplica a Rita y Elmer, la redención resulta
posible porque su vínculo está construido más allá del cuerpo, lo incluye pero
no lo funda a diferencia de lo que sucede entre la pianista y el profesor.
Un
tercer hombre cierra este triángulo de seudocientíficos: cuando el Dr. Lázaro
Salvo, el traumatólogo a cargo de la intervención sobre el cuerpo de Rita,
remplaza las falanges por huesos metálicos, realiza en la mesa del quirófano lo
que hasta el momento la narración había mantenido en el plano de las palabras.
Dar la mano, dar una mano, tender la mano, lavarse las manos, ir de la mano
dejarán de ser una expresión para convertirse en literales descripciones de lo
que pase con las manos de Rita; desplazada de sus huesos, de sus manos finalmente
también será desplazada de sí misma a través de la copia perfecta de su
caligrafía y de su firma que ejecuta el marido en una escena que se reitera al
principio y al final del relato.
¿Cuál
es la ciencia ficción dentro de la que se inscribe Radiana? Al comenzar esta reseña mencionamos la obra de Mary
Shelley evocada explícitamente en la escena de la operación de las manos de
Rita, cuando afuera se desata una tormenta eléctrica similar a la que necesitó
el Dr. Frankenstein para dar vida a su criatura. Resulta inevitable pensar
también en el Lugones de Las fuerzas
extrañas o el Bioy Casares de La
invención de Morel, autores y textos donde “lo científico” se entrelaza con
lo extraño y lo fantástico para instalar a Esther Cross en el punto donde su
literatura resulta en sí misma una intervención indispensable en el cuerpo de
la literatura argentina actual.
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