“Estadísticas para concientizar, casos puntuales para no generalizar e investigaciones serias para visibilizar”, por Florencia Eva González
Feminismo y arte. Historia de artistas que
emanciparon el cuerpo, de Andrea Giunta. Buenos Aires, Siglo XXI, 2018, 295 páginas.
Ubicándose en los tiempos donde los vínculos entre artistas, ideales
revolucionarios e instituciones comenzaban a estrecharse con fuerza, para
encarar “Feminismo y arte latinoamericano” Giunta debe abandonar los “grandes
relatos”, cambiar el foco y poner la
lupa en el cuerpo femenino como lugar de disidencia y las maneras en que la
expresión de ese cuerpo se torna material artístico con decidida vocación de que
sea explícitamente político. Este nuevo recorrido implica iluminar aquellas
artistas que por un motivo u otro no fueron incluidas en el gran relato de la
historia del arte latinoamericano y recuperarlas del olvido aunque hayan tenido
cierta repercusión en su momento. Por eso Giunta en este nuevo libro, como si
volviera sobre sus pasos, introduce elementos descartados y fuera del canon,
marginales, fundamentales para comprender cómo se lleva a cabo hoy un
movimiento de liberación y visibilidad también en el terreno del arte y
concomitante con expresiones de disidencia respecto del otro del cuerpo
patriarcal.
A través de una
revisión de obras de mujeres que configuraron nuevas relaciones de poder en los
modos de ver y mostrar, Giunta ofrece un recorrido de casos para enlazar el
largo camino de emancipación de cuerpos. Una emancipación que se construye, en
todos los casos, sobre la base de un conocimiento nuevo a fin de generar una
visibilidad de cuerpos para convertirlos en ese acto y en esa misma presencia,
en resistencia y política.
Los nombres se enlazan por el hilo
invisible del texto de Giunta: Clemencia Lucena, las argentinas María Luisa
Bemberg y Narcisa Hirsch, la uruguaya Nelbia Romero, la chilena Paz Errázuriz y
otras artistas mexicanas. Además de casos
concretos, la autora ofrece un aporte impecable para ejemplificar la “censura
sistémica” en la historia del arte. Se trata de una demostración a través de
estadísticas institucionales rigurosas, actuales e inéditas sobre el problema
del acceso y la escasa visibilización de las mujeres artistas en el campo del arte.
Así, analiza por ejemplo la cantidad de premios obtenidos por las mujeres
artistas en el Salón Nacional de las Artes (el único premio de artes visuales
que otorga el Estado Nacional) en los rubros pintura (sólo 5% por ciento hasta
el año pasado), escultura (10%), dibujo (6%), la fotografía (5%), el grabado
(26%) y la cerámica (12%), entre otros, números que demuestran que “la equidad
de género no forma parte de la agenda del arte argentino”.
Lo interesante de cuantificar el
material exhibido traducido en presencia en catálogos, premios ganados y
cotización de obras es remarcar lo bien que funcionan en la actualidad los mecanismos de invisibilización para
acallar las voces disidentes. A la vieja pregunta de por qué se sigue
reproduciendo la desigualdad, a la autora le resulta caduco el conocido
argumento de Linda Nochlin en 1971 sobre la histórica endeble educación
artística para mujeres y la nula o poca presencia en círculos influyentes del
Arte ya que hoy el acceso a la educación es pareja, incluso con predominancia
de mujeres. Esa presencia a las claras no redunda en mayor peso en el mundo de
las artes plásticas en proporción al nivel de instrucción y volumen de
producción. Giunta parece estar más en línea con Griselda Pollock que en 1982
añadía que la utopía sexual neutral fortalece
al hombre como norma y a la mujer
como lo otro, cuya libertad se reduce en convertirse en
hombre o parecerse a él.
Ante un caudal de cifras que
demuestran las desigualdades, la autora decide apuntar a lo cualitativo y
profundiza en casos específicos trazando un recorrido en la paulatina
visibilidad de las mujeres artistas a partir de los años 70. Un primer mojón
son las Guerrilla Girl que comienzan en 1985 el activismo con afiches,
conferencias y diferentes tipos de intervenciones desparramando números y
estadísticas. Nuevamente Giunta remarca que para el 2015, 30 años después, la
situación no parece haber cambiado mucho y la igualdad de géneros es un ideal
todavía lejano. El mundo del arte sigue
dominado por personas predominantemente blancas, euronorteamericanas,
heterosexuales y por encima de todo, hombres. La autora enumera cómo los
grandes museos del mundo realizan muestras dedicadas con exclusividad a
artistas mujeres, como en el Pompidou en 2009, y que resultan exitosas pero que
cuando concluyen, vuelven al porcentaje habitual de presencia de artistas
mujeres: 10%, como en el resto de las instituciones, bienales y museos del
mundo. Y estas cifras dan como resultado pura reducción: en la cotización de
las obras, en el número de publicaciones y crítica, en la posibilidad de
multiplicar producción y circulación.
Pero los dilemas sí se
multiplican. Si se pudiera afirmar que existen “artistas mujeres”, es un dilema
crear una categoría que logre distinguir su producción del arte realizado por
“varones”. Por ello, el debate sobre arte y feminismo, feminismo y arte,
plantea problemas entre la obra y la diferenciación o identificación respecto
del feminismo artístico y la posibilidad de historizarlo. También se
multiplican los interrogantes sobre aquellas expresiones que no se identifican
con el feminismo, lo femenino y ni siquiera con la clasificación de “artista
mujer”. Concluye Giunta: “No es posible una reducción”. Ante la imposibilidad
de generalizar, veamos los casos.
En el segundo capítulo “Artistas
entre activismos” se abordan casos y la relación entre feminismo y las
izquierdas en los 60-70 en las figuras de la colombiana Clemencia Lucena y la
cineasta argentina María Luisa Bemberg. Si bien no se conocieron, Giunta decide
analizarlas en paralelo por considerarlas atravesadas por una coyuntura marcada
por la politización del campo cultural. Si en esos años lo personal se comienza
a entender como político, en el contexto de la creciente politización que
diseña la izquierda y el borramiento de los nombres propios del “arte
colectivo”, los discursos sobre la “lucha de clases” por ejemplo se presentan
como grandes marcos de referencia pero anulando las desigualdades de género.
Sin embargo proliferan aunque tímidamente y en paralelo, la militancia de ambas:
en el caso de Lucena como militante del
MOIR (Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario) de base leninista-maoísta
y un interrogante: ¿cómo combinar una agenda de izquierda con el feminismo?; y
en el caso de Bemberg, en el terreno masculino del cine en tiempos que
brillaban las películas del Cine Liberación o Cine de Base y lejos de recibir
noticias sobre temas referidos a las desigualdades de género, comienza su
carrera como directora con dos cortometrajes con clave sexista.
Otra pionera de los años 70 es
Narcisa Hirsch quien a diferencia de Lucena y Bemberg refuerza posturas
políticas definiéndose como “no militante”, entendida como no orgánica y
poniendo en relieve un discurso en
primera persona. La artista suma al relato feminista el personal, y adosa en lo
formal, una novedosa incursión en el cine experimental.
El capítulo 4 trata sobre el
desarrollo del “Feminismo en México” a partir de la Primera Conferencia Mundial
sobre la Mujer del año 1975 y que permite una evaluación sobre el estado del
feminismo artístico mexicano y un repaso sobre experiencias que contienen un
punto de vista específico en intervenciones que van del collage al video y
diversas performances realizados por Mónica Mayer, Maris Bustamante y Magalí
Lara. El aporte de esta intervenciones suma al controvertido rol de la mujer en
el arte mexicano a nociones de clase, capitalismo y minorías, y también
desmarcando lo masculino/femenino como un binarismo que conduce a varón/mujer
como una forma de sintetizar cuestiones de género. El objetivo en este capítulo es establecer
una relectura de estas obras con el objetivo de valorarlas como expresiones
sobre corporalidades desobedientes desestimando cuestionamientos proferidos por
parte de una corriente del feminismo clasificatorio y maniqueo.
En “Archivo, performance y
resistencia” Giunta analiza la instalación y performance Sal-si-puedes de Nelbia Romero, presentado en Montevideo en 1983.
La muestra constaba de maniquíes partidos y chorreados de pintura roja
remitiendo a la localidad Salsipuedes donde se produjo un encuentro en 1831
entre las fuerzas armadas y comunidades indígenas visibilizando un suceso
violento originario que dio lugar a la conformación del Estado nacional. Esta
obra tiene para Giunta dos particularidades. La primera es la actualización del
archivo y utilización en la obra a modo de puente que anuda los dos hechos: el
exterminio de los charrúas y el terrorismo de Estado, la tensión entre el
Estado-nación y la población indígena. La segunda es destacar entre la masacre,
la muerte de las mujeres a través de documentos de la época. Y entre esas
mujeres, poner en relieve la historia de Guyunusa que embarazada fue vendida
para su exhibición pública en Francia. Esta tragedia particular es recogida en
la actualidad por el feminismo contemporáneo y marca la forma racista de
percibirse a sí mismo como un país “blanco” que desestima la importancia de los
charrúas en su historia borrando sistemáticamente su identidad y memoria.
En el último capítulo Guinta
analiza varias obras de la fotógrafa chilena Paz Errázuriz como variadas
maneras de persistir en que las dictaduras son parte constitutiva del arte
contemporáneo. La fotógrafa pone en relieve distintas maneras del desamparo, la
exclusión y formas de sexualidad
diferentes; caminos que confluyen a otras formas de pensamiento.
“Feminismo y Arte
latinoamericano” comienza
con una larga dedicatoria a mujeres y termina, reforzando el camino personal de
Giunta, con su participación en las Asambleas de febrero del 2018 de “Ni una
Menos” en el galpón de Chacarita en la Mutual Sentimiento para organizar la
Marcha y el paro del 8 de marzo. En el segundo apartado, hace referencia al
fallecimiento de la artista rosarina Graciela Sacco, a quien la reconoce
haciendo un repaso por su obra y recordándola como una importante artista y
exponente de la tensión arte-política-feminismo. Esta alusión, marcada por
recuerdos personales, Giunta la cruza con la labor de otras artistas y con el
trabajo inclaudicable de Sacco de deshacer los estereotipos femeninos y también
feministas que oprimen. Finalmente, el libro culmina con un glosario que
incluye definiciones como Feminazi,
Friendstone o Machismo, es decir,
un nuevo gesto de hacer confluir un libro preciso de investigación –como tiene
acostumbrado la autora– pero sin dejar de lado el presente del feminismo ni la
importancia de la impronta y el recorrido personal. Reafirmando la calidad investigadora de Guinta es de recalcar el
extenso apartado bibliográfico, completísimo y separado de acuerdo a
producciones de y sobre países y artistas de Latinoamérica.
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