“Las riendas del relato”, por Miryam Pirsch
Nuestra
parte de noche, de
Mariana Enriquez. Buenos Aires, Anagrama, 2019, 667 páginas.
Enero, mes de
vacaciones por excelencia en la Argentina. Como muchos más, elegí ese momento
para leer la novela de Mariana Enriquez. En estos días se suceden las voces que
recomiendan su lectura: mis contactos en las redes sociales, escritores,
periodistas y especialistas varixs, amigxs que nada tienen que ver con las
letras. Figura en las listas de los más vendidos. ¿Es el libro del verano? –me pregunto.
Cuando Enriquez parecía instalada entre las escritoras “de culto”, el Premio
Herralde obtenido con esta novela ha traído, tal vez, un giro a la difusión de
su obra para impulsarla hacia un público lector más amplio, el público que
dispone del verano para zambullirse en estas casi setecientas páginas del
horror mejor contado.
La narración comienza
en 1981 cuando a tres meses de la muerte de su esposa, Juan y su hijo Gaspar
emprenden un viaje en auto rumbo a Misiones, al corazón de la selva donde vive la familia de
la mujer sospechosamente muerta. Pero la historia tiene su origen mucho tiempo
atrás… Comienza en el siglo XIX, entre Inglaterra y África y atraviesa todo el
siglo XX cuando el epicentro de la Orden que venera a la Oscuridad se instaló
en la Argentina. ¿Quiénes integran la Orden? Los poderosos, aquellas familias
que nunca se dan por satisfechas y quieren más de todo: fortuna, vida eterna,
obediencia a cualquier precio. ¿Qué es la Oscuridad? Una fuerza que se
manifiesta a través de médiums, aquellos señalados que pagarán caro su don de
alimentar la ambiciosa gula de la Oscuridad y de los miembros de la Orden. Juan
es el médium más valioso que la Orden haya conocido y Gaspar tiene destino de heredero;
será la herencia, justamente, uno de los pilares de esta novela donde los
hombres son los protagonistas pero los personajes femeninos resultan decisivos.
Madres vivas y muertas, hermanas y primas, novias y esposas, amigas, abuelas y
tías monstruosas, incluso la primera médium (una esclava traída del África
colonizada por los ingleses) tejen las
relaciones que sostienen la genealogía de los Bradford y el coro que los
acompaña.
Enriquez organiza el
relato en capítulos que alternan la cronología de los hechos. Las voces de
diversos personajes se hacen cargo de contar y describir pero también sus
miradas, su conocimiento, sus valoraciones y hasta aquello que ignoran
contribuye a construir una historia plural en responsabilidades y excesos. Una
vez más, como en muchos de sus cuentos, el horror es político, el terror va de
la mano de la historia argentina pasada y presente, por eso lo que sucedió en
África solo fue posible en el marco del avance imperialista inglés; la última
dictadura argentina, el cómplice ideal para las crueldades de los Bradford; el
regreso de la democracia y las primeras identificaciones de los restos de los
desaparecidos, la oportunidad para que la verdad empiece a contarse. Novela
sobre la herencia, esta no solamente es de sangre sino también política, ¿o
acaso sería posible hablar de un linaje poderoso por separado de los devenires
políticos y económicos argentinos que lo perpetúan en el tiempo?
Nuestra
parte de la noche es
una novela ambiciosa, atrevida, excesiva, por momentos casi tan abrumadora como
la Oscuridad o como la selva que la enmarca y la oculta a la vista de todos.
Rica en detalles e información diversa (sobre antropología, religiones, mitos
populares) la descripción puede pasar de la representación de la Oscuridad digna
de una pintura de El Bosco a la inclusión decorativa del ambiente londinense de
los sesentas (incluida la gratuita alusión a un joven David Bowie) que enmarcan
la formación intelectual y la consolidación de la pareja de Juan y Rosario
Bradford.
En esta propuesta de “novela
total” no podían faltar las citas directas e indirectas a los poetas favoritos
de la autora, los y las imprescindibles del gótico de tradición anglosajona:
T.S. Eliot, Yeats, Emily Dikinson pero entre la larga lista de filiaciones
literarias que la autora ha detallado en los reportajes que acompañaron la
publicación de la novela, tampoco es ajeno reconocer tópicos y autores
argentinos. La selva misionera ha encontrado en Nuestra parte de noche una reescritura de lo que hizo Horacio
Quiroga cien años atrás, porque al poder de aquella naturaleza capaz de
enloquecer y matar a través de sus criaturas, se le suman poderosas fuerzas
sobrenaturales que no devoran al ser humano como castigo por su soberbia o su
imprudencia (pienso en “La miel silvestre” o “A la deriva”) sino porque son el
Mal en sí mismo, una fuerza que no se detiene ante nada ni nadie. En la misma
línea, las voces de Adolfo Bioy Casares y de Jorge Luis Borges abren, cierran y
atraviesan el corazón de la novela: ¿Qué debería ser inmortal, el cuerpo o la
conciencia?, bien podría preguntarle el náufrago fugitivo de La invención de Morel a las líderes de
la Orden. Una pregunta cuya respuesta busca Gaspar, el que tiene la llave de la
puerta entre uno y otro lado, el único capaz de ver la totalidad de ese aleph
que se le presenta para no darle certezas: “Cerró los ojos. Vio a una chica
rubia, desnuda, que caminaba bajo un cielo sin estrellas. Perdida, pero no
asustada (…) Vio un planeta negro sobre el río. Vio a su abuela sin labios y
sin nariz. Vio velas en el bosque y a una joven en cuatro patas caminando sobre
huesos. Vio a hombres y mujeres corriendo (…) Vio a un perro blanco hambriento,
el espinazo como bolas de metal incrustadas en el lomo. Vio a una chica de
vestido rojo, sentada junto al pantano (…) Vio un torso pálido en un campo de
flores amarillas” (666). Y es ahí, en la totalidad de esa mirada donde la
novela habla sobre sí misma, porque Enriquez ha sostenido firmemente las riendas
del relato para llevar con éxito a Gaspar hasta el punto de partida, a la
selva, allí donde comenzó su historia.
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