“Los sabuesos infernales”, por Jimena Néspolo
“No se dejen devorar por la
oscuridad. La luz está en camino” –dice en un momento la Vidente. Que el resto
de los personajes, o incluso el joven prospecto de Dios que habrá de portar el
martillo, no comprenda del todo sus palabras importa poco; la arquitectura del
relato nos obliga a suponer que es aquella que “posee la magia y la
clarividencia”, y por tanto puede afectar “las fuerzas que rigen el mundo”, quien
comanda el relato.
Cada episodio de Ragnarök –la nueva serie de Netflix que acaba de estrenarse en
estos días– se abre con un breve texto de referencia sobre la mitología nórdica
y, con esto, acusa el motivo general que regirá cada capítulo. La articulación
en seis entregas es perfecta en su circularidad y en ello ancla el éxito: frente
a la fatalidad de un mundo secular agobiado por la inminencia de múltiples catástrofes (catástrofes naturales, políticas, bélicas, laborales, etc.) la
repetición y recursividad de los mitos tienen la virtud de aplacar angustias
ofreciéndole al tele-espectador la seguridad de un orden posible. Ragnarök da lo que promete, promete lo
que da: maniqueísmo y purgación, el Bien y el Mal enfrentados en los grandes
escenarios naturales de un pueblito de Noruega aquejado por la contaminación
industrial y el inminente cambio climático.
“Ragnarök: En la mitología nórdica,
la definición del fin del mundo. El Ragnarök comienza con desastres naturales y
culmina con la gran batalla entre los dioses y los gigantes.” El primer
episodio explica con esta leyenda el título, para de inmediato en el segundo presentar
al joven protagonista: sobre Magne, el joven adolescente dotado de ciertas
habilidades especiales que habrá de ir descubriendo a lo largo de la serie pero
que los mass media ya conocemos gracias a Marvel Comics, dice: “De los dioses
más poderosos de la mitología nórdica, Thor dominaba el clima y las fuerzas de
la naturaleza, luchaba contra los enemigos de la civilización y representaba la
ley.”
Dirigida por Adam Price desde la
televisión noruega, Ragnarök apunta a
un público adolescente al azuzar los conflictos generacionales del mundo
estudiantil (decadencia de los docentes, corrupción de las instituciones, discriminación, bullying, etc.)
y recargar las tintas sobre la misión que portan ciertos jóvenes “especiales”
sobre sus espaldas. No es casual la mención que se hace en un capítulo a Greta
Thunberg: el activista ambiental Thor/Magne carga la diferencia de su
singularidad, su fuerza, como un estigma que lo confina a la auto-exclusión. Salvando
las diferencias culturales y los temas e intertextos puestos en juego (mitología y cambio climático en una, angelología y trata de personas en otra) la serie recuerda a otro producto de Netflix: The OA (realizada por la televisión
estadounidense en 2016, 2017).
Más allá de todo fatalismo, si
todavía la trama nos fascina es porque esta batalla entre “dioses” (adolescentes
frágiles) y “gigantes” (empresarios poderosos) secundados por sabuesos
infernales al fin, también, nos interpela.
Vi esta serie, y también OA (que empieza siendo ambigua e interesante, pero se despatarra en la tanda final, con la "aclaración" del misterio del más allá). Al principio Ragnarok me resultó chocante y grotesca. La escena de Jutull padre saltando desnudo sobre un alce (o lo que fuera) y arrancándole el corazón para comérselo crudo, por ejemplo. Sí, parece un cómic, sin duda, en su propuesta estética, y en su maniqueísmo (con todo, hay un gigantito enamorado y algo más sensible: el adolescente Fjor). El revival del cómic debe de estar de moda (si vemos la superproducción de Watchmen, por ejemplo). Hay algo muy inquietante en esta serie y el medio ambiente ideológico del mundo, no solo en el climático: la crisis de la democracia liberal (o socialista o como se llame), pero la crisis de la democracia representativa y más o menos republicana, en fin. ¿En qué cree Magne? En el hombre/dios fuerte que venga de una vez por todas, a hacer justicia. En la justicia por mano propia. En la inutilidad del sistema. Es el preludio de todas las dictaduras, pasadas y presentes y porvenir. En ese aspecto, además de todos los otros que señala la reseña, Ragnarok nos interpela y da qué pensar.
ResponderEliminarGracias, María Rosa, por tu comentario. Sí, jaja esa imagen del corazón comido es tan bizarra que me resultó encantadora:) Pero es cierto lo que decís, hay un clima de época que puede olerse o vislumbrarse en esta serie y en otras producciones culturales -mayormente del hemisferio Norte-, que yo más bien calificaría como una percepción desencantada sobre la política o sobre la posibilidad de ésta de transformar el mundo. No creo que esa crisis, anuncie, necesariamente el advenimiento de dictaduras... Más bien creo que habla del malestar creciente de los mass media frente a lógica concentracionaria del poder económico y su capacidad de manipular gobiernos a su antojo. Frente a ese fatalismo, por otro lado, la estética del cómic siempre ha respondido con la fuerza del superhombre nietzcheano, no te parece?
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