“El campo, otra vez” por Lucía De Leone
Lu Ciana. Plaga xombi sodomita, de El Púber P (Cristian Molina). Brumana, 2023.
Sí, el campo otra vez. O, mejor dicho, el campo esta vez. Porque la primera aparición de Lu Ciana. Plaga xombi sodomita de Cristian Molina (por cuestiones autorales lo llamaremos así pero con él estamos ante el rey de la heteronimia), cuya reedición hoy celebramos con Brumana editorial, data de 2013 (Janvs Editorial). Pero el proceso de escritura de este libro molotov arranca en 2009. Mucho antes, podemos decir, de que el campo se convirtiera en una insistencia en las expresiones literarias y artísticas de la cultura argentina actual. Si tuviera que atribuirle originalidad de tema a alguien –siendo el campo el tema en cuestión– ese alguien sería Cristian Molina sin dudas; y no pretendo de este modo dejar asentado un valor puesto, de manera un tanto banal, en la originalidad, más bien quiero decir que se le ocurrió, porque lo vivió, lo padeció, lo gozó, hasta que se alejó físicamente de esas zonas donde creció pero volvió sí, con todo el arsenal poético encima.
De este modo, intento decir que avizoró en el campo una zona de interés para depositar con creces toda su imaginación artística. Sobre un archivo de relatos consolidados en virtud del territorio nacional y ante la usina de ficciones (económica y culturalmente exportable) por excelencia, Molina encuentra, inventa, sentidos extraordinarios.
El tiempo de escritura de este libro es aquel en que el campo real evidencia el cambio de signo producto del proceso de sojización y las políticas extractivistas, que trajeron como consecuencia modificaciones irreparables en el paisaje pampeano (en el que las parcelas verdes de dólares al tiempo que desplazaron al pastoreo del ganado arruinaron para siempre los suelos cultivables) y en las formas de vida multiespecie del lugar (sufrientes de contaminación, con falta de agua, toxicidad del aire, migración, escasez de trabajo, enfermedad, muerte).
Las moscas y los tumores en Un pequeño mundo enfermo (Bola editora, 2014) llevan a que Molina, a través de su personalidad inscripta en Julián Joven, imagine a la Luna como único lugar posible de vida. Los gusanos gigantes que Molina diseña, bajo la piel de El Púber P, en su excelente Machos de campo (Baldíos en la Lengua, 2017), matan segmentos de poblaciones enteros en los campos donde rige la masculinidad hegemónica –salvo en el estado de excepción que habilitan la siesta en mitad del campo y la reutilización de vagones como teteras rurales– y conducen a probar si es en la ciudad –antes expulsiva por pútrida y corrompida– o es en los multiversos de la virtualidad donde queda algún resto vivificante. En La Juanita. Su película (Baltasara editora, 2021), el Niño C que también es Molina nos entrega una novela episódica rural o mejor dicho, una novela familiar neurótica, plagada de violencias sexuales, ambientales, contra los animales y las infancias, que encuentra en los vestidos preferidos de la Juanita (una abuela narrada años después por el nieto) una cosmética deseante que hace a las micropolíticas, primero de resistencia y luego de agencia, de esta mujer sola en el campo. Un campo de antes de la soja y la absoluta tecnificación deshumanizante, ese mismo del trabajo manual, de las mañanas heladas de tareas rudas y de la claudicación de las funciones subjetivas hasta la conversión de esta mujer en una bestia más.
| ¿Qué uso del zombie aparece? ¿Los zombies son tan putos como los putos pero esa libertad que encuentran es temporaria? ¿Por qué terminan, otra vez, siendo carne del capitalismo explotador? |
Estampas todas estas que encontramos en la extensa y variada trayectoria de nuestro escritor leonés-rosarino, y que hasta hoy está conformada por una decena de libros publicados por los múltiples molinas (cuento al menos 6 heterónimos) desde 2012 a la actualidad, en variadas casas editoras y en forma de poesía, cuento, novela, cuento infantil, manifiesto, lenguaje de la web y todo eso al mismo tiempo.[1]
Pero claro que el origen está en las épocas de Lu Ciana, la heroína heterosexual, sarcástica que, como si habitara un video juego se energiza para la lucha con la comida del imperio (las hamburguesas), termina sus días en una isla; el malvadillo Niño C y el yo poético que acaso podamos vincular con el Púber P. Había una vez un campo, en el que los azotes, el calor agobiante y el trabajo duro eran moneda corriente, como los mandados exigidos por el “pa”, la “ma”, y como las risas burlonas de Lu Ciana. Hubo una vez un tiempo en que el campo –anterior a los gusanos, las moscas, las infancias recobradas, las bombachitas rosas a la vera del camino, la civilización y la barbarie que juega con barbies y los machiRulosrurales, fue invadido por la plaga xombie (con X, propone Molina, mucho antes del boom del lenguaje no sexista) que atenta contra la comunidad heteronormativa. La plaga está formada por mutantes sodomitas, que copulando sin parar en cada vereda del pueblo cercano o en las orillas entre campo/ciudad ponían en riesgo las buenas costumbres heterocispatriarcales y las prescripciones de la Madre Naturaleza. Había también en ese mismo campo una resistencia organizada a la invasión que pregonaba el exterminio de la nueva especie a través de medidas parecidas al modus operandi de los fascismos más cercanos a la temporalidad de la acción: secuestro, captura, encierro en espacios con dispositivos concentracionarios como la cámara de gas, el hacinamiento, la inanición, la tortura y el trabajo forzado. Como con los gusanos que atacan a los machos de campo, de quienes sabemos si salieron de la siembra directa por la soja o fueron traídos de algún país latinoamericano o son producto de las redes sociales, aquí tampoco hay origen claro de la peste anti rosa. O quizá hay tantos motivos que se pierde el horizonte especulativo para combatirla y lo que importa es la acción. Lu Ciana. Plaga xombie sodomita va siempre más allá y nos lleva a hacernos preguntas: ¿Qué pasa con el indulto? ¿Qué uso del zombie aparece? ¿Los zombies son tan putos como los putos pero esa libertad que encuentran es temporaria? ¿Por qué terminan, otra vez, siendo carne del capitalismo explotador y recuperando así el origen primitivo de este ser sobrenatural que, en los huesos de un soberano extraño, no muere ni deja vivir?
Después de tantos años, vuelve a circular uno de los libros más exóticos de Cristian Molina. Un libro que tuvo su origen en la virtualidad, en modalidad por entregas como si fuera un folletín de la era cibernética, luego en libro y hoy otra vez en libro en una edición ampliada que además de un nuevo prólogo reúne tres ensayos críticos, el de Diego Colomba (que alude a la tensión palmaria de estos textos entre la prosa y la poesía, entre el afán novelesco y la estampa poética), el de Mariana Catalin (que lo analiza con rigurosidad académica en tanto una fábula de después del final) y el de Sandra Gasparini (experta en literatura zombie que revitaliza con conocimiento de causa a este libro maravilla). Estos ensayos que acompañan la edición vienen a dar cuenta del impacto y la difusión de este autor en el campo literario del momento.
Me convence la idea de que la de Molina es una literatura irremediablemente sensual que teoriza y problematiza la ficción en relación con su especificidad y en sus relaciones con la vida, las instituciones sociales, el lenguaje, las sexualidades disidentes, el repertorio de universos temáticos disponibles en el siglo de la dispersión, la desorientación y la amenaza de extinción (como lo es el siglo XXI). La pregunta que parece obsesionar al Púber P es además la pregunta por la imaginación. Desde la personalidad inventada para esta firma (“El Púber P es putazo, malditista, trosko y gorilón”, según palabras del propio autor), se pone en cuestión ni más ni menos que el valor de la escritura literaria (valor pensado en relación con lo que podríamos llamar la supuesta función social, cultural, política de la literatura) y el estatuto de las artes modernas. Una ventriloquía particular desde la que se deja asentado que la escritura no da ni puede dar cuenta de nada, pero que sabemos que vale la pena (y cómo vale la pena) intentarlo.
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