“La seducción diabla” por Mónica Bernabé





El diablo Arguedas de Betina Keizman. Buenos Aires, Entropía, 2023, 174 págs.


Betina Keizman escribe. Escribe ensayos, novelas y cuentos. También enseña literatura en la universidad. Ha vivido en Chile, Francia, México y, desde hace un tiempo, reside en Buenos Aires, ciudad en la que nació. En 2022 publicó Promesas radicales en las literaturas del presente, un libro de ensayos sobre la imaginación de lo informe y su relación con un amplio espectro de emociones: lo repulsivo, lo terrorífico, lo asqueroso. Paradójicamente, lo informe también es pulsión propiciatoria de las fuerzas creadoras, la vitalidad y las mutaciones presentes en gran parte de las narrativas contemporáneas. “Lo informe – sostiene Keizman– nunca reside, sino que aparece”. La imaginación de lo informe rehuye de lo definitivo y acabado tanto como de los paradigmas narrativos sometidos a las temporalidades lineales y de progreso. Narrar desde lo informe abre la posibilidad de sensibilizar para la comprensión de la relación entre lo viviente y lo no viviente, lo humano y lo más que humano, la certeza del agotamiento y la promesa que encierra toda esperanza. 

Es notable el modo en que El diablo Arguedas logra narrar lo informe a partir de la percepción de un mundo que nos resulta próximo y, al mismo tiempo, desconocido. El relato se inicia con la aparición de un ser extraño, algo verde, babeante y balbuceante, en la peluquería de Irene, una migrante andina que ha prosperado al punto de ser propietaria de su local. Cuando el intruso emite sus primeras palabras, Irene lo sospecha compatriota: “es serrano, serrano hasta el caracú”. La aparición linda con lo siniestro cuando hace sonar “ese acento apuradito que suplica perdón por la impertinencia”, seduciéndola con la modulación de una tonada que pertenece a su pasado remoto. También aviva sus deseos de ascenso social. ¿Si es el diablo, podrá ayudarla? Las resistencias de Irene van cediendo cuando, el zombi verde toca sus fibras más íntimas. Irene abre su dispositivo, busca los datos que certifiquen la sospecha de que está frente a alguien conocido. Proyecta en el espacio la foto en tres dimensiones del escritor José María Arguedas, la coteja con el aparecido y corrobora que el aparecido es el escritor que murió en 1969. 

Con pezuñas que asoman en sus extremidades y un agujero de un centímetro de diámetro a la altura de su sien, envuelto en una fisonomía cambiante, entre zombi, diablo y persona, el maligno re-aparece en un relato literario, esta vez, bajo la figura del escritor suicidado.

Irene reside en la zona AB de una ciudad dividida en sectores por muros infranqueables. Ha alcanzado un “éxito moderado”. De inmigrante muerta de hambre pasó a peluquera “medio pelo” que no pierde la esperanza de mudarse a una zona de mayor estatus residencial. De ahí que su relación con el diablo asuma la trama del clásico dilema fáustico: Irene se debate entre el conformismo de su actual posición –su “estado chancho”– y la posibilidad de negociar con el diablo para cumplir con sus deseos de ascenso social. La seducción diabla, que comienza con la evocación del país natal, se acrecienta con el aumento de la clientela y la ayuda en detectar el escamoteo de una de sus empleadas.  

En el proceso, avanza la narración de una distopía en donde el control del pasaje de un sector a otro de los territorios es la clave desde donde se ejerce el poder. Cuando han caducado las viejas fronteras y las identidades que configuraban antiguos modos de  pertenencia, cuando han sido abolidas las regiones, lo que resta es la lengua: algún canto quechua que activa el aparecido y las voces populares que resisten a la enfermedad del olvido, la condición inherente a la mutación. De las regiones de procedencia quedan flotando jirones de una lengua que exhala algunos americanismos: quiltro, callampa, subte, cimarronada, chamba, pololo, raja, pepenadores, choro, cuate. 

La irrupción de las “Notas diablas” en el seno del relato agregan una densa masa discursiva al cauce narrativo. Se despliegan como un punteo de temas inherentes a la configuración de las nuevas formas de vida que, lejos de ser información adicional, ofrecen una suerte de registro, caótico y aleatorio, del proceso de mutación de la percepción humana tanto como de los cambios en las estrategias y formas de acumulación del capital que nos permiten reconocer, a las y los lectores, a los actores que tensionan un mundo ferreamente administrado, definitivamente mucho más próximo al de nuestro presente. Por un lado, cuando “la tierra ruge” y “las diferencias entre animales y humanos son minúsculas, apenas detalles”, el entorno deja de ser paisaje inerte donde se suceden los hechos para adquirir un protagonismo decisivo. Por el otro, al borde de su extinción, los humanos se encuentran atrapados por un sistema de poder agobiante que opera desde una extensa red de vigilancia tecnológica de la que pareciera no poder escapar. La ciudad sin nombre, que parece haber formado parte de un país llamado Chile con el que, a su vez, Arguedas mantuvo lazos memorables (por su esposa Sibila Arredondo, por su psicoanalista Lola Hoffman), da señales de la catástrofe que se avecina. Sus habitantes padecen una sostenida lluvia de cenizas de origen incierto. A pesar de vivir conectados a sus pantallas, dispositivos electrónicos y redes de navegación virtual, nadie sabe a ciencia cierta cuál es la causa de la alteración del aire. Se especula con una explosión ocurrida a veinte mil kilómetros de distancia en los desiertos de Gobi, con la desertificación de Atacama, con las suspensiones volcánicas del sur. 

En el marco de un proceso de mutación radical, no es casualidad que el diablo se vista con el ropaje de Arguedas. Tal vez la ciudad sin nombre del relato de Keizman sea una vibrante activación del trazado informe de Chimbote, la ciudad laboratorio que dio origen a El zorro de arriba y el zorro de abajo. ¿Será que bajo el nombre Arguedas se inscribe el deseo de sumar el experimentalismo final de su escritura a la genealogía de ficciones especulativas del siglo XXI? “Todos los caminos llevan a Arguedas”, reza una de las “Notas diablas” que cruzan el relato. Tanto en la última novela de Arguedas como en la de Keizman, todo se dirige hacia la inconclusión. Si el vértigo que impone el aparecido en la peluquería nos recuerda a los zorros mitológicos que bailan en Chimbote, en ambos casos, lo hacen al ritmo de la economía transnacionalizada en un mundo globalmente interconectado mediante estructuras y redes que, según Mark Fisher, “encarnan en el orden conspiratorio de lo espeluznante, otro disfraz de lo informe” desafiante de la capacidad de entendimiento humano. 

La conexión Arguedas que propone Keizman permite una inesperada lectura retroactiva de un relato que, a mediados de los sesenta, prefiguró el mercado globalizado que en los años noventa proclamará hasta sus últimas consecuencias el neo-liberalismo. Las cenizas que tiñen la ciudad nos recuerdan a los alcatraces hambrientos que asolaban a Chimbote como verdaderos emblemas fúnebres. Estos sorprendentes delirios narrativos, cargados de una atmósfera opresiva y de humor negro, corroen tanto la idea de progreso tan afín al desarrollismo modernista de mediados de siglo XX como las del optimismo tecnológico que alienta la promesa neoliberal contemporánea. 

La emotiva anagnórisis de Irene ante la aparición del zombi diablo le permite enlazar la distopía del presente con escenas de su infancia en la aldea natal en un país que ya no existe y un pasado literario que no cesa de retornar. También alecciona sobre los modos en que la literatura puede forjar una comunidad. Si la peluquera migrante es capaz de reconocer al escritor peruano es porque su maestro de séptimo grado, sobrino nieto de Arguedas, le transmitió el amor por la obra de su tío abuelo, la animó a bailar el encuentro de los zorros, la introdujo al saber del zorro endiablado y la previno del pacto y del mantra legendario de unas palabras a las que muchos años después Irene se resistirá inútilmente: “tres deseos… alguno… eso quiero… zombi diablo…”. 

En las narraciones de mutación, importa menos el desenlace que el proceso. Y el proceso, en El diablo Arguedas, se tramita tecnológicamente, entre otras cosas, interactuando con wikipedia, un hallazgo que entusiasma al escritor suicidado al punto de impulsarlo a volver a escribir. Ahora Arguedas lee, copia y pega en la pantalla con la ayuda invalorable de la “Buena Respondedora” (así se nombra a Wikipedia en el relato). Las veinte “Notas diablas” intercaladas en la narración, en cierta forma, dan continuidad al delirio del diario póstumo que el propio Arguedas intercaló entre los capítulos de su última novela, aunque ahora, se sustancian en búsquedas erráticas que intentan descifrar un mundo que se derrumba vertiginosamente.  

| La emotiva anagnórisis de Irene ante la aparición del zombi diablo le permite enlazar la distopía del presente con escenas de su infancia y un pasado literario que no cesa de retornar. |

Las búsquedas en Wikipedia dan la clave para comprender el funcionamiento de ficciones especulativas en las cuales es posible inscribir a El diablo Arguedas. Así y en paralelo, leemos una breve reseña de la historia clínica de Auguste Deter, la primera paciente diagnosticada por el Dr. Alois Alzheimer; recuperamos algunas de las notas del médico alemán que detallan el proceso de diagnóstico de la enfermedad del olvido a principios del siglo XX tan afín con las distorsiones en la percepción sobre las que pivotan las narraciones de mutación contemporáneas. Pero, no es casualidad, la mayor parte de las notas diablas refieren a la vida de Milton Friedman, el célebre profesor de la Escuela de Economía de Chicago. Estos breves episodios biográficos no solo añaden densidad narrativa a la información sobre la “teoría del capital cultural” sino que también ponen en escena la acción de cortar y pegar que, con sutil ironía, proveen de un fondo documental al delirio ficcional. Cuando “la imaginación se conecta con los dispositivos que la alimentan con su fárrago de datos y posibilidades” –sostiene Keizman en Promesas radicales…– aparece la figura del escritor cyborg trabajando con el archivo ampliado de internet. 

¿En qué medida la mutación de la región en la que habitamos está atada a las teorías del gurú de los Chicago Boys, es decir, sus alumnos latinoamericanos en los años setenta? ¿Cómo leer, si no, la realidad/ficción de un país que se llamaba Argentina y que hoy tiene un presidente que dice recibir asesoramiento “desde el cielo” a través de sus cuatro perros clonados, uno de ellos llamado Milton en honor al economista del libre mercado?

Las ficciones delirantes, entonces, no solo permiten percibir lo informe del presente y comprender algo de la catástrofe hacia la cual nos dirigimos. También invitan a imaginar otras formas de vida y una sobre-vida para la invención literaria que insiste. Leer El diablo Arguedas ofrece la posibilidad de participar en una comunidad que busca el deleite y la fina ironía en territorios –tanto artísticos como políticos– que se nos han vuelto irreconocibles. La especulación ficcional trabaja en la construcción de una zona alternativa, endiablada como la vida misma, abriendo líneas hacia la perturbación radical del orden establecido.  


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