“Descongelar el pasado” por Javier Geist
El deshielo, de Leticia Moneta y Felipe Benegas Lynch. Buenos Aires, Larria Ediciones, 2024.
Hay un recuerdo funesto guardado bajo capas y capas de hielo, hay un auto blanco y hay un misterio que tanto el lector como la protagonista se lanzan a develar a medida que avanza el relato. “No sé por dónde empezar. Tengo que investigar algo pero no sé qué es” (18) se cuestiona la protagonista de esta historia, quien intenta recuperar del olvido los detalles de un accidente automovilístico del que formó parte a sus dos años y que ocasionó la muerte de su madre. Si bien la misma protagonista lo niega –“Esto no es una novela policial, aunque yo sigo investigando” (87)– los códigos del género se adaptan bien a la lectura. Pero, la novela no se circunscribe a éstos estrictamente sino que amplía mucho más sus horizontes. No es el misterio del accidente, sus circunstancias imprecisas y su culpable, los objetivos a develar por la protagonista. Esta investigación tiene como punto de llegada la recuperación de la identidad. Descongelar el pasado y echar luz sobre los recuerdos difusos e imprecisos de una niña de dos años que al presente siguen afectando su vida cotidiana: “¿Soy huérfana? Parece que si, aunque no se vea (…) quizás mi vida entera pueda resumirse en el esfuerzo inútil por ocultar la orfandad” (13). Es esta búsqueda por la reconstrucción personal la que lleva a la protagonista a realizar un viaje a Uruguay (lugar dónde ocurrió el accidente) en el que descubrirá que la memoria suele borronear los detalles de los recuerdos y hacer que los hechos se acerquen más a la ficción de lo que ella cree. Aquí, la escritura se vuelve parte central de la reconstrucción del pasado –“debo moverme y observar. Esperar. También escribir” (30)– ya que la novela toda se presenta en forma de diario, dando cuenta de los avances de manera cronológica, pero ocultando al lector lo sucedido en los intersticios de la investigación. La primera persona hace familiar la historia, pero también oculta algunos detalles de la trama y aumenta el interés.
Esta obra escrita a cuatro manos no solo ofrece la aventura y la intriga de un diario de viajes, en clave policial de investigación, sino también el espacio para reflexionar sobre los hechos que nos construyen (o nos destruyen) como personas. En palabras de su protagonista, hacia el final de la historia: “Mi vida es mía, me digo para tranquilizarme. Y más que nunca siento que soy un personaje más” (129). Quizás para entendernos sea necesario lanzarnos a quitar el hielo de los recuerdos y caminar empapados de claridad hacia el futuro.
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