“Migrante forzada”, Nicolás Rivero



Yo, Tituba, la bruja negra de Salem de Maryse Condé. Traducción de Martha Asunción Alonso. Madrid, Impedimenta, 2022, 299 páginas.


Dominique Maingueneu, en el Diccionario de análisis del discurso (2005), presenta el concepto de paratopía como la enunciación de la imposible pertenencia de un autor. Esta tensión solo puede ser constatada a través de la enunciación de la obra. Aunque, para ser más exactos, hay que apuntar que el concepto fue especificado con anterioridad, en Le Discours littéraire. Paratopie et scène d’énonciation donde indica:

"El que enuncia desde el interior de un discurso constituyente no puede situarse ni adentro ni afuera de la sociedad: no tiene más remedio que nutrir su obra del carácter problemático de su propia pertenencia a la sociedad. Su enunciación se constituye a través de la propia imposibilidad de encontrar un lugar auténtico. Localidad paradójica, paratopía, que no es ausencia de lugar sino una difícil negociación entre el lugar y el no lugar, una localización parasitaria que vive de la propia imposibilidad de estabilizarse" [1]

Dentro de esa desestabilización podemos hallar a Maryse Condé. La escritora nació en la isla centroamericana de Guadalupe en 1937 y a los dieciséis años emigró a Francia para continuar con sus estudios. Su formación literaria empezó siendo principalmente francesa. Pero las inquietudes por sus raíces no tardaron en llevarla a recorrer la historia de su sangre y del dolor que aquejaba a los descendientes de africanos. Así comenzaron sus viajes por África para empaparse de una realidad y de una cultura que tensaban con su formación colonial. Con ese conocimiento, volvió a sus dos patrias: Francia, primero, y Guadalupe, después, para poder transmitir una voz que grita el sufrimiento de generaciones.

Ese viaje entre patrias y culturas, que se escriben en la historia personal, puede ser leído en Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, obra publicada en 1986 y recientemente traducida y editada por Impedimenta. Tituba es el fruto del vientre de una madre violada por el capitán del barco de esclavos que la lleva a América. Criada por una madre que se muestra reacia y un padrastro amoroso, tiene que ver –con muy pocos años de vida– cómo ambos son asesinados por los blancos. Encuentra refugio en Man Yaya, quien le enseñará las artes de la tierra para sanar a los vivos y comunicarse con los que no están. Tituba dejará todo, inclusive su libertad, por John Indien, un esclavo que la llevará a convivir con su brutal ama. Sin embargo, aún podía perder mucho más: Tituta y su marido son vendidos a Samuel Parris, quien los saca de Barbados para llevarlos a Salem 

Parris fue un cura puritano durante los juicios de brujería en Estados Unidos: la magnífica ficcionalización histórica de Condé logra condensar en la voz de Tituba la representación de todas aquellas mujeres perseguidas por brujas. Persecución que no solo fue sobre los cuerpos, sino también sobre sus ideas de mundo. La brujería es representada como un portal natural en el que todo está unido: vida y muerte, naturaleza y humanidad. En cambio, el hombre blanco representa el imperialismo que avanza, devorando todo a su paso: personas, ideas, culturas, territorios. Asimismo, la noción de tierra y cuerpo queda desarrollada en la mutación de Tituba con sus viajes. Migrante forzada, ella resiste, adelgaza, resplandece, se convierte en un monstruo o rejuvenece ante la posibilidad de su regreso. De esta manera, Condé vuelve sobre su propia historia, la de un cuerpo que puede regresar y contar lo vivido. Por eso la primera persona que elige la autora no es casual, puesto que dota a la obra de una contemporaneidad que nos habla en tiempo presente. Yo, Tituba, la bruja negra de Salem demuestra que algunas historias pueden llegar a ser imperecederas.  



1. Maingueneau, Dominique. Le Discours littéraire. Paratopie et scène d’énonciation, Paris, Armand Colin, 2004, p. 52. 

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