“Roto”, por Miryam Pirsch



Enlutada, de Paula Tomassoni. Buenos Aires, Corregidor, 2023, 219 páginas.


Cuando se fractura un hueso (cualquiera sea) duele, duele mucho. Pero puede leerse por ahí que la fractura más dolorosa es la de los huesos de las piernas, especialmente la del fémur, como la que se produce en los accidentes automovilísticos. O sea, en un país con el altísimo índice de siniestros de tránsito como el que ostenta la Argentina, el grado de dolor también es abismal. Otras fracturas son invisibles, pero no por eso menos dolorosas, como los duelos, como la dedicatoria con la que Paula Tomassoni nos recibe en su novela Enlutada: “a mi padre/ a tu padre/ in memoriam”. La memoria, la identidad, el amor parece que también se rompen, pero cuando lo hacen no sueldan como los huesos, y esas piezas pueden perderse para siempre: ¿son piezas o son pedazos? ¿qué pasa con ese vacío que dejan? Se hará lo que se pueda con los restos, las astillas, los fragmentos que nunca más integrarán aquella totalidad. Y ya sea “nunca más” o “para siempre”, se trata de mucho tiempo, a veces más del que estamos dispuestxs a soportar.

Cuando Valentín recibe la noticia de la muerte de su padre decide repasar cómo manejaba ese auto que le heredó, de la misma manera que cualquiera buscaría cómo se hace una torta: “Apenas manejó un auto un par de veces en su vida, pero esa semana estuvo mirando unos videos en YouTube para recordar cómo hacerlo. Es fácil. Manejar, andar en bicicleta, patinar, son esas cosas que una vez que se aprenden, se saben para siempre” (29). La muerte del padre, la fractura de las piernas, el comienzo del dolor y del camino para recomponer el orden, casi como alguna vez pareció haber sido, aunque sea más o menos parecido al primer capítulo, el único en que asistimos a una escena entre padre e hijo.

Postrado y solo, sumergido en otras situaciones tan absurdas como repasar conducción con un tutorial de YouTube, Valentín empezará a recuperar pedazos de la vida de ese padre con el que se encontraba de vez en cuando, ese desconocido del que nunca supo ni le interesó saber demasiado. La computadora (la otra mitad de la herencia) y el perfil de Facebook de su padre le abrirán la puerta a la identidad de un hombre que tanto sabía de pájaros como de stalkear a su hijo en la red; descubrir los mensajes con Graciela, cómo fue creciendo un vínculo amoroso y agendar el teléfono de esta mujer, ese otro personaje a cargo de la misión de reconstruir la memoria de Juan, este enamorado con el que no quiere entusiasmarse mucho (“estoy cansada de convertir príncipes en sapos” [104] se escribe, antes del primer domingo de camping y pájaros), aunque sepamos –gracias a la pericia de Tomassoni como narradora– que lo hará.

El encuentro al que se dirige Valentín en el párrafo final lo encuentra de pie, entero y dispuesto a recomponer un rompecabezas, en que la sumatoria de las piezas tiene más de las necesarias para componer una totalidad. Porque el relato de Enlutada está compuesto por piezas que no son pedazos ni astillas ni restos, que son las voces y las perspectivas de Valentín y de Graciela, un libro de recetas o bitácora gastronómica, los diálogos del grupo de amigos, los estados de Whatsapp, el muro y los mensajes de Facebook de Juan, los pensamientos que la Negra se guarda, la página web de un criadero de aves, una línea de tiempo que se divide en antes y después y hasta una playlist para construir y expandir los límites de lo literario. 


Comentarios

  1. Próxima lectura, entonces! Una genialidad este recorrido que me empuja a leerlo, ineludiblemente! Gracias

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  2. Hermoso y emocionalmente ❤️

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