“Barrio y barro con forma de balón” por Guillermo Orsi




Once segundos de Carlos Aletto. Buenos Aires, Sudamericana, 2023, 384 páginas.


¿Se puede contar la historia de una vida en once segundos? Difícil, aun en la alucinación o el vértigo de una hipnosis profunda. Imposible, para un cronista de lo cotidiano, aunque se proponga lo extraordinario. Sólo en la literatura podés, en la sexta parte de un minuto, rastrear las huellas de lo acontecido a lo largo de casi toda una vida. Como pisadas de fantasmas en la alta noche, la prosa de Carlos Aletto opera el milagro.

Cuando abras el libro de este marplatense habrás cruzado al otro lado. Configuración basada en los metadatos de la magia, antes que en los de la cibernética, estarás conviviendo a veces con situaciones tan anómalas y seductoras como las de que vive Alicia, en el mundo de Lewis Carroll, y a veces bajo la apariencia de lo cotidiano, cuando el autor te cuente sus andanzas infantiles en barriadas obreras de la ciudad fundada por Patricio Peralta Ramos pero formateada por el peronismo como faro turístico de la clase trabajadora.

El personaje central –“el prota”, como dicen los españoles– asume la ambigüedad de ser y no ser el autor de lo escrito. Porque “el gordo Aletto” no fue gordo sino para su entrañable amigo Daniel Durante. Un disfraz, una máscara que no enmascara, revela las fantasías de un pibe que sueña como soñaste vos –como soñé yo– con ser un crack de fútbol. En la duermevela de ese sueño que lo acompañará hasta el fin de su adolescencia garabatea una historia de amor que, como toda incursión en lo imposible, acabará cerrando una etapa y enfrentándolo, desde ese otro lado del espejo, al propio rostro como a una página en blanco.

Pero Aletto, el Gordo de la trama novelesca, no es de los que se amilanan y renuncian a lo imposible. Invitado a un partido de potrero, pronto lo encontrarás gambeteándole al mismísimo Diego quien, distraído en su genial jugada que coronará con el segundo gol a los fucking británicos, el 22 de junio de 1986 y en el Mundial de México, verá pasar una sombra entre sus piernas y por un microsegundo de los once que le llevará estampar la pelota contra la red imperial. 

Esa sombra inasible, ese parpadeo de talento en bruto, se pulirá con los años hasta alcanzar el brillo de esta rara novela. El gordo ficcional que quería gambetearle a la vida en los estadios, logrará su jugada maestra ya en su adultez, tejiendo una telaraña literaria alrededor de un aleph suburbano con forma de balón disparado con potencia, precisión y belleza.

| El gol del “barrilete cósmico” ilumina cada página como una lámpara de papel... |


El gol del “barrilete cósmico” narrado inolvidablemente por Víctor Hugo Morales ilumina cada página como una lámpara de papel, dibujando en una prestidigitación de sombras chinas los episodios de la vida de un pibe como sos o fuiste vos, barrio y barro crudo. Proyectos, frustraciones, trabajos al azar, intemperies porteñas y amores de príncipe en ayunas con “la cheta de Buenos Aires” y el consabido, fatal, desencanto de quien aplasta su ñata contra el vidrio en un azul de frío discepoliano.

La pelota, el aleph que en mi lejanísima infancia supo ser de cuero y con tientos, baila con maestría maradoniana en el empeine del pie de Aletto sin tocar nunca tierra, alcanza su climax en la narración del infarto que lo fulmina en un partido de potrero, un 22 de junio pero de treinta años más tarde. Si te parece cosa de locos escribir desde la muerte, Aletto lo logra, sumergiéndose en un caleidoscopio de drogas, despertares, dolores, asfixias y resurrecciones, que lo transporta desde el quirófano al campo de batalla de Roncesvalles, donde otro Carlos sufre el ataque de los que creía derrotados. Así, en su febril búsqueda de la eternidad, el Carlomagno marplatense emerge victorioso, aunque dolorido y esta vez no por amor.

En tiempos de deconstrucción del lenguaje y de la algarabía con la que se pretende contar historias con emoticones, Carlos Aletto recupera y enciende las palabras que arden sin extinguirse hasta los resplandores de la última página. Tal vez y en un futuro incierto, la “maradoneida” que cierra estos once inolvidables segundos, sea leída como carta de navegación para cruzar los mares del asombro y desembarcar en triunfo, en la apasionante tierra incógnita de la literatura.


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