“Las variaciones del yo” por Adriana Mancini


Una lectora de provincia, de María Teresa Andruetto. Buenos Aires, Editorial Ampersand, 2023, págs. 181.


La categoría literaria definida como “ficciones del yo” actualiza el inestable género de la autobiografía; una categoría de límites imprecisos en la que la teoría literaria, la crítica y aún la filosofía observaron la distancia, o mejor –si se quiere– la metamorfosis, acontecida entre el sujeto que escribe (el autor, una entidad personal e inequívoca) y la sucesión de signos que desdibujan los contornos de la representación sugerida. Ese intervalo que se configura al intentar escribir un texto sobre sí fue puesto en discusión, ya sea intuitiva o  racionalmente, en el Siglo XVII por Vico en su  La vida de Giambattista Vico contada por él mismo, donde  se refiere a sí mismo en tercera persona, resaltando que más que una autobiografía su obra era una biografía intelectual en la que descollaban los textos leídos. Ya entonces, Vico destacaba en una de sus intervenciones para la ciencia que entre los tres aspectos de la memoria está “el de invención cuando les da [a las cosas que recuerda] un nuevo giro y las pone en una disposición o relación apropiada” [1]

En el mismo sentido, en el Siglo XX Nina Berberova –nacida en Rusia, exiliada en Francia y en Filadelfia donde muere en 1993– publica su versión autobiográfica titulada  El subrayado es mío (1990), en cuyo prólogo asume la responsabilidad sobre la selección tanto de las situaciones narradas como de aquellas silenciadas y confiesa,  a su vez,  la irrefrenable necesidad de conocerse a sí misma a través de esa obra, ignorando o desoyendo la advertencia de Nietzsche: “El peligro  de la indagación directa del sujeto sobre sí mismo y del autorreflejo del espíritu que subyace en ella reside en el hecho de que puede ser útil e importante para que uno realice una interpretación falsa de sí mismo” [2]

Pero fue Rousseau a quien se ha considerado el precursor de este género en su forma moderna, quien escribe en el prólogo de sus Confesiones (1782): “He comenzado una obra que no tiene precedente y cuya realización no tiene imitador posible. Propongo mostrar a todos mis amigos un nuevo hombre en toda la verdad de su naturaleza; y ese hombre seré yo mismo” [3]. Afirmación que, más allá de la egolatría del autor, prefiguraría los conceptos de sujeto, yo y autor.  En el otro extremo, es terminante el comentario de Silvina Ocampo al respecto: “Yo no tengo autobiografía tendría que inventarla”; o la de Juan José Saer, quien frente a su negativa a aceptar la posibilidad de un escritor de autorrepresentarse a través de signos, la reduce a hechos puntuales definidos por lugares geográficos y sus fechas correspondientes. Estrategia similar a la de Walter Benjamin, quien habría diseñado un mapa con banderillas que indicaban el lugar y la fecha donde consideraba haber pasado los momentos más importantes de su vida.


| Una estructura en capitoné que propone un punto de inflexión en determinados recuerdos para devenir en libros, autores y un sinnúmero de lecturas y alusiones...| 


“La autobiografía, entonces, no es un género o un modo, sino una figura de lectura y de entendimiento que se da en todo texto” [4]. Esta definición concluyente de Paul de Man, da el tono para abordar el libro de María Teresa Andruetto, Una lectora de provincia. La dicotomía surge a partir del desplazamiento que la reconocida escritora imprime al título de esta obra. De una autora a una lectora voraz que configura, además, un espacio, a la manera de una Zona, desde donde activa sus lecturas. Córdoba, su provincia natal y sustento de la mayoría de sus experiencias vitales, es casi coprotagonista en esta obra escrita en primera persona. Esta provincia mediterránea argentina, llamada “la Docta” por sus antecedentes históricos y culturales, en su función textual, construye un punto de abismo en el texto de Andruetto: “(…) todo esto que Saer llamó ‘la zona’ me interesa. Por atajos diversos, vamos a ese lugar en busca de lo propio (provincia, pueblo, barrio, familia, clase social) para faltarle el respeto, en la quimera de ir un poco más allá” (159).

Así, entonces, Una lectora de provincia despliega una serie de variaciones acerca de la representación de una historia de vida que se regodea en abordar, con libertad y estilo exquisito, momentos biográficos, títulos de autores de valía, poemas, letras de tango, historias de vida, reflexiones teóricas sobre obras de escritores; materiales distribuidos en once capítulos cuyos títulos se acompañan con epígrafes que indician la lectura. Una estructura en capitoné que propone un punto de inflexión en determinados recuerdos –infancia, lugar de nacimiento, estudios, maternidad, exilio político, viajes, retornos, ocupación pedagógica, etc.– para devenir en libros, autores y un sinnúmero de lecturas y alusiones individualizadas en un Apéndice, organizado por orden alfabético, que pone punto final al asombro de un texto que se expande y se contrae intermitentemente. No se priva la narradora en esta obra rigurosa y a la vez fluida y fresca en su heterogeneidad de bordear, una vez más, la puesta en abismo: “La obra se da en el cruce de dos caminos: lo biográfico y la historia del arte. Si alguien se queda en lo biográfico, se pierde en la catarsis; si se queda en la historia del arte, escribe ‘a la manera de’” (103). Un metatexto que afirma la pertenencia a la literatura, es decir: la posibilidad de referirse a sí misma. Y además, esta cita de Andruetto, aporta una fórmula simple y eficaz para incorporar a las variaciones de las escrituras del “yo”.




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[1] Sprinkel, Michael. “Ficciones del ‘yo’: el final de la autobiografía” en: La Autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e investigación documental. Suplemento Antropos 29. Barcelona, Editorial ANTROPOS, Diciembre 1991, p. 121.

[2] Ibidem, p.123.

[3] Ibidem, p.120.

[4] De Man, Paul. “La autobiografía como desfiguración” en: La Autobiografía y sus problemas teóricos. Estudios e investigación documental. Suplemento Antropos 29. Barcelona, Editorial ANTROPOS, Diciembre 1991, pp. 113-118. De este Suplemento, además del trabajo de Sprinkel, ver el de  Paul John Eakin, “Autoinvención de la autobiografía: el momento del lenguaje” (pp. 79-93). 


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