“Elogio del rulo”, por Hache Pavón
Tomar las armas, de
Horacio González. Buenos Aires, Colihue, 2016, 252 páginas.
Pensar.
Formas y movimientos del pensar: en línea recta (vertical –bajada de línea-,
horizontal u oblicua); en punto y círculo (centro y periferia); y en rulo
(pensar en rulo). En Tomar las armas Horacio
González dibuja una forma del pensar: el rulo. Se trata de tomar (las armas)
una idea o un mechón de pelo y recorrerlo (más bien remontarlo con esfuerzo)
hacia arriba o hacia abajo. Recorrer o remontar la idea hasta agotarla
(extenuarla y extenuarse en el recorrido). El rulo, el rizo y el rizoma: formas
y movimientos del pensar.
“Esos
rulos permitían reconocerla, pues aunque todo hubiera cambiado, esos rulos eran
los mismos, subían y bajaban al mismo ritmo de las oraciones” (27), dice el
profesor Echeverría, narrador y protagonista de la novela, ¿de la novela?
Eduardo Rinesi nos ofrece en una de las solapas del libro una pista sobre el
género (¿una serie de ensayos novelada?), que es también una clave de lectura: “La
tercera novela de Horacio González prolonga, extendiéndola hacia nuevas
direcciones, la indagación que anima también a sus dos ficciones anteriores (Besar a la muerta y Redacciones cautivas) y, en cierto sentido, al conjunto de su obra,
que es la indagación sobre la materia, las variaciones y los infinitos pliegues
internos de la lengua social y política de una nación, la nuestra, y sobre las
frágiles e inciertas formas del tiempo y de la memoria”. Indagaciones,
variaciones y pliegues internos, nos encontramos con una retórica del
pensamiento. Horacio González en la frontera: entre las letras y las armas
(entre la novela y el ensayo).
Una
narración reflexiva, que por acción principal tiene a la reflexión misma.
Desplazamientos físicos menores (un viaje en tren desde Retiro hasta José León
Suárez) contrastan con desplazamientos intelectuales mayores. Cada estación
remite a un pasado cercano o lejano: la “estación Hipódromo”, por ejemplo, en
otro tiempo se llamó “3 de Febrero” por la fecha en que, no muy cerca ni muy
lejos de ese lugar, se libró la batalla de Caseros. Entonces tenemos el
procedimiento: el salto de las palabras a las cosas (de los nombres al pasado):
es Caseros y es la historia argentina del siglo XIX, Rosas y Urquiza. ¿Cuántos minutos
se demora el tren en la “estación Hipódromo”? ¿Cuántos años remonta la memoria
del profesor Echeverría? Echeverría, otro nombre que remite al siglo XIX, a su
historia y a su literatura.
Si
tenemos siglo XIX, historia y literatura, tenemos a David Viñas, un personaje
borgeano que en una mesa lateral del Bar Moderno subraya obcecadamente las
páginas del diario La Nación. Esa es la acción de Echeverría (de Horacio González),
remontar el tiempo, desde el pasado hacia el presente en un movimiento
espiralado que vuelve, es cierto, una y otra vez sobre algunos hechos pero
desde otro anillo del rulo, desde otra distancia. El presente, también es
cierto, languidece o ríe cínicamente en la vida de un profesor de historia, de
un fumigador y de una catequista. Hay también un pasado más reciente, el de las
décadas del ’60 y del ’70 del siglo XX, en el que a instancias de las cartas de
un Viejo, que es y no es Perón, resultaba… ¿posible, deseable o necesario tomar
las armas?
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