“Acerca de la imagen cuerpo”, por Miryam Pirsch
Sadopoesía, de Miriam Cairo.
Villa Allende, Tierra de vientos, 2016, 111 páginas
El
principio del lenguaje es el vacío, dice Cairo
Miriam Cairo, “Kamasutra”
¿Existe
la poesía erótica? ¿Acaso no toda poesía es sensual? ¿Y si existiera una
mística de la palabra hecha cuerpo? Por
todo eso, sumergirse en la poesía de Miriam Cairo es una experiencia que se
realiza en sensaciones, en imágenes, en evocaciones, en sonidos, en otras
lecturas, en movimientos tan continuos como infinitos.
Diez
años después de la publicación del hoy inhallable Culonas (Abrazos, Sttutgart) pero hallable sábado por medio en la
contratapa de Rosario/12,
la editorial Tierra de Vientos publica Sadopoesía,
donde la autora, cual musa en trance, nos guía a través de un viaje al universo
de su poética. Poesía autorreferencial, es la misma palabra poética la
protagonista de este volumen que se abre con un manifiesto de la poética que
nos propone: “La sadopoesía”
Enero
entra en el seno del verano
Y
sale por el hueco rosado haciendo burbujas de pez espada.
Esgrime
el sado milagro.
Esgrima
del sado amor.
El
marqués-espada contratado para mata-bicho,
Como
espantapájaros protector
De
las ladronas de niños nardos
Y de
bebés repollos.
El
marqués, personaje fetiche de este libro, recorre los poemas una y otra vez
para regar en ellos su carga de erotismo, de dolor de látigo, de poesía.
Renombrado Dédalo-marqués, nos lleva de la mano para entrar en un laberinto
donde las palabras fornican, perrean, copulan… para parir estos poemas
inquietantes para lectores y lectoras de deseo dormido. Cairo enlaza sus dedos
con los del marqués y esa mano fundida empuña la pluma que no temblará en
escribir una teoría del big bang poético donde la poesía resulta un organismo
biológico, un elemento mineral (“Purpúreamente”) dotado de un cerebro como
principal órgano erótico (“Colibrí cuántico”) y capaz de tensar el arco de la
poesía hacia un blanco cuyo centro está marcado por gotitas de orín (“Ciencia y
poesía”).
En
este universo poético no hay lugar para la antítesis ni para el oxímoron; el
sentido también copula, se fusiona, se hermafrodita para que lo que parece
antagónico resulte complemento, parte indispensable y sustancial de aquello que
la lógica extrapoética o la tradición literaria han mantenido divorciados: hay
un sapo dentro de un príncipe (“Pelo de dragón”), lobo y pájaro comparten mucho
más de lo que siempre nos hicieron creer y se diferencian apenas (“Tenue”):
Es
tenue la diferencia entre los gestos del pájaro
y
las pasiones del lobo.
Es
tenue la diferencia entre la sed y el desierto.
Tenue
la diferencia entre la mujer sedienta
y
la mujer saciada.
En
esta lengua sin conceptos absolutos todo es relativo y la locura, la desmesura
corren los límites de la razón para que el desorden todo lo envuelva y liquide
las diferencias: “La doxa está loca, se cree la verdad./ La verdad está loca,
se cree la justicia…” (“Locura”). Porque en este mundo de sensaciones que
escribe Miriam Cairo todo aquello que el cuerpo escriba con su carne-pluma
tendrá carácter de definitivo/relativo pues nada está cerrado, todo se abre
para fecundar y ser fecundado, para producir y ser producido. Los neologismos
crean imperativos donde el Yo ordena al yo solitario y convaleciente pero que
solo puede aparearse consigo: “Cástate yo”, “Inmacúlate yo”, “Agráciate yo”, “Mascúllate
yo” (“La botella caza-moscas”).
Pero
quien crea que Cairo escribe sola también se equivoca. Moja su pluma en el
tintero del marqués (por supuesto) pero su tinta mal podría ser pura y se
mezcla con otros materiales de escritura como los de Juárroz, Pizarnik,
Girondo, el surrealismo de Tzara y también el de Magritte, el imaginario de
O´Keeffe… y el de la propia Cairo (“Kamasutra”).
Comentarios
Publicar un comentario