“Terquedad tribal y reescritura: el caso Spregelburd”, por Walter Romero
La terquedad de Rafael Spregelburd (1970) es un vodevil lingüístico. La farsa acecha
en los bucles que el autor le hace dar al lenguaje en la delirante teoría
lingüística que el texto propone como así también en las letras (las réplicas)
de cada personaje, transitadas con dicción disruptiva en hablas peninsulares, en
diglosias neurasténicas, en paposas guturalidades rusas o en ruinosas ecolalias,
como si entre letra y habla un gen grotesco se hubiese hecho cargo de las
derivas simbólicas de una obra eminentemente burlesca. ¿El público comprende
rápido de qué se trata? ¿Hay que esperar al acto posterior al intervalo para
que ciertas significaciones coagulen? La risa parece no habilitarse
rápidamente, como si la subespecie teatral costara en ser reconocida por un
público adepto, cool y/o hípster que, más bien, como una novísima grey urbana
que descubre al Cervantes en el enclave porteño de Córdoba y Libertad, optara
por saberse parte de una sesuda elucubración teatral. El Cervantes, otrora
templo de un teatro muchas veces distanciado del público o con una caja
italiana cuyas proporcionas conspiran con la intimidad que muchas veces el
teatro exige, ha renovado su ambiance:
la conducción de Alejandro Tantanián es augural y loable, ya desde el puntapié
inicial, al programar este espectáculo como texto de exordio de una nueva
gestión. Pero La terquedad aglutina
tribus como si la representación respondiese a un paradigma que indica
tácitamente qué hay que ver y con qué criterios. Lo cool y lo hípster crean
pues más un espectador (en estado de pleitesía) que un público, al menos en
este primer “experimento” que no sabemos bien si captura críticamente los códigos al voleo que con maestría
Spregelburd esgrime. La terquedad es
un espectáculo que exige una acción certera de un público que acompañe ese delirio,
que no se incomode con risas a destiempo y que “entre” en el disfrute de una
fábula desquiciada cuya vorágine (o centrifugación) riza el rizoma, que de eso
se trata toda la obra ya extensa de un dramaturgo de nuestros días, o acaso del
dramaturgo de estos (nuestros) “tiempos modernos”. ¿Es Spregelburd –como Franzen
o D. F. Wallace– una barbada deidad que nuevas tribus idolatran y ahora
celebran en el Teatro Cervantes, tan bellamente renovado y a lleno como no se
ve hace décadas?
Spregelburd “reescribe” procedimientos mayores
que acaso gran parte del público desconozca. El ejercicio mismo de capas
superpuestas que la “pieza” ofrece nos llevaron a pensar en dos obras impares: El tiempo y los Conway (1937) de J. B.
Priestley (1894-1984) y Noises Off
(1982) de Michael Frayn (1933). Ambas se dieron hace relativamente poco en
Buenos Aires y sobre calle Corrientes, o se consiguen en sus librerías, y no
son literatura para pocos, o lo que podríamos llamar un teatro de élite: su
programación es constante en los escenarios del mundo. Tanto las piezas de
Priestley como la de Frayn, ambos de origen británico, cuentan con más de treinta
traducciones.
Si Spregelburd escribió una heptalogía basada en
El Bosco (Jheronimus van Aken), Priestley escribió la más genial trilogía (también conocida como “Piezas
sobre el tiempo”) basándose en las teorías temporales del irlandés J. W. Dunne
(1875-1949) y, otro tanto, inspirándose en el “nuevo modelo universal” del ruso
Piotr Demiánovich Oupensky (1978-1947). Spregelburd no hace otra cosa que
rehabilitar, con hilarante ingenio porteño, el paradigma que indica –tal como
lo defiende la escuela serialista– que el tiempo es multidimensional y, a su
vez, un fenómeno de superposición. La
terquedad cuenta una hora narrada tres veces: si “los Conway” arranca una
noche de otoño de 1919 en que la Primera Guerra Mundial llega a su fin, La terquedad se le “parece” en tanto transcurre
en una hora que corre –sobreimpresa digitalmente sobre el decorado–: el último
día de la Guerra Civil Española.
De Frayn, y de su obra Noises off –a veces traducida también como Al derecho y al revés, o Por
delante y por detrás, o Entretelones,
y acaso la más grande comedia que se haya escrito sobre los mundos “simultáneos”
en el teatro– Spregelburd mima la farsa y el tono de mostrar, ya no el juego
bastidor/escenario, sino cómo escenas concomitantes le ofrecen magistralmente
al espectador una ilusión (total y metateatral) de tiempo. ¿Sabrá este público
quiénes son Priestley o de Frayn y de qué forma Spregelbrud dialoga
magistralmente con ellos? Spregelburd seguramente conoce muy bien a Priestley,
y, sin dudas, sabe quién es Frayn. El armado escenográfico giratorio mostrando
en partes la simultaneidad de las acciones y volviendo aún más compleja la noción de presente en la “forma teatro” son deudores de la pieza
magistral de Frayn; así como el trabajo serialista,
en fintas temporales exhibidas al público y demoledoras (al término) del
espectáculo son un ejercicio cuyo paradigma contemporáneo es obra de Priestley.
Dios, que ya está fuera del lenguaje (tal como esta obra plantea), salve a
nuestro brillante dramaturgo actual de volverse un producto meramente cool,
para su bien propio y en beneficio de sus tan bellos artefactos de lenguaje que
crea y que rechazan (o refutan) cualquier terquedad tribal.
“¿Cuántas
son las cosas que ocurren al mismo tiempo?”
Libro y Dirección: Rafael Spregelburd
ELENCO:
RAFAEL SPREGELBURD – PILAR GAMBOA – ANALÍA
COUCEYRO – PALOMA CONTRERAS – PABLO SEIJO – ANDREA GARROTE – SANTIAGO
GOBERNORI – GUIDO LOSANTOS – ALBERTO SÚAREZ – LALO
ROTAVERÍA – JAVIER DROLAS – MÓNICA RAIOLA.
HORARIOS:
Jueves a domingos, 20.00 hs.
LOCALIDADES: $120/$90 (Estudiantes y Jubilados)
Libertad 815 – CABA
Walter Romero: muchas gracias por agregar pensamiento sobre la obra. Leo con interés y con algo de extrañamiento tus reflexiones, porque pensaba más bien que mi público suele estar hecho de maestras de escuela normal que de hipsters, pero por eso hace tiempo que trato de mirar poco hacia la platea y más hacia adentro de las obras. Agregaré para el asombro que nunca llegué a leer la obra maestra de Priestley (desembarqué en el teatro inglés más hacia los 90) y que conozco toda la anécdota de "Noises Off" pero tampoco la he leído. Si se trata de latrocinio teatral (siempre legítimo) el caso más cercano es la primera parte de "The coast of Utopia (I.Voyage)", de Tom Stoppard, uno de mis autores favoritos, escandalosamente ausente de la cartelera argentina. Muchas gracias de nuevo por tu análisis de alguno de los fenómenos de esta obra. Los fenómenos son también simultáneos, como el tiempo. Y es posible que también allí estén ocurriendo varias cosas a la vez.
ResponderEliminarEl principal señalamiento que puedo hacer de esta obra, llena de méritos escenograficos, es que los copiosos parlamentos dejan poco espacio para el lenguaje de los cuerpos, desfasaje que se acentúa por su duración. Más que en Priestley, la pieza me ha llevado a pensar en cierto teatro decimonónico.
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