“Una belleza narcótica”, por Jimena Néspolo
Al servicio de las nubes, de
Delia Falconer. Traducción de Teresa Arijón. San Martín, Universidad Nacional
de Gral. San Martín – UNSAM EDITA, 2016, 312 págs.
“Estoy
al servicio de las nubes” (125), responde con impasibilidad el forastero cuando
los parroquianos le preguntan horrorizados qué hace acodado, peligrosamente, al
borde de un precipicio. Harry Kitchings –personaje inspirado en el fotógrafo
australiano Harry Philips (1873-1944)– quiere encontrar el rostro de Dios en el
cielo de las Montañas Azules: en el dorso de su mano lleva inscripta una página
de la Biblia que reza que el deber del artista moderno es permitirnos reparar
en la belleza del aire. Kitchings ha sido imprentero y ha abrazado la fotografía
casi por fatalidad; considera –al igual que su guía, el reformador inglés John
Ruskin– que la gran misión del arte es crear islas de belleza y placer que
contribuyan a la salud mental del ser humano. Estamos en los albores del
siglo XX, antes de la Primera Guerra Mundial, en un pequeño poblado ubicado a
tan solo cien kilómetros de Sídney donde turistas de todas partes se congregan
en busca de los poderes curativos del aire puro y del paisaje.
Delia
Falconer (1966) se encuentra en el tándem de los primeros escritores
australianos que han desembarcado en tierra argentina, junto a Gail Jones y
Nicholas Jose, gracias a la Cátedra Literaturas del Sur a cargo de J. M.
Coetzee creada por la Universidad Nacional de San Martín en 2015. En el portal
institucional se informa que “el sentido de la Cátedra Coetzee está vinculado con la
facilidad con que la literatura conecta mundos, por lejanos o desconocidos que
sean” y que sus actividades promueven la creación de un espacio de intercambio
cultural Sur-Sur. Además de la publicación de sus ficciones, en el caso de los
tres escritores, este intercambio ha consistido en el dictado de cursos y
conferencias, y en la participación en la Feria del Libro de Buenos Aires. Me
interesa esta primera novela de Delia Falconer, Al servicio de las nubes (publicada en Sídney, en el año 1997),
porque claramente evidencia esta “conexión de mundos” en una escritura que
florece bajo el influjo de la narrativa de Gabriel García Márquez. Es decir,
hay toda una cosmovisión del “Sur” puesta en la mesa de disección a la hora de
reflexionar sobre un escenario posible de intercambio. No es la perífrasis
verbal y su encadenamiento recursivo la principal influencia que puede
rastrearse en la impecable traducción realizada por Teresa Arijón. La presencia
del denominado "realismo mágico" se manifiesta, más bien, en la creación de un
universo de carácter realista en donde lo mágico-maravilloso irrumpe más que
nada como acontecimiento narcotizante del lenguaje, donde la casa que habita la
narradora junto a su madre y sus tías de pronto se llena de “los espíritus
bebés que cuelgan con todo su peso de su falda, atraídos por el aroma a
eucalipto” (75), mientras “el humo de la marihuana asciende en ondas en la
penumbrosa quietud del dispensario” (113) y en las venas “se abren flores como
nenúfares” (113), o las madres que compran jarabes tranquilizantes “mueven los labios
como si tuvieran redondos capullos de amapolas en sus bocas” (112).
Lejos de ser una mera sospecha, y de la
esforzada filiación al interior de la literatura australiana que traza el
crítico Ivor Indyk en el ensayo introductorio que acompaña la edición, es la
misma autora, en una entrevista concedida en su visita a Buenos
Aires, quien afirma: “Mi autor favorito latinoamericano es Gabriel García Márquez. Sus
escritos eran muy populares cuando comencé la Universidad y todo el mundo lo
leía. Él influyó en un gran número de escritores australianos. Mi novela
favorita sigue siendo Cien años de soledad, porque allí no
se trata de magia, sino que en realidad escribe sobre la historia colectiva.”[1] Falconer también
revela que para crear ese ambiente de época tan logrado en el texto realizó un
relevamiento del periódico local Montañas Azules, en el período comprendido entre 1899-1922,
y que fue la publicidad de los medicamentos
promocionados en el diario la que acaparó su atención: “Se trataba de
medicamentos producidos en masa, la mayoría venían de Estados Unidos y muchos
de ellos contenían, entre otras sustancias, alcohol o cocaína. Tenían nombres
fantásticos que llamaban la atención.
Comencé por escribir todas estas
palabras en un cuaderno y a jugar con el lenguaje que se usaba en el ámbito
farmacéutico, y me di cuenta de que esa era la voz que quería para Eureka.”
En
efecto, la novela Al servicio de las
nubes avanza en primera persona, en la voz de una joven que trabaja como
auxiliar de farmacia, y es por eso mismo conocedora de múltiples
secretos de la vida pueblerina; se trata de una voz que se expande en la
ornamentación de detalles prácticos y desde allí forja símiles convincentes
que contrabalancean la perspectiva romántica del fotógrafo para hacer avanzar la
trama. Las cintas que fabricaba el padre de Eureka Jones, por ejemplo, además de
utilizarse decorativamente en los trajes y los cabellos, anudan los lazos de la
política, la responsabilidad social con la ley y la adusta moral victoriana,
pero también sirven para maniatar a los dementes o atar la mandíbula de los
muertos. La plata es otro de los temas que migran a través de las páginas de la
novela, su presencia suscita un efecto acumulativo que va de su importancia en
la producción fotográfica al fluido espermático, las vías del ferrocarril, un
relámpago en medio de la noche o la incrustación mortal de las balas en la trémula
carne humana.
La escritura de Falconer se expande entre lo ínfimo y la
inmensidad, como si todo, absolutamente todo pudiera relacionarse a fuerza de
proliferaciones metafóricas y metonímicas. Hay una pregunta que trasunta el texto y que gira en torno al ser y la fugacidad de la vida; es una pregunta que
sin formularse escande de melancolía el relato en su intento por recuperar aquellos
tiempos idos. No obstante, más allá de los hecatombes del
posmodernismo, Eureka y Harry son los protagonistas
de una historia que teje en un registro alto, enamorado, una idea de comunidad posible
donde la técnica y la naturaleza todavía podían pensarse de manera mancomunada.
En la medida en que la novela se acerca a su fin, ese sublime posmoderno –más que
romántico– que muestra la realidad del mundo en el esplendor de los detalles de
los objetos y se proyecta hacia la subjetividad de los personajes se
resquebraja para ingresar en una zona de desencanto: la riqueza metafórica se
apaga, la promesa de la revelación de un sentido último es reemplazado por el
efecto repetitivo que mima la producción en serie y vacía de misterio aurático al
mundo, la fotografía misma cambia de eje y se vuelve pose, ya no busca el
rostro de Dios en las nubes sino que se pierde en los nublados rostros del
embotamiento, el salón de baile del gran Hotel Majestic se torna sala de hospital,
las montañas azules ahora sólo albergan a las víctimas de la tuberculosis y del
mortífero gas mostaza de la guerra…
Es
que la belleza narcótica de esta novela sólo puede alzarse desoyendo los conflictos (sociales, raciales, económicos, de género) para dejarnos a mitad de
camino entre la vida vegetal y animal del paisaje, rodeados de la espesa
negrura de los grandes ausentes de la trama: esos aborígenes que –no casualmente–
adquieren recién 1967 el derecho a la ciudadanía australiana.
[1] Castellón,
Sofía. “Fotografías del gran país del sur: en diálogo con Delia Falconer” en: Buenos Aires Poetry. Traducción de
Mariel A. Rojo. Buenos Aires, 7 de diciembre de 2016. Ver también la entrevista
realizada por Máximo Soto, “Escribí esta novela muy influida por el realismo
mágico” en: Ámbito financiero, abril
2016.
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