“El universo en una baldosa”, por Felipe Benegas Lynch

JA JA JA, de Inés Acevedo. Buenos Aires, Mansalva, 2017, 168 págs. 

“No aguanto que haya un solo comienzo para una historia”, dice la primera línea del primer relato, inaugurando un nivel metaliterario que será una constante a lo largo del libro.
Escribir acerca de escribir podría parecer un ensimismamiento literario, pero no: hay allí también un reconocimiento de la potencia y la alegría de ese hacer. JA JA JA es el título de este volumen de cuentos de Inés Acevedo. La onomatopeya es risa hecha escritura, risa escrita o dicha de escribir. En ese juego avanzan estos relatos, pues la "merced de tomar la palabra (...) no se le debe negar a nadie" (9):

por eso es mi merced establecer esta humilde baldosa sobre la que me tambaleo, rectangular y gris, la baldosa floja que me encharca, y traigo aquí que tengo los pies fríos y hay falta de integridad en todo lo que me rodea... (9)

Ampliando la metáfora de la baldosa, se trata de "trabajar en la construcción del significado de mi barrio" (35), y esa construcción parece ser parte de una integridad que le corresponde a la literatura. En “Una rosa para Emily” –uno de los platos fuertes de la compilación– se puede leer: “Faulkner nos hizo sentir que formamos parte del mundo” (45). El plural puede referirse a la humanidad en general, pero también a los autores en particular. Acevedo incorpora la figura autoral en sus relatos, y también la del editor. Si ella confiesa haberse sentido “una obra de arte conceptual” (18) sentada en un sillón en la trastienda de la librería de su editor, también reconoce que a un autor hasta se le hace difícil que un editor le pague un café. No todo es pose en el mundo literario, hay una miseria constitutiva de la que hay que hacerse cargo. Para habitar esa inestable baldosa hay que reconocer un cuerpo “lleno de virus, estrés y traumatismos” (9). Haber escrito; escribir; haber leído: todo es parte de esa baldosa insondable sobre la que es muy saludable reír y armar constelaciones con otros bailarines del abismo. Stephen King, Kafka, Hebe Uhart, Faulkner, Withman, los nombres van surgiendo y la escritura se entreteje como un juego de máscaras. No es casual que en la portada del libro aparezca la mismísima Inés desparramada con aire de misterio en un sillón y que en las letras de su apellido aparezca resaltado el EVE del centro de “acEVEdo”. Hebe Uhart (EVE uJAJAJArt sería en este caso) es un personaje más de estos cuentos que juegan doblando y desdoblando el adentro y el afuera de la literatura, los conceptos y la vida. En “Nadie quiere a los extraterrestres” Inés le termina pagando el café a Hebe, a quien se encontró casualmente en un bar donde escribía en una pausa de su excursión para comprar un pulóver en un outlet de la calle Córdoba. La ocasión fue propicia para hablar acerca de la novela que Inés había escrito y que se empeñaba en publicar. Hebe le recomienda: “Descartá esa novela. Descartala....” (20). Se trata de una novela sobre extraterrestres. La conclusión de Inés es que “Nadie quiere a los extraterrestres”, pero ella la va a publicar igual. En la contratapa del libro Hebe, a quien Haroldo Conti le ha reconocido públicamente su “mirada marciana”, reconoce: “Esta chica escribe bien”.
Como si autores y extraterrestres estuvieran en la misma vereda y en la misma baldosa, la lucha es por mucho más que un café o un pulóver rebajado: se trata de la estabilidad cósmica de esa simple baldosa, “como esos pasadizos que descubren los niños comunes que se transforman en magos, y ahí, por un momento, se difuminan sus seres” (35). 

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