“Notas al pie de la cordillera”, por Jimena Néspolo
Si
por la teoría de los “comienzos”[1]
hubiéramos de guiarnos, no tendría que sorprendernos comprobar que en La Cordillera (2017) Santiago Mitre
vuelve a trabajar sobre el tema de su primer film (El estudiante, 2011). A saber: la política como escena demonizada
de construcción de poder vaciado de contenido ideológico, donde lo que prima es
la traición, la búsqueda del beneficio personal, la manipulación maquiavélica,
etc. En ese sentido, es cierto que en este film “el estudiante” ha crecido: de
la trenza universitaria donde los alumnos más que estudiar jalaban cocaína, cojían
por deporte o conveniencia y traficaban influencias para la aprobación de
materias en el laberinto miserabilista de la Facultad de Ciencias Sociales de
la UBA, ahora estamos frente al big show
de los negocios amplificados a gran escala a partir de la plataforma de la
política internacional.
La
película, que acaba de presentarse en la sección Un Certain Regard de Cannes, lleva
como responsable de su fotografía a Javier Juliá y ha sido escrita por Mitre y Mariano
Llinás –co-guionista también de su opera prima y de La patota (2015). A diferencia de las precedentes, en esta
megaproducción francesa-española-argentina de casi 6 millones de dólares, el director no se priva de
nada: autos de alta gama, cantidad de extras, un resort de cinco estrellas en el
escenario imperial de la cordillera, la Casa Rosada como locación, un elenco
internacional de fuste… Allí está la actuación de Ricardo Darín (en el papel de
Presidente argentino), de Daniel Giménez–Cacho (haciendo de Presidente
mexicano), de Paulina García (la
mandataria chilena y anfitriona del encuentro), de Elena Anaya en el
papel de una periodista española capaz de arrancar confesiones imprevistas y del lobista de los intereses
norteamericanos interpretado por Christian “Mr. Robot” Slater.
En
el orden de los géneros, el film trabaja con rodeos y distracciones desde la primera escena, que nos muestra a un técnico en refrigeración que
sortea todos los controles y entra en la Rosada; esa escena que desde el
thriller político queda trunca, sólo puede comprenderse en el orden de lo
simbólico –que es la malla fina que intenta urdir no siempre acabadamente el
libro.
Hay
algo, en el balance final, que recuerda a Le
confessioni (2016) de Robeto Andó. Una suerte de apología del desencanto
que podría resumirse así: si los poderosos deciden la suerte del mundo
comprando a los políticos y manipulando a las masas a través de los medios
masivos, entonces, sólo resta el desencanto. Mientras que el protagonista de
Andó, el Padre Salus (interpretado por Toni Servillo), abraza el ascetismo y el
camino de la santidad (el Bien), el protagonista de Mitre, el presidente
argentino, abraza el dinero y la acumulación (el Mal). Dos formas de soledades:
aunque uno cite a la Biblia y otro se floree con citas de Marx.
En
el orden de lo existente (el canto al Sujeto posmoderno y sus pactos fáusticos),
lo impensado sigue siendo la Comunidad.
Entonces,
¿La Cordillera va sobre el viejo
dilema entre el Bien y el Mal? Sí y no. Porque para llegar a ese escarceo filosófico-moral,
Mitre debe desestabilizar todo orden realista para que el terror psicológico se
imponga y esto no acaba de suceder. Que al final solo quede sembrado un reguero
de preguntas no importa tanto como destacar el urdido simbólico del film donde
el Presidente Blanco, de ojos claros y consignas simples y blancas, negocia en
un escenario helado el precio de su blancura. Ahí aparecen los caballos. ¿Los
caballos? Sí, pero eso mejor véalo usted mismo.
Ficha
técnica:
La cordillera (Argentina-Francia-España/2017).
Dirección: Santiago Mitre.
Guión: Santiago Mitre – Mariano Llinás
Fotografía: Javier Julia.
Música: Alberto Iglesias.
Edición: Nicolás Goldbart.
Elenco: Ricardo Darín, Dolores Fonzi,
Erica Rivas, Christian Slater, Elena Anaya, Paulina García, Daniel Giménez
Cacho, Gerardo Romano, Alfredo Castro y Rafael Alfaro.
Diseño de producción: Sebastián
Orgambide.
Distribuidora: Warner Bros.
Duración: 114 minutos.
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