“Río arriba”, por Hache Pavón
Confluencia,
de Inés Kreplak. Buenos Aires, Alto Pogo, 2017, 193
páginas.
Hay mímesis y mímesis. Algunas obras, cualquiera
sea la disciplina artística a la que pertenezcan, buscan capturar la realidad
mediante un énfasis referencial (bajo el signo de un realismo, digamos,
decimonónico). Otras, en cambio, se sirven de procedimientos alternativos. Es
el caso de Confluencia, la primera
novela de Inés Kreplak, en la que a primera vista, o “a primera lectura”, la
narración discurre como el agua en un río del delta de Tigre. Sin embargo,
según se sabe, narrar no es un hecho natural sino un trabajo humano como lo es,
también, el remar. Así que más que una imitación del fluir del agua, como del
fluir de la conciencia, nos enfrentamos con una imitación del ejercicio de un
remero. En definitiva, en Confluencia,
Kreplak narra como se rema. La pregunta asoma inmediata: ¿cómo se rema en el delta
de Tigre? La respuesta depende de múltiples factores: los vientos, el estado
del bote y la dirección de la corriente entre otros.
En este punto deberíamos aclarar que la novela
tiene por lo menos dos historias: una que se narra río abajo, con la corriente
a favor, y otra, río arriba, con la corriente en contra. En la primera, Inés,
la narradora cuenta la historia de una investigación que tiene como objeto de
estudio la vida en las islas: por qué, quiénes y cómo viven los que han
abandonado “el continente”. La historia de esta investigación avanza suavemente
(¿cuánto gana una investigación cuando es narrada como una experiencia
subjetiva?, la pregunta queda instalada después de la lectura), con las demoras
y los vaivenes propios de un trabajo de campo (de agua). Entonces, también es
cierto, la historia se bifurca y multiplica como los canales de agua y la
investigación se vuelve una novela abierta en numerosos relatos y vidas que se
cruzan y se vuelven a cruzar (Confluencia
no garantiza, no desea garantizar, la pureza de géneros discursivos o sexuales).
En la segunda historia, río arriba y con la corriente
en contra, Inés da cuenta del origen y el avance de una enfermedad crónica: la
esclerosis múltiple. Si leemos en clave metafórica, ésta es también la historia
de una investigación a contrapelo de la primera, desde los síntomas como un problema
hasta el diagnóstico como una hipótesis de trabajo, por ejemplo. Entonces la
narración se torna más lenta porque las dificultades se multiplican, como si de
pronto arreciera una sudestada con lluvia y viento implacables. El desafío es
hablar del cuerpo, de sus limitaciones y de sus desobediencias, desde una
primera persona debilitada, que se muestra y se sustrae alternativamente. En
ocasiones, hundir la pala del remo y arrastrar el agua pueden convertirse en la
pena de Sísifo y narrar resulta un esfuerzo mítico. Pero si el rey de Corinto
recibió su castigo por engañar a Hades y evadir el infierno, en Confluencia, como en la vida misma, no
hay razón, en última instancia nunca la hay, que explique la enfermedad. Y esta
sinrazón, acaso, es la que mueve la narración, agotada la lengua de la ciencia
ocupa su lugar la lengua de la literatura.
Un elemento une estas dos historias: el afán
pedagógico de la narradora. Inés, lejos de cualquier hermetismo, busca que el
lector entienda cómo funciona el sistema de transporte en el delta y cómo el
sistema nervioso central, por ejemplo. La reflexión caracteriza los pasajes
destinados a la enseñanza, las palabras vuelven sobre sí mismas, como esos remolinos
que suelen armarse acá y allá en el cauce de un río, para buscar, acaso en
vano, un sentido por debajo de la superficie. Una premisa ética y estética
determina la forma de Confluencia:
el conocimiento debe circular, como el agua.
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