“Mierda y transparencia”, por Miryam Pirsch
Rendición, de Ray Loriga. Alfaguara, Buenos Aires, 2017, 210 páginas.
Lejos ha quedado el Ray Loriga juvenil y rockero de Héroes (1993) cuyo protagonista (joven, desencantado y posmoderno) se inventaba un mundo privado
en su habitación para vivir dentro de las canciones. Ahora,
en esta novela galardonada con el Premio Alfaguara 2017, es toda una sociedad
la que se encierra (o es encerrada) en una burbuja transparente que nos evoca
aquel mundo feliz de Aldous Huxley con idéntico objetivo y con similar resultado.
En la ciudad transparente todo es inodoro, insípido e incoloro como el
agua con que insistentemente deben bañarse sus habitantes en casas y lugares de
trabajo frente a las miradas de compañeros y vecinos. A través de las paredes y
techos traslúcidos la privacidad ha desaparecido tras la ilusión de verlo y
controlarlo todo. La ciudad y su transparencia constituyen la alegoría
organizadora de esta ficción de una sociedad sin jerarquías ni líderes, donde
los sindicatos no tienen conflictos para resolver más que cuestiones
insignificantes (pero con el voto de todos sus miembros, eso sí), donde no hay
días ni noches, donde ser feliz resulta una obligación aunque en las puertas de
entrada siempre haya dos muertos aleccionadores para los recién llegados. Allí
todos son iguales… siempre y cuando piensen igual o estén igual de anestesiados
por el agua, ese elemento vital y domesticador cuyas consecuencias el
protagonista descubre cuando su felicidad comienza a desmoronarse. El agua
borra el olor de las personas: el aliento, la transpiración, la piel, sus
excrementos y poco a poco, también, su propia naturaleza.
En esa transparencia perfecta donde cada uno tiene a su cargo las labores
para las que parece haber nacido, el campesino es asignado a la “planta de
reciclado y destilación de residuos corporales”. Su función será transportar la
mierda, esa que aquí no huele pero se puede ver a través de los tubos de
cristal que atraviesan todas las casas, al revés del mundo externo, donde “la
mierda se veía menos pero olía mucho más”. En su camión, diariamente transporta
los desechos hasta que las dudas, los interrogantes que lo abruman, el insomnio
que afecta sus reflejos provoca el
vuelco de la carga que, desparramada y para repudio de sus compañeros, deja a
la vista la situación de este hombre: el protagonista, con su resistencia, es
el que derrama la mierda que yace bajo tanta pureza y tanta transparencia.
Y a lo mejor en este acto se encuentra la respuesta política a algunas de
las preguntas que esta novela plantea para inquietarnos hoy más
que nunca: “¿Cómo es que lo soportan los demás? ¿Es suficiente con que te
pongan la comida en el plato para soportarlo todo?”. ¿Es suficiente?
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