"Negroni lee a Dickinson", por Walter Romero
El libro Archivo Dickinson (La Bestia Equilátera, 2018), de María Negroni, fue presentado el viernes 13 de abril en la Librería Waldhuter, de Buenos Aires. Reproducimos las palabras pronunciadas, para la ocasión, por Walter Romero.
Traducción
La lectura de Negroni sobre Dickinson no naturaliza su singularidad: realza su obra en un tarea de lectura tamizada a contramano de aquellas lecturas, aquellos editores y aquellos traductores que metieron mano justamente en la extrañeza de esa producción para acercarla a las poéticas convenciones de lo que Dickinson no es. Acciones todas que alteraron, a través de intervenciones contradictorias, por ejemplo, del círculo más íntimo, la poesía ejemplar de Emily. Negroni se incluye más bien en otra tradición, de noble estirpe argentina —no sólo por haber traducido a Dickinson—, sino por la manera en que tanto Borges —en su famoso prólogo a la poeta norteamericana—, como Silvina Ocampo —en algunas traducciones, acaso las más logradas— se hace cargo de “entender” esta poesía impar como lo han hecho también trabajos —del ámbito académico— que arman una constelación “nuestra” sobre la poeta de Amherst: Estoy pensando en el estudio del “silabeo” de Emily en Laura Cerrato o en Delfina Muschietti y su estudio sobre las traducciones comparadas de un conjunto de poemas de Dickinson.
En nuestro caso, se trata de las intervenciones de Negroni sobre el rescate en español de la dicción de Dickinson: una dictio que, por el tipo de trabajo con el lenguaje, llamaremos “dicción minúscula”, acaso por una inédita e inusual fascinación por lo infinitesimal que se inmiscuye en los pliegues e intersticios más secretos de la voz poética de Dickinson.
Gestos
Hay un gesto de decoro que acompaña el “decir” de este texto. Gesto que reconocemos en el afán de Emily por no dejar que sus poemas se leyeran: una suerte de recelo de la propia obra que parece estar presente también en este libro que la rememora, más allá de su publicación. Acaso ese gesto acompañe el secreto que este libro intenta compartir.
De alguna manera, todos los libros de María Negroni son secretos: traen hacia nosotros la intimidad de una lectura, una lectura pudibunda fruto de la meticulosidad, del cuidado sutil, del trabajo en voz baja. Una tarea lenta de amanuense que labora con las palabras y que —como en la memorabilia de muchos de sus libros que intentan de modo poético contener un mundo, esos libros maravillosos de Negroni que son gabinetes excelsos de curiosidades— ahora opera con las armas de un archivista poético no ya en torno de una materia heteróclita sino con el magma mismo de una de las poetas mayores del panteón lírico.
Dispositivo
Si uno piensa en el dispositivo Sartre/Genet: la desmesura aparece. En este caso se trata —siguiendo el gesto de decoro y pudor de un archivo para nada exhaustivo— la evitación de todo desborde en pos de figuras de la contención y de la constricción de una lectura muy ceñida a la propia impostación poética de Dickinson. Negroni lee a Emily poniendo en funcionamiento un dispositivo de captura: una captura donde no es únicamente Emily la presa, sino también los modos en que Negroni —a través de este ejercicio de ventriloquia (hacer pasar la voz del otro por la mimesis propia)— hace aparecer otras voces de la poesía en femenino; voces fantasmásticas de una lectura rioplatense de otras poetas y de otras figuras fuertes de poeta, en uno de los ejercicios más alucinados. En ese “hacer hablar” una eminente y difícil voz femenina, otras voces aparecen. El fantasma —que para los griegos era, por fuera de toda lectura psicoanalítica, aquello que está y no está— acaso lo que quiere Negroni es “capturar” esa voz no ya para poseerla, sino para ofertarla, aprehender en lo imposible lo más inaprensible que hay: la voz. Y a través de ella, en esa interferencia mediúmnica, ver cómo aparecen otras voces: la voz de Thénon, la frecuencia de Idea Vilariño o la magia (tutelar) de Olga Orozco en la entrada de este archivo que lleva por título “Preparativos”.
Emily es, entonces, en esta recuperación de Negroni, un trabajo de alucinación: voces acusmáticas de poetas capturadas a través de una lectura híper tamizada. En una tarea de deshilachado fino, de prensado de la voz de Emily, cuya voz viene con la asonancia de las poetas nuestras: escribir como quien es visitado por alguien.
Trabajos
¿Cómo trabaja Negroni? Hay varios niveles de palabras en este archivo. Esas palabras forman parte de lo que llamaremos gavetas lexicales que Negroni lee en Dickinson. Hay palabras muy relevantes de ese estro poético, pero también hay un segundo y un tercer grado de elecciones que recorre esa obsesión lexical que, partiendo de Dickinson, Negroni hace pasa por su propio y delicado cedazo. La palabra gaveta en español no nos sirve tanto para unir a Negroni en su tarea sobre Dickinson; nos sirve más bien la palabra inglesa: pigeon holes. En ese revisar los pigeon holes lexicales de Emily, la metáfora de las aves (que pueblan la poética de Dickinson) está servida. Para colocar las palabras en este archivo se precisa de una tarea de prensado levísimo del sentido: hacer trasvasar el significante de los términos de Dickinson (ese polen ya arrebatado por la poeta a la irrealidad) por un conjunto impar de significados que logran nueva articulación. Ya no la extracción de la piedra de locura, sino la extracción de un jarabe poético. Negroni es la apicultora frente a la abeja que Dickinson no es y que, sin embargo, se presta, a una tarea de desabejado: apartar al himenóptero para extraer la miel. Hacer circular a Dickinson en otros sentidos para extraer nueva significancia: “la abeja da ser al ser”, aunque en ese anhelo —y Negroni lo sabe de modo mayúsculo— un panal de silencio es necesario.
Espacialización
El “desplegado” de todos estos términos que contiene el Archivo Dickinson de Negroni es un modo de territorialización sobre la tarea del poema, entendido siempre en esa metáfora compleja del propio jardín (parafraseando el cuarto propio de Woolf): jardín o sector de grama cultivada a expensas de esas palabras reapropiadas y quitadas del uso vulgar, arrancadas al bosque del lenguaje. La poesía es el asedio al propio jardín. En esa espacialización, hay algo también de poesía hecha de accidentes del lenguaje y sus juegos peligrosos.
Sabemos que la poesía de Dickinson es casi orográfica; es poesía hecha de relieves, de cortes. Una literatura del inciso o de los infijos del discurso como única posibilidad de la modulación. La métrica cortada y la sintaxis desplazada de Emily reaparece intervenida. Ya lo decía Von Villers: “En la sintaxis viven más animales extraños que en las profundidades del océano”. El poder del verso —que Emily rectifica mediante un guión largo— corta, tajea y tartajea dulcemente el lenguaje, orografiza el verso y, sobre todo, impugna aserciones. Como cada uno de los coágulos-párrafos de Negroni, su lectura de Dickinson arma un hilado no hilado: una serie que no arma serie y que, en verdad, prefiere seguir los pasos de la voz maestra para balbucir e invalidar lo dicho, no dejar por sentado ningún saber, no reservarle al lenguaje casi ninguna verdad sino la pura dicción. Una escritura hecha de zonas para agrandar la oscuridad.
Geoglifos como un modo de entender de qué manera Dickinson moldeó sus poemas: adición de piedras con tonalidades oscuras o un raro mosaico de rimas y hemistiquios y versos partidos a los que Negroni les retiró la capa superficial del terreno, la más oscura, debido a la oxidación de las lecturas al uso para hacer visible el fondo claro, esos otros blancos. Negroni revela ese quehacer de Dickinson: lo desnuda en su propia tarea de blanco sobre negro. El geoglifo es una estilización: es un grabado. Así, en este trabajo de entomología literaria, hay una reflexión sobre la poesía en términos de pensar letras como insectos (cascarudos o cigarras) para no pensar ya en la página en blanco sino en la página negra llena de letras (insectos) a la que es preciso crearle blancos.
Autobiografía
Acaso este libro sea una autobiografía ficcional de Emily. “No escribiré a bocanadas. Lo mío será siempre adentrarme, como si estuviera para amar”. Oír los balbuceos del propio jardín manchado (en sentido bíblico y puritano) del lenguaje: el jardín de escarchas por el que una mujer avanza en sueños o ese aislarse poético de Emily de la casa terrestre. Es ella misma también la que se mete en una gaveta, en una celda, y se recluye “a modo de palabra” porque, ya sabemos que pasa con los grandes poetas, es sólo el lenguaje el que dice.
Esa tarea del lenguaje que Mallarmé llamó bajo el modo del arrebato de la tribu, Emily lo transmuta en humo blanco “en la doméstica cocina de lo vivo” que reingresa en la poesía a modo de asombro. En esa volatilización y en ese reingreso del lenguaje, Emily trabaja y Negroni “recupera” bajo la forma de una imagen: el trompo. El poema, nos enseña Negroni leyendo a Emily, es lo que gira sobre sí. El trompo como un modo de acechar el vacío y el centrifugado del lenguaje que responde a “canto filoso”. Tropismos. Para ello, en esta amplia metaforización de jardines, de bosques, de selvas, de animales, se trata de hacer caer los propios “toldos verbales” ante “ese boscaje que piensa” con el fin de deletrear la luz en cuadernos analfabetos. No hay página en blanco para Emily, sino desmalezamiento de la selva oscura del signo: aprehensión en el árbol del bien del lenguaje, que también incluye el mal. Disolverse ahí es una opción para Emily. La página es negra, y escribir es abrir los claros en la aporía de quien llena con letras que tienden a escarparse y huir como insectos movedizos o asustados. Las palabras también como animales que trastabillan y que dejan un surco a veces vacío. El poeta es aquel que desciende hasta el hueso musical de esos animales gastados. La búsqueda es siempre entre guiones como una forma del paréntesis, paso obligado para armar toda esta quebrada prosodia.
Si Rimbaud enclaustrado, después del entuerto que conocemos como el affaire de Bruselas, escribió su Temporada en el infierno a modo de cuaderno de un condenado, Emily llena sus “cuadernos del daño”: su jaula ilustrada. Mientras afuera está el mundo, adentro hay un jardín que resiste en torno a una larga conversación con Dios.
Comentarios
Publicar un comentario