“Por una lengua progresista”, por Hache Pavón



Cientificidio, soberanía y lucha de clase. Una agenda para el debate, de Rocco Carbone y Nuria Giniger. Buenos Aires, El 8vo Loco, 2017, 80 páginas.

Así como, entre otros, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal señalaron, en la primera mitad del siglo XX, la necesidad (y asumieron el desafío) de construir una lengua para la literatura argentina, en estas primeras décadas del siglo XXI, tras los doce años de experiencia de un gobierno popular y la posterior “caída” en la reacción y el conservadurismo, otra vez resulta necesaria la creación de una lengua, pero esta vez para el progresismo argentino; una lengua dinámica, que no pueda ser capturada y, sobre todo, que no pueda ser parodiada (no, al menos, por Fátima Flores o Martín Bossi en el prime time de la televisión argentina). Este, parece ser, es el camino que recorre el ensayo político, a la mandíbula (como pretendía Arlt): Cientificidio, soberanía y lucha de clase de Rocco Carbone y Nuria Giniger. Existe, no podemos negarlo, un anclaje en signos ¿cristalizados? como “soberanía” o “lucha de clases” que irrumpen desde el título, pero también, es necesario que lo señalemos, existe un esfuerzo por precisar los límites de su significado, de su uso.
Se trata de un retorno etimológico que procura devolverles potencia a los signos, de una re-significación histórica. Sírvanos como ejemplo la definición de soberanía: “El término aparece hacia fines de 1500 –si bien el concepto existía tanto en la Antigüedad como en la Edad Media bajo la figura de summa potestas, entre otras expresiones– junto con el concepto de Estado (moderno) e indica el poder estatal, exclusivo sujeto de la política. Implica una emancipación del Estado moderno respecto del Estado medieval y de alguna manera sintetiza la conciliación entre el poder supremo de hecho con el poder supremo de derecho.” (p. 57) Este gesto se completa con una ampliación o actualización: desde la primera aparición del término “soberanía” pasamos a la formulación de “soberanía científica”, de rigurosa actualidad.
La construcción de esta lengua, además, implica la acuñación de nuevos signos: “Estado gato”, “gobierno CEOliberal” o “golpe a la paraguaya”. Acá nos encontramos con el carácter dinámico y con la vocación de expansión. Se trata de no asimilar, no al menos de manera simple y confortable, el presente a un pasado sino de nombrar sus diferencias, sus características distintivas, para contar con una dimensión más acabada del proceso histórico. Con esta vocación Carbone y Giniger recorren los últimos 40 años de la historia argentina (y latinoamericana) con particular atención en la relación entre el Estado y la ciencia. La nueva lengua progresista debería, también es cierto, golpear, ser capaz de descubrir, en esta fase del liberalismo económico (el CEOliberalismo), el monólogo en el simulacro del diálogo y la instauración de un discurso uno articulado sobre una vulgata del Feng shui y lo peor del peor discurso de autoayuda (combinados, desde luego, con dispositivos disciplinarios).
Estas tres direcciones: el retorno etimológico, la expansión del significado y la capacidad de golpear aparecen, en forma incipiente y promisoria, en un libro necesario para forjar una nueva lengua progresista que, como deseaba Barthes respecto de la literatura, sea capaz de desplazarse y colocarse allí donde no se la espera[1]. Una lengua que nos permita comenzar a pensar, en una forma más sutil e inteligente (con categorías más precisas), en una declinación del proyecto político y económico que asola gran parte de Latinoamérica, de su poder. Porque, como bien citan los autores a Dora Barrancos: “no hemos nacido para servidumbres voluntarias” (p. 49).



[1] Barthes, Roland. El placer del texto y lección inaugural. Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.

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