“Pliegues de la aventura crítica” por Rosana Koch
Dobleces. Ensayo
sobre literatura argentina, de Cristina Iglesia. Buenos Aires, Modesto Rimba,
2018, 292 págs.
Dobleces. Ensayo sobre
literatura argentina es el nuevo libro de Cristina Iglesia,
una recopilación de artículos críticos que la autora ha publicado en diferentes
fuentes, las cuales están cuidadosamente enumeradas al final de la obra. No
obstante, la palabra “ensayo” que aparece en el título, escrita en singular,
parece imprimir un efecto de totalidad que agrupa al conjunto de textualidades.
Dice la autora: “Doblar y desplegar o desplegar para volver a doblar. Encontrar
lo que se esconde o se exhibe o nos engaña en el interior del pliegue es, para
mí, un modo de nombrar la aventura crítica” (9). De esta manera, el ejercicio crítico
desestima la clausura, exhibe una duplicidad, y se construye como relectura, un modo de leer que se erige
en el desvío de los territorios demarcados.
El
ordenamiento de los ensayos emprende un recorrido de lectura que comienza y
termina con dos autores del siglo XX. El primero se inicia con Victoria Ocampo
cuya Autobiografía –el primer tomo “El
archipiélago”, de publicación póstuma– transita un espacio de constante
traslación: su escritura, marcada por un esmerado afán de autofiguración,
construye un yo que oscila entre los pliegues de la vida íntima y personal con
la vida pública y el espacio extranjero, entre la niñez –que apela a una
retórica de la inocencia– y un linaje familiar que se va a ir articulando con
la historia de la Nación, entre la letra francesa –primer idioma que Victoria
Ocampo escribe– y una traducción que se torna conflictiva cuando se desplaza al
castellano. Si bien Autobiografía
traza una línea fundante dentro de la escritura autobiográfica femenina del
siglo XX y se erige como un proyecto intelectual que persigue alcanzar un lugar
autónomo dentro del mundo de las letras, la lectura crítica de Cristina Iglesia
intenta develar, entre estos desplazamientos conflictivos recién mencionados,
cuál sería la mirada del lector póstumo, deseado y presentido, frente a una
escritura que ensayó sobre el amor, el cuerpo, los fantasmas del prejuicio,
pero que, intervenida por un sistema de sanción social y moral, jamás podrá
entrever “las tachaduras imperfectas que su propia mano temblorosa trazó sobre
la escritura” (49).
El
doblez es pliegue que dibuja dos caras y en su doble movimiento entre “inscribir
y borrar, salvar y abandonar, rescatar y perder”, se inscribe el oficio de
hermeneuta que la escritura de Juan José Saer propone. Teniendo como referencia
el trabajo Inscribir y borrar: cultura
escrita y literatura: siglos XI-XVIII de Roger Chartier, Iglesia, en este
ensayo que cierra el libro, indaga a partir de dos textos de Saer, “En la
costra reseca” y Glosa, la manera en
que se pone en abismo el trazo de la escritura en la materialidad de su
soporte. Las hojas dobladas que
contienen la palabra que Tomatis escribió en puño y letra –“mensaje”–, y sus
versos mecanografiados leídos una mañana pretérita de 1961, ensayan cómo la
palabra escrita pervive entre la memoria y el olvido, a la vez que conjeturan
los modos en que Saer ha hecho de su escritura su objeto mismo de
representación.
Los
ensayos ubicados entre medio del volumen reúnen autores del siglo XIX cuyas
textualidades en su mayoría se agrupan en epístolas, crónicas, autobiografías y
diarios. En tanto modalidades híbridas del siglo XIX que pierden sus contornos
singulares, persisten en exhibir un espacio de tránsito donde el yo se
desplaza. En este contexto, y continuando la perspectiva de género, a la Autobiografía de Victoria Ocampo le
continúa la pluma de Juana Manuela Gorriti, una autora que en los albores de la
Modernidad, inaugura el camino profesional de la escritora. Lo íntimo, autobiografía de carácter
fragmentario y también de publicación póstuma, es leído por Iglesia como una
estrategia de posicionamiento “en un complejo sistema de alianzas” (51) frente
a un campo minado por la representatividad masculina. La subjetividad femenina
se construye entre dos lugares, “el de la madre dolorida y el de la trabajadora
incansable de la pluma” (52), cuya alternancia conflictiva es voluntariamente silenciada.
Continuando con la misma perspectiva, la labor periodística de Francisco de
Paula Castañeda durante el proceso revolucionario a comienzos del siglo XIX, le
sirve a la autora para pensar el modo en que su “doble voz” redefine el lugar
social de la mujer: “la inclusión de las mujeres en la escritura pública y la
cultura política del nuevo estado es la principal contribución de este fraile
frenéticamente activo, que eligió como estrategia de lucha la feminización del
debate” (120).
En
el cruce entre literatura y viaje, las cartas convocan la matriz que las
constituyen: la distancia. En este contexto, el análisis se enfoca en los
epistolarios de los exiliados que debieron abandonar la patria durante el
gobierno rosista. Sus escrituras, figuraciones del destierro, intentan
recuperar el lugar simbólico del encuentro, preservando –o prolongando– los
lazos familiares y reconstruyendo, aunque ilusoriamente, el hogar perdido. Las
correspondencias de Juan María Gutiérrez, Florencia Varela, Vicente Fidel
López, Mariquita Sánchez de Thompson, en la confluencia entre lo privado, lo
público y lo político, se convierten en un espacio discursivo que, además de
compensar la derrota política, las penurias económicas, también intentarán
“reconstruir el ámbito doméstico en la vida de exilio” (91). De las cartas de
Sarmiento en Viajes por Europa, África I
América (1845-1847) emergen diversas figuraciones del viajero, desde el que
inventa el vocablo americano “flanear” para describir el acontecimiento de la
Modernidad en el paseo por París, hasta el que se siente deslumbrado por las
lecturas reveladoras de las ideas de Fourier. En todo caso, sus cartas
configuran el soporte que le permiten organizar aquello visto y vivenciado en
una trama de significados que van a transformar dicha experiencia en una
producción del saber. Otra figura marcada por la movilidad es Mansilla.
Iglesia, especialista en la obra del escritor, indaga en este ensayo inédito no
sólo las estrategias de autofiguración que este autor viajero-cronista-nómade
construye para sí, sino la manera en que su escritura elabora un mapa entre
“paisaje y escritura literaria, experiencia del terreno y posibilidad de
narrar” (223). La obra de Eduardo Wilde, heterogénea y fragmentaria, también
puede inscribirse en esta serie.
Dobleces
formula una lectura crítica rigurosa, que ilumina zonas menos transitadas, a la
vez que conjetura lo que posiblemente “se contará después, mucho después”.
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